viernes, 23 de octubre de 2009

Terry Tempest Williams


Ayer quedé con mi hermano para ver el partido europeo que el Athletic tenía que jugar ante el Nacional de Madeira. En el bar de Charo no conseguían contratar el partido en Canal Plus, así que nos trasladamos, bajo una fina lluvia, hasta el Dunixe, donde, generalmente, la media mañana se celebra con un buen café. Había ambiente. Aunque estábamos descolocados, incómodos porque eran ángulos nuevos. El primer tiempo pasó rápido, entre conversaciones sobre nuevas noticias laborales y burocráticas. El gol de Rubén Micael casi no fue ni un mazazo porque no fue más que un minúsculo suspiro de resignación tan bien entrenado que ya ni duele. En la segunda parte, se presentó I, con unas botas de agua nuevas y una resignación distinta, ajena al fútbol, enemiga del fútbol, una resignación activa que intentaba robarnos la atención del televisor. Y, en ocasiones, lo agradecíamos. A veces, hay partidos de fútbol que te excitan sin saber muy bien por qué, quizás no es el partido en sí, si no tú y tus circunstancias, y una apuesta ridícula que te conecta a un televisor de manera irracional. I nunca me había visto festejar un gol. Y lo juro: soy de pocos aspavientos, como para adentro, pero ayer, quizás por mí y mis circunstancias, no era así, y el segundo gol de Llorente lo celebré con un grito desgarrado, un poco sordo, pero desgarrado, y alguna vocablo que sin contexto suena más ridículo que procaz. I se reía. También se reía de mi hermano. Y decía que no con la cabeza. Y se volvía a reír, nunca te había visto así, añadía. Mi hermano también decía que no con la cabeza. Y mirabas alrededor y todo el mundo parecía asentir diciendo que no con la cabeza. Sentimiento grupal, tartamudeé a duras penas, necesitamos sentirnos parte del grupo no, como cuando vamos a los conciertos... I aceptó la justificación con una dulce ironía: sí, claro.
Terry Tempest Williams fundó un clan hace mucho tiempo, casi al mismo tiempo que su novela-crónica personal-alegato ecológico Refuge: An Unnatural History of Family and Place empezaba a convertirse en un éxito. El clan tomó un nombre muy sonoro y significativo, con el eco de lo enterrado y la luz de lo gritado: el clan de las mujeres de un solo pecho. La madre de Williams sufrió cancer de mama, ella también, ambas habían vivido en el territorio interestatal donde su gobierno decidió que los daños colaterales eran mínimos, así que se podía probar con la ingeniería atómica. Eran lo que los americanos llaman unas "downwinders." Otro buen libro para entender todo esto es The Day We Bombed Utah de John G. Fuller.
Pero a lo que iba, Williams, en la introducción a Crossing to Safety de Wallace Stegner, dijo lo siguiente que yo mismo traduzco:
"[Stegner] dignificó tanto el poder del individuo como el lugar del individuo dentro de una comunidad. Stegner nos recordó que teníamos obligaciones para con los dos." Y eso lo dice alguien que confesó que prefería pertenecer a una tribu fronteriza dentro de su propia gente, que tolerar la obediencia ciega en nombre del patriotismo y la religión. Pero, al fin y al cabo, pertenecer siempre necesitamos pertenecer. Y por eso celebré con tanta emoción el gol de Fernando Llorente, ostias. I añadiría, sí, claro.
Por cierto, en esa misma introducción, Terry Tempest Williams también tenía esta cita que yo mismo vuelvo a traducir torpemente:
"parte de la tensión de ser humanos se encuentra en nuestro deseo, e historia de amor, tanto con el riesgo como con la seguridad. ¿Qué arriesgamos en pro de nuestra seguridad? ¿Qué aseguramos en una vida llena de riesgos?"
Quizás debieran contestarla Edurne Pasaban o Juanito Oiarzabal, pero, en realidad, todos podemos contestarla.

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