miércoles, 23 de junio de 2010

Nicolas Anelka


No va ni la mitad, ¿no? No sé ni lo que queda. Esto de los Mundiales, con sinceridad, no es lo mío. Nunca he tenido muy desarrollado el sentido nacional. Mi identidad se parece más a las teorías postmodernistas de Paul Gilroy, Youngbear-Thibbetts, Neil Campbell o Werner Sollors. Siento un vínculo sentimental con la tierra en la que nací, pero también con los lugares en los que he vivido, los que he visitado y los que me quedan por conocer. Así que los himnos oficiales, las elásticas tricolores y los héroes nacionales, nunca han sido lo mío. Qué se le va a hacer, cada uno cojea de un pie. Yo tengo bastante con reconocer mi sentimentalismo más romántico en relación con un club concreto, o con un par de ellos si me apuras. Así que, me tomo estos acontecimientos con una mezcla de hastío, un poco de curiosidad y una ligereza que, en ocasiones, me ha ayudado a disfrutarlo más que los que toman partido emocional.
Este año, sin embargo, el Mundial es que me está pasando más inadvertido que nunca. No he visto ni un partido completo, y cuando leo el periódico, paso las páginas a toda prisa. Algunas cosas si han atrapado mi atención, empezando por el annus horribilis de los franceses, pobre personaje más odiado de la república el señor Domenech, la dulzura con la que maneja el lenguaje Nicolás Anelka y demás asuntos que han ido pasando en la selección bleu. También la historia del delantero de Corea del Norte me llamó la atención. Y los nombres curiosos, y la selección de Argentina, y la humildad arrolladora de Cristiano Ronaldo… y yo qué sé, pero poca cosa. Me puse un día a ver un partido y me enteré de que Dinamarca jugaba el torneo, ya ves tú, desde ese día son mis favoritos, Tomasson siempre ha sido una debilidad. A España la he visto jugar, y no sé qué decir, me enfado cuando veo que Del Bosque hace los cambios y no debutan ni Llorente ni Javi Martínez, pero me enfado como un niño mimado, así que eso no cuenta.
Todo lo que he visto han sido trozos sueltos de partidos. Habré visto jugar media hora a Brasil, otra media a Alemania, un ratito a Camerún y con Inglaterra e Italia el pestiño no me dio ni para cinco minutos. El caso es que mi juicio no es el más adecuado, no soy quién para hablar, pero lo que voy viendo por ahora me ha quitado todas las ganas de seguir mirando. Todos los partidos que he empezado a ver, me han obligado a cambiar de canal entre bostezos desesperados. He llegado a preferir un programa de una cadena local con debate sobre política municipal y todo, ya ves tú. Igual soy un poco exagerado, pero soy sincero. Y hay una cosa más: no aguanto las vuvuzelas o como quiera que se escriba. Ese sonido continuo de fondo me incita a meter la cabeza en el horno, de verdad. Sí, definitivamente, soy un poco exagerado. Pero el Mundial me está pasando de lo más desapercibido. Ni tan siquiera le estoy haciendo caso a los aspectos más sociales, a cómo está repercutiendo todo esto en la sociedad sudafricana o si le dará a John Carlin para escribir otro libro. Ni eso.
Así que para la otra mitad o más que queda, en mi pobre faceta de adivinador, apuesto a que ganará uno de los de siempre: Brasil, Argentina o Alemania. Igual hasta Italia. Inglaterra no lo creo. Y España tampoco, aunque quién sabe, no, no sabe, no creo que tampoco esta vez haga nada. Está siendo el año de los americanos, lo que me alegra, porque mi barrio es más latino que nunca, así que apuesto por Dinamarca que es el país más latino del mundo y Tomasson lo más parecido a Simón Bolívar que ha dado el fútbol. En serio, que gane el mejor, pero a ver si es el mejor de verdad.

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