Fanzine deportivo literario. Crónicas caprichosas sobre héroes y villanos del mundo del deporte
miércoles, 17 de diciembre de 2008
Javier Clemente
Con la edad, si quieres, aprendes que no es bueno tener respuestas para todas las preguntas. Tampoco es que las cosas se solucionen con preguntas y más preguntas. Quizás, lo que vale, es intentar buscar las respuestas. En la búsqueda está la respuesta, igual que a Huckleberry Finn le valía con ir aunque no supiera muy bien a dónde ir. ¿Qué? Nada. Que todo forofo del Athletic, a poco que se precie, ha tenido que tomar, alguna vez en su vida, la decisión de odiar o amar a Javier Clemente. Parecía que no existía término medio. Y eso que, para una gran generación, el nombre del rubio de Barakaldo ya no iba ligado a Manolo Sarabia, si no más bien a De la Morena. Muchos echamos de menos, algo que ni tan siquiera podemos recordar con exactitud. Nos acordamos de faltar al colegio, de que nuestra madre nos zurzió una bandera, de salir con ella al balcón, y de la gabarra, surcando la ría, de lejos, hermosa y colorida desde lo alto de la colina. Muchos nos acordamos de aquellos jugadores que, pase el tiempo que pase, tuvieran entonces la edad que tuvieran, parecían nuestros padres. ¿Lo hemos idealizado? Los hechos son los hechos: ganaron dos ligas y una copa y, muchos de ellos, tenían el talento más preciado hoy en día, el del trabajo duro y en equipo, poco más. No sé si lo hemos idealizado o no, pero echarlo de menos, lo echamos. Y, supongo, echamos de menos a Javier Clemente. Ahora que acaban de cesarlo en el Murcia, se da uno cuenta de cómo pasa el tiempo. Y, cuando el tiempo pasa, es muy difícil que algo que añoras vuelva a suceder. Podrá ser algo parecido, pero nunca lo mismo. La gente pertence al tiempo más que el tiempo a las personas y nunca somos conscientes de ello. El Rubio de Barakaldo... buff, cómo ha paseado el nombre del pueblo por toda España, y por el extranjero, hasta por Irán. Además, lo ha hecho de la única manera en la que se podía pasear el nombre de este pueblo, sin extremos, en gris, con amor y odio en la misma medida. No sé cómo le habrá sentado a él. A mí, que ni me va ni me viene, me hace pensar: ¿dónde está Benito Floro? ¿Dónde está Nevio Scala? ¿Dónde está Bozidar Maljkovic? ¿Dónde está Cees Priem? ¿Dónde está Ferretti? ¿Dónde estoy yo? Cómo pasa el tiempo. Hace unos días, un amigo mío que trabaja para una gran empresa productora de acero corrugado, me comentaba que habían venido a instalarle una nueva caseta en la entrada a la fábrica y que el comercial de la empresa que se encargaba de ello era Ricardo Moreno. ¿Sí? Los socios de mi equipo sí se acordarán de él. Pues eso, que en días como éste, en el que a Clemente le finiquitan el contrato y, probablemente, se la trae un poco floja, a aficionados sentimentales como yo lo que nos afecta es el paso del tiempo, el inexorable paso del tiempo. Que se lo pregunten a Dikembe Mutombo.
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