Suena ridículo decirlo, pero es así: estoy vago. Estoy vago porque es cuando más trabajo tengo, y luego enfrentarme a este blog me produce sudores fríos. Creo que equivoqué un poco el objetivo que tenía al principio. Últimamente, he intentado seguir el ritmo de la actualidad, y este blog no nació con ese interés y, además, no soy capaz de hacerlo. El duelo entre Kaiku y Urdaibai y la rivalidad entre Francisco y Korta podían haber tenido su entrada. Ni hablé de la final del Mundial de baloncesto. No he dicho nada de la última jornada de la Liga de fútbol. Ni de cómo va la pretemporada de la liga ACB, tampoco lo iba a hacer, lo juro, solo faltaba. El final de la Vuelta a España se me escapó, y eso que la Bola del Mundo y Ezequiel Mosquera merecían protagonismo. Podía haber hablado de Thierry Henry, de por qué Juan Pablo Montoya es uno de los personajes más odiados de Estados Unidos, de Carmelo Anthony, de Nadal, por supuesto, incluso de Miki Nadal, de Ibrahimovic y Sacchi, incluso de que acabo de terminar de leer el libro de Enric González y si me pongo a parafrasearle y citarle escribo una entrada al día. Pero nada, no he escrito nada de eso.
Sin embargo, el domingo, me fui andando hasta el Guggenheim. El de Bilbao. Era un domingo soleado y la ribera de Abandoibarra relucía con el multicolor de los turistas. Puppy se mantenía mirando hacia Moyúa, sin inmutarse con los visitantes que se fotografían a sus pies. Cualquier día levanta la patita y... La torre de Iberdrola, la nueva biblioteca de la Universidad de Deusto, la ría se refleja en las fachadas acristaladas. No reconozco nada. Es sorprendente como unas láminas de titanio han cambiado el perfil de la ciudad en un abrir y cerrar de ojos, en un poner y quitar de andamios.
A lo que iba: en un costado del Guggenheim un grupo de jóvenes vestidos con unas camisetas oscuras donde se sombreaba el nombre dorado de una empresa de una dieta para la pérdida de peso se avalanzaban sobre los muchos corredores, patinadores y curiosos que caminaban por la orilla de la ría. Querían regalarles una camiseta como la de ellos. Allí estaba Pep, que se ve que organiza el evento. Pep era y es amigo de mi novia, con la que compartió un verano laborioso en Dublín. Gracias a él, conocimos los detalles de la aventura que se ha propuesto un atleta belga de apellido ciclista: Stefaan Engels. Engels, con el patrocinio de la susodicha empresa, se propone correr 365 maratones, uno por día, en distintas ciudades del mundo. Y no empezó ayer. Lleva ya 226 maratones. Lleva recorridos 11055,09 km. Lleva seis días en Bilbao, hoy corre el último por la ribera. Ayer, hizo 3 horas, 58 minutos y 22 segundos siguiendo un camino muy marcado, desde el Guggenheim hasta el Euskalduna, media vuelta hasta el Ayuntamiento y vuelta atrás. Cada vez que pasa por la caravana de la organización, se pita una bocina. Eso es todo lo que va a estar haciendo durante todo un año. Aprovechamos nuestra amistad con Pep para conocer pequeños detalles y secretos que no contaré aquí, aunque sí diré que me interesé por saber cómo se sigue el registro y la certificación de sus marcas, y, al parecer, corre con un gps que gestiona la organización del Guinness.
Antes de irnos, vimos pasar a nuestro lado a Engels por segunda vez. Su manera de correr roza el histrionismo, duele. Serio, impasible, su físico me pareció mucho menos fino de lo que esperaba para alguien que lleva más de doscientos días corriendo 42 km en unas cuatro horas. Quizás sea verdad lo que dice él, que su vida es muy fácil, al fin y al cabo, todo lo que tiene que hacer es despertarse, correr cuatro horas, y descansar. Ironía belga, suave como su chocolate y espesa como su cerveza.
En fin, que al final, escribí algo. Nada de actualidad aunque Engels, probablemente, haya empezado a correr ya. Hoy se despide de Bilbao. Mañana estará en Gijón. Dentro de poco más de 100 días terminará en Bélgica, creo. Y después de todo eso, no sé lo que hará, quizás se ponga a descansar 365 días seguidos, aunque eso también debe de aburrir, ¿no?
La verdad es que no tiene mucha pinta de megamaratoniano. No sé donde tendrá el secreto. Iba a hacer una entrada sobre el acontecimiento, pero ya, me la ahorro.
ResponderEliminarSaludos.
Vaya. Ayer contesté al comentario, pero se ve que no funcionó el programa. Te decía que sí, que no tiene pinta, que es el de blanco que corre en la foto de abajo y que me recordaba a Jose Mari Bakero jugando al fútbol.
ResponderEliminarAunque no tenga que ver con el tema, te contaré una anécdota. Hoy he comido con individuo que dice ser amigo de Manuel Pellegrini, sí, el entrenador. Fue compañero de trabajo de su mujer durante muchos años. Lo único que me ha dicho de él es: "es soso, muy soso. Aburrido y serio". Vamos, que tampoco me ha dicho mucho, ¿no?
ResponderEliminarSaludos.
Pues, no. Me recuerda al reportaje aquel de la tele donde enfocaban una mesa de un restaurante y decían que allí había comido Pellegrini y para más datos, el camarero añadía que era atento pero discreto.
ResponderEliminarHombre, la gracia estaba en que es amigo de él y que le conoce muy bien, no en cómo es Manolo, que ya lo sabemos todos.
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