Fanzine deportivo literario. Crónicas caprichosas sobre héroes y villanos del mundo del deporte
martes, 30 de septiembre de 2008
Rony Seikaly
Los veranos en la playa de Oriñón, jugábamos al fútbol cuando ya había caído el sol. Nos gustaba más perder el balón, que tenerlo: lo más divertido era hacer tarascadas. Jugábamos hasta terminada la tarde, cuando la noche se asomaba por la Peña Cerredo, entonces volvíamos a casa. A veces, discutiendo sobre quiénes eran nuestros jugadores preferidos de fútbol y baloncesto. Mi jugador preferido de fútbol era Ander Garitano, por qué, no lo sé, pero si lo analizo bien, creo que puedo sacar conclusiones concluyentes sobre por qué aún estoy pendiente de tener éxito en la vida. No recuerdo cuáles eran los de mi hermano o los de mi primo. Pero recuerdo que mi primo no tenía ni idea de baloncesto, así que eligió su equipo preferido de la NBA porque era el escudo que más le gustaba: los Miami Heat, con el balón en llamas, di que sí. Y, por lo tanto, tuvo que elegir como preferido un jugador de los Heat, y como todos le sonaban a chino, que era a lo que le sonaba a él el inglés y el baloncesto, eligió a Rony Seikaly. ¿Por qué? Porque le gustaba el nombre, porque sonaba a detective privado con camisa hawaiana y el pelo largo. ¿Alguien tiene en la cabeza la misma imagen que tengo yo? La secretaría del tío de mi imagen mental era pelirroja y de armas tomar. En fin, probablemente, Rony Seikaly lo habría hecho muy bien si le hubieran dado ese papel.
Mark Madsen
Mark Madsen me guiñó un ojo en mi primer partido oficial de la NBA. Mi primer partido (y único) como espectador, claro. ¿Y qué recuerdo? Cosas como éstas: que estábamos a casi 30 grados bajo cero y recorrimos la distancia desde donde aparcamos el coche hasta el Target Center, a través de los pasos elevados y acristalados que comunicaban el interior de los rascacielos; que bebí mi primera Miller, y me supo a rayos; que la orquesta en el campo tocó Stacey's Mom de Fountains of Wayne; que no me levanté cuando sonó el himno (pero sobre esto, contaré otra anécdota, otro día); que en el calentamiento, como decía al principio, Mark Madsen, lesionado con un brazo escayolado, me guiñó el ojo a pie de pista; que Sam Cassell las metía todas sin quitarse el chandal (luego no sé si jugó); que me aburrí la ostia y el partido terminó con victoria del equipo local, los Minnesota Timberwolves. Jugadores que recuerdo: Troy Hudson, Trenton Hassell, Kevin Garnett, Eddie (o Adrian o no sé cómo, hay muchos y ninguno debe de ser hermano del otro) Griffin, Nick Van Exel, Damon Stoudamire o Joel Przybilla. Recuerdo un buen mate de Kevin Garnett, creo que fue un alley-hoop (se escribe así, ¿verdad?). Y, poco más. Recuerdo más bostezos que canastas. Recuerdo el viaje de vuelta, el laberinto del párking, que visitamos las cataratas de Minniehaha y que conduje el coche sobre un lago helado, comimos en un restaurante malasio y volvimos de regreso a Iowa con la cuenta pendiente del partido NBA cubierta pero, la verdad, sin ningún entusiasmo. Eso sí, Mark Madsen me guiñó un ojo. Por cierto, es mormón, ¿no?
martes, 23 de septiembre de 2008
El primero: Diego Marcos
Y el primer personaje es el amigo que arriba dije que ahora se dedica a arreglar farolas en Majadahonda. Vive en Alcorcón, pero trabaja en Majadahonda. Hace ya unos cuantos años que bajó a Madrid. Desde entonces, ha trabajado en atención telefónica, de reponedor, de camarero, ha preparado cestas de navidad y quién sabe qué más. Se licenció en Geografía, pero perdió el Norte cuando se fue al Sur. En realidad, se fue al Centro, y el Norte no lo perdió, lo ganó: ya está hipotecado y en breve, seguro que casado. Pero en este blog, lo que interesa son sus logros deportivos. Solo le vi jugar una vez, con el juvenil del Retuerto. Eran los últimos compases del partido en La Siebe. De hecho, todo lo que pudimos verle fue cómo le daba un patadón al balón al borde de su área y el árbitro pitó el final. Hacía pareja con Manjón y defendió a Aarón Gamboa, una de esas estrellas de la cantera del Athletic que desgraciadamente nunca llegaron a nada. A la tercera que se le fue por velocidad, se lanzó a por su rodilla: si pasa el balón... Este blog no pretende ser educativo. Hazañas tiene algunas: varias veces me repitió cuál fue su gol preferido, creo que de cabeza al segundo palo, pero no me acuerdo. También hablaba de cuando entrenaba con los mayores o de un torneo internacional de juveniles que jugaron en Valencia. Sobre todo se acordaba de los pedos que se agarraban los italianos. Tuvo de compañero de banco a Iñaki Lafuente. Seguro que algún día se anima a colgar aquí su biografía y palmarés. Por ahora, sirva de prólogo y de homenaje a todos los que se quedaron en Preferente o en División de Honor, y disfrutaron del fútbol de campos de arena y fichas trucadas. Siempre que hablábamos de los tiempos del futbito, de los campeonatos en Mukusuluba, de la alcantarilla del campo del Juan Ramón Jiménez, o de aquella camiseta tan fea que mi padre le sacó al de Jon Sport, siempre recordábamos los partidos que ganábamos y cómo el entrenador nos llevaba a la tienda de golosinas. Compraba una botella de jarigüay y nos la íbamos rulando a morro. Aquellos fueron nuestros primeros botellones.
Crónica Deportiva Sentimental
Con doce años, jugaba al futbito. El patio del colegio era un hervidero los fines de semana. Decenas de críos corrían torcidos detrás del balón. Los padres gritaban desde la banda. Algunos hasta tenían sueños en los que sus hijos pasaban de la grava al césped y del barrio al chalé. Mi padre me lo dijo claro desde el principio: tienes que estudiar mucho, hijo. Y tenía razón, claro. De estatura media, rechoncho, torpe con los pies, miedoso... Llegué a jugar hasta de delantero centro, aunque el mejor puesto para mis características era el de central. La táctica, que casi se convirtió en una máxima institucional en el colegio, iba muy bien con mi talento: si pasa el balón, no pasa el jugador. Generalmente, pasaba el balón. Aquel era un colegio público, de barrio, con padres obreros y chavales problemáticos: Tatomoco acabó de pies negros, Ramon trabajando en las zanjas del AVE, otro abrió su propio negocio: una tienda de marihuana, y de los demás no me acuerdo. Nadie llegó a futbolista profesional. Txuster murió sin posibilidad de serlo. Mangas se fue a Madrid, pero le perdimos la pista. Diego, que compartió banquillo con el portero suplente del Athletic, trabaja de farolero en Alcorcón. Nuestro deporte fue otro. Lo nuestro fue verlo. Ahora, pasado el tiempo: el deporte se ha convertido en un recurso sentimental. Se puede mirar hacia atrás para recuperar escenas, nombres, hazañas que no lo son tanto pero que ayudan a llevar las tertulias de los sábados. Ése es el objetivo de este blog, revolver en la memoria, devolver ciertos nombres, evocar momentos personales o públicos que forman parte de nuestro inconsciente sentimental. Y todo de manera caprichosa. Sin baremos de mérito, sin más criterio que un recuerdo subjetivo y emocional. Vamos: sales un sábado después de una semana dura de trabajo, te tomas unas cervezas con tus amigos y empezais a hablar de aquel alero norteamericano blanco que tiraba tan bien en Andorra, y no sale el nombre y entonces alguien dice ¡Andy Toolson! y otro dice que era mormón, y entonces alguien dice que Pace Mannion también era mormón, y ¿quién más era mormón? Bueno, pues, al final, alguien se pone trascendental y recuerda la primera vez que fue a La Casilla y como al bajar a comprar unas pipas en el descanso, José Manuel Cabezudo estaba calentando y clavo diez de diez en triples. ¿Y quién era Cabezudo? ¿Quién era Andy Toolson? Ahí, empieza la crónica deportiva sentimental.