miércoles, 24 de febrero de 2010

Scott Lago


Terminarán los juegos olímpicos de invierno y no me habré enterado de nada. Por supuesto, todas las mañanas al desyunar, veo el Telediario y, a veces, si estoy perezoso, hasta los desayunos atragantados de la uno, y luego abro las versiones digitales de los periódicos deportivos y quizás hasta vea algún otro informativo vespertino. Con suerte, hasta Wyoming me informa de los juegos. Y aún así solo me entero de las desgracias, de las celebraciones exóticas y poco más. ¿Qué es el half pipe? No tengo ni idea, sé que a un chaval que ganó la medalla de bronce se le ocurrió celebrarlo de una manera digamos que picante, y se ha visto expulsado de los juegos. Cosas como ésa, sé. Y que el tubo ese por el que se lanzan, unos panza arriba, otros panza abajo, es peligroso. Sé que le han abierto la cabeza a un jugador de hockey sobre hielo y algo he oído de una historia muy bonita, como no, protagonizada por una patinadora. Eso es todo. Yo no entiendo nada de deportes de invierno. El único deporte de invierno que he practicado ha sido el lanzamiento de bolas en el patio de la facultad, y era rematadamente malo. Nunca me he puesto unos skies. Nunca se me ha ocurrido resbalar encima de una tabla. No entiendo nada. Así que los juegos olímpicos están pasando completamente desapercibidos para mí. En el Nervión tienen el canal de teledeporte los sábados y domingos cuando andamos de poteo y es gracioso ver a toda la gente mirando hacia arriba y calculando qué tiempo va a hacer la selección polaca de bobsleigh. Es gracioso porque es triste que miren para arriba y no para abajo. Yo me entiendo. La amiga de Scott Lago también miraba para arriba, y ahora Lago mirará para otro sitio. Lo que no sé es a dónde coño tengo que mirar yo.

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