domingo, 17 de mayo de 2009

Novak Djokovic

Siempre hay que saber perder. La derrota tiene su aura de heroicismo. Puede sonar victimista, pero hay una belleza, que no creo que sea autocomplaciente ni depravada, inherente a la derrota. Sobre todo, cuando se sabe perder. Sobre todo, cuando pierdes habiendo dado todo lo que tenías dentro. La vida es de los que ganan, dicen, pero la calle está llena de perdedores. Todos perdemos. Todos hemos perdido en más de una ocasión y seguir andando, mirar al frente y volver a darte de morros contra la pared es lo que le da la belleza a la derrota.
El resto de los tenistas tienen que estar hasta el moño de Nadal. Igual que antes otros, hasta él mismo, lo estuvieron de Federer. Igual que los ciclistas estaban hasta el moño de Miguel Indurain y después de Lance Armstrong y más tarde lo estarán de Alberto Contador. Igual que lo estuvieron otros antes de Eddy Merckx. Igual que todos aplaudian a Michael Phelps menos el que entraba segundo. Igual que los Celtics de Red Auerbach. Igual que con Michael Schumacher, con Valentino Rossi, con Michael Jordan... Sin embargo, ¿alguien más?, porque yo me acuerdo de John Stockton y Karl Malone perdiendo ante Michael Jordan y me acuerdo de Wilt Chamberlain y me acuerdo de Jalabert dejándole ganar a Bert Dietz, igual que Abraham Olano frenó para que Manuel Fernández Ginés fuera campeón de España, igual que me acuerdo de Joseba Beloki, de Claudio Chiapucci, de Gianni Bugno, de los que fueron más veces segundos que primeros. No estoy de acuerdo con las lecciones de competitividad que tanto se estilan hoy en día. Hay que luchar, hay que enfrentarse tanto al rival como a las desventuras de esta vida, con los dientes prietos y sin dar un paso atrás, pero se pierde. Y hay que saber admitir la derrota.
El viernes un amigo aficionado de otro equipo me preguntaba qué tal después del miércoles. Bien, joder, bien, le contesté. Hay dos tipos de derrotas, y a nosotros nos toco la segunda, la menos dolorosa, cuando pierdes porque tu rival es superior a ti. Soy aficionado de mi club a pesar de todo porque me ha ayudado a aprender a perder, a saber llevar honrosamente las derrotas, me ha ayudado a que jamás hay que dejar de tener ilusión, nunca puedes dejar de intentarlo, sin mesura, con pasión si hace falta, más allá de lo razonable, pero nunca se puede dejar de soñar.
En fin, Novak Djokovic se mereció ayer ganar tanto como, por supuesto, se lo mereció quien ha ganado (otro día, hago un elogio de la victoria, que tampoco es fácil, muchas veces, es más traumático que la derrota), pero estoy seguro de que volverá a estar en la pista para intentarlo otra vez y alguna, seguro, alguna vez será. Alguna vez, ostias, alguna vez levantaremos la copa, y no solo para brindar en un bautizo.
¡Salud!

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