jueves, 11 de junio de 2009

Alejandro Valverde


Qué dulce la derrota cuando quedas segundo con los dedos apretando la maneta del freno. Valverde ha levantado levemente el puño. Igual que Abraham Olano sonreía cuando Manuel Fernández Ginés le ganaba por un tubular. Sabe dulce cuando quedas segundo en una cima tan mítica como el Mont Ventoux, el Monte ventoso, el monte pelado, con esos cuatro kilómetros sin vegetación, un espejismo marciano que gravita en torno a la hercúlea torre de la cima. Una carretera de rectas interminables donde la leyenda del ciclismo creó héroes y mártires. Tiene que saber dulce quedar segundo cuando atacas a nueve kilómetros del final y nadie te sigue, cuando lo haces en los morros de los que se empeñan en despreciarte y acusarte, cuando demuestras nobleza de competición y dejas vencer a quien también se lo merece.
No soy un gran admirador de Valverde porque lo sufro. Porque tiene por costumbre ganar donde yo quiero que ganen otros. Que no sea un gran admirador no quiere decir que no admire su talento para el ciclismo. Talento que es más admirable aún porque ha demostrado flaquezas, síntomas de humanidad. No conozco los detalles sobre las acusaciones de dopaje que año tras año llevan manchando su nombre. No sé qué razones esgrime el CONI ni por qué la organización del Tour se las cree. Tampoco puedo defenderle por la misma razón. Pero lo que siempre defiendo es la inocencia de alguien hasta que no se demuestre lo contrario. Y las presunciones en el ciclismo hace tiempo que se convirtieron en asunciones. Y no de vírgenes, si no de magnates, ejecutivos, presidentes de comités, representantes, mánagers... Es un juego de palabras, claro.
Lo que no ha sido un juego ha sido el espectáculo de ciclismo que se ha dado hoy en el monte donde Petrarca subía de paseo (próxima entrada). El gesto de Valverde con Szmyd. El ataque de Valverde. La resistencia de Zubeldia. La sorpresa de Fuglsang. El empeño de Gesink. El tesón de Antón y Astarloza. La bravura de José Luis Arrieta. El misterioso cerebro de Evans. La segunda oportunidad de Basso. La inconsistencia de Nibali. Las viruelas de Moncoutie... Tú los ves en la tele y te olvidas del murmullo del viento, del ruido de las noticias y disfrutas de un deporte que sigue siendo épico porque ha caído por el barranco cientos de veces.

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