martes, 1 de diciembre de 2009

Yosi Domínguez


Estaba de resaca y me tocaba jugar de portero. Quizás ya no sigue en el mismo sitio, pero antes, al menos, había un campo de futbito junto a la estación de trenes de Olabeaga. Todo el mundo lo cruzaba para subir luego por la calle de la Ventosa hasta San Mamés.
Era domingo. Las siete de la tarde. Aún no había oscurecido pero estaba de resaca y me tocaba jugar de portero. Por suerte, me tocaba jugar de portero. No había ido a casa en todo el fin de semana. Mis padres estaban en el pueblo, mi hermano con ellos, y yo tenía que disfrutar a la fuerza de las fiestas de Bilbao. El viernes acabamos rodando por la ladera de la Plaza del Gas, después de tomar la última con unos barraqueros en un bar con la persiana bajada y un camarero que no dijo ni una sola palabra. El sábado fue el concierto de Los Suaves. También rodamos por la ladera de la Plaza del Gas y A ayudó a V a echar la pota metiéndole los dedos junto al muro donde una punkie dormía cómoda y gozosa sobre el lodo de los meados. También meamos en una botella de dos litros de kalimotxo y la dejamos caer hasta que llegó al camino y otros dos pies negros la recogieron, la abrieron, le metieron un trago y gritaron: ¡gracias, está calentorra pero gracias! Yosi se puso de pie y empezó a gritar que viviera dolores y la madre que la parió. Así que todos botamos hasta rodar hacia abajo como había rodado antes la botella calentorra. A las cuatro me separé de mi cuadrilla y me junté con otros, y así siguió la vida dando vueltas hasta llegar de resaca al campo de futbito de Olabeaga, con resaca y me tocaba de portero.
Y no hablo con nadie porque se afanan por quitarse la pelota en el medio del campo. Todos están tan resacosos como yo así que aún no me ha llegado el balón. Y me entretengo con el eco de Yosi, y no me quito la canción de la cabeza: fuiste la chica de azul, en el colegio de monjas. Incluso me enciendo un trujas mientras mi equipo saca un córner en el otro lado del campo. El día es maravilloso. Ayer llovió, pero hoy el cielo se mantiene despejado. No hay nadie por el barrio y miro más allá de los tejados de las fábricas. Me siento bien, con resaca, pero bien: un fin de semana intenso, sin ningún recuerdo que memorizar pero con la sensación de que has puesto al límite tus pocas convenciones adolescentes. Estos tíos son gente guay, pienso con juvenil trascendencia, mientras les veo discutir por un balón que probablemente huyó por voluntad propia hacia la banda. Esto está bien, sigo pensando, mientras me cuelgo del travesaño y hago el mono: la amistad, las experiencias, esas cosas, murmuro, sin saber de qué coño estoy hablando: calcetines y coletas y estabas loca por Paco... Vuelvo a mirar al infinito que es el cielo y el tejado de la estación y se oye el murmullo de un tren que viene. El murmullo se vuelve más fuerte cuando el tren llega a la estación pero justo ahora les dio por atacar y el balón, gracias a dios que hace trampas al barajar, me llega manso hasta las manos. Me río. Hago que sé qué hago y busco a alguien a quien pasarle al balón: B me dice a mí con la mano, R bosteza, S se desmarca y lanzo el balón a J que era el único que no estaba mirando, pero me da igual. La gente ha empezado a salir por la puerta de la estación. Con esa agilidad mental de un adolescente a flor de piel me fijo en una chica rubia, delgada, que agacha la cabeza y camina sin mirar hacia la cancha. Me apoyo en el póster y la miro, la miro atento para ver si me mira, si me mira la sonrío, digo, no sé de qué valdría pero sería como ponerle la ginda al fin de semana. Mírame, murmuro, mírame. No mira. Mírame, no mira, lleva las manos en los bolsillos y no mira, ¿en qué estás pensando? ¿dónde vas? Míram... digo cuando oigo gritar mi nombre, muy fuerte, y vuelvo la mirada para ver como el balón ya ha salido disparado del pie de uno de mis amigos y sin poder reaccionar, no puedo más que dejarle que se estampe en mi cara, que me lance hacia atrás, que mi cabeza rebote contra el poster y que de ahí, ya puestos, acabe acompañada por todo mi cuerpo sobre el frío cemento de la cancha. No pierdo el conocimiento, pero sí la noción del tiempo, no sé si son segundos, un mundo, pero recuerdo los fragmentos del movimiento, gente a mi alrededor, me incorporo o me incorporan, veo el balón dentro de la portería, me preguntan algo que suena como una piedra al final de un pozo y al final miro a la derecha y la veo, me está mirando, me está mirando fijamente, con esa cara de quien está haciendo un gran esfuerzo por no partirse la caja. Se gira y sigue su camino con las manos en los bolsillos, la cabeza gacha y una sonrisa que estoy seguro de que ya no esconde. La ginda del fin de semana y entre el zumbido del golpe solo alcanzo a escuchar a Yosi: las vueltas que da la vida, el destino se burla de ti, donde vas bala perdida... Alguien me pregunta: ¿estás bien? Y le contesto: ¿dónde vas triste de ti?

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