martes, 4 de noviembre de 2008

Gustavo Kuerten

Es una broma. Mi hermano y yo hacemos bastante el gilipollas. A veces. Muchas veces en casa. Mi madre es el único testigo, así que más que nada lo mantenemos en secreto. Durante un tiempo, mantuvimos una broma contínua con Guga. Dábamos por sentado que yo era amigo personal, íntimo de Gustavo Kuerten. Estábamos viendo la tele, hablaban de la subida en el precio de la harina y yo rompía el silencio para decir, joder, el otro día estaba hablando con Kuerten y, fíjate tú, ya no puede hacerse sus propias hogazas de pan gallego con esto de la subida de la harina. Estábamos viendo la tele y en las noticias deportivas hablaban del último Open USA y mi hermano decía, ¿dónde está Guga?, no sale de Copacabana, el cabrón, contestaba yo. Cada dos por tres, cualquier gilipollez que empezaba, el otro día hablaba con Guga... Y duró. ¿Por qué me acuerdo hoy? Yo qué sé, quizás porque tengo la cabeza llena de tantas cosas que para librarme del agobio pienso en Kuerten y su eterno aspecto desaliñado y sus reveses saltarines, y su pelo revuelto y su sonrisa de niño pícaro. Qué fue de Gustavo Kuerten. Nos caía de puta madre, en el fondo, por lo menos a mí. Estoy seguro de que sabe disfrutar de la vida, de la buena vida del tenista retirado. Joder, seguro que ahora alguien me cuenta que ha caído en una depresión o está perdido en el mundo del narcotráfico. Prefiero que no me lo cuenten entonces, prefiero seguir imaginándome a Kuerten en bermudas, con la piel bronceada, mirando a las mulatas más que al mar. No es que le envidiaría por ello, pero me siento mucho mejor sabiendo que Kuerten es feliz aún, entonces, todos los demás podemos serlo también a nada que nos empeñemos. Eso me decía el otro día cuando hablé con él por teléfono.

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