En el Mundial de Italia de 1934 le proclamaron como el mejor defensa del mundo. Durante once años, triunfó con el Real Madrid y dejó para la historia su imagen con un pañuelo de cuatro nudos a la cabeza. Con Zamora de portero, y Quincoces y Ciriaco de centrales, formó una de las defensas más reconocidas de la historia del club madrileño. Ganó dos veces la liga y una copa y, cuando se retiró, se convirtió en un reconocido entrenador. Además de entrenar a la selección española, también dirigió al Real Madrid, Atlético de Madrid, Valencia y Zaragoza. Le tocó pasar una guerra, la misma guerra de la que ahora celebramos el aniversario del bombardeo de Gernika.
Aquel Quincoces nació en Barakaldo. Y comenzó su carrera deportiva en el club de su localidad natal.
Hace más de cien años que nació. Hace once años que murió, en Valencia.
El club en el que comenzó a jugar al fútbol, el Barakaldo, consumó este pasado fin de semana, después de perder su vigésimo partido de los treinta y cinco que ha jugado, su descenso a tercera división después de más de veinte años en segunda división b.
Yo soy socio del club. Fui socio del club cuando era niño y mi padre vivía, y aún veíamos los partidos de pie en la vieja grada de Lasesarre. Guardo aquellos días con una memoria llena de detalles. Después, lo dejé, porque todos tenemos derecho a pasar por períodos en los que el fútbol es lo que menos te importa. Hace unos años, cuando mi padre falleció, volví a hacerme socio. Desde entonces, sobre todo desde aquel primer día en el que mi hermano y yo regresamos al campo, por aquel entonces la Ciudad Deportiva, y aguantamos como pudimos la emoción, mi unión con el club del que soy socio ha sido aún más sentimental. Por eso, estos últimos meses, en los que hemos seguido bajando al campo entre la inercia y la esperanza más desesperada, han sido especialmente duros.
Tanto que el fin de semana pasado pareció un alivio.
La temporada ha sido tan lamentable, como enriquecedor sigue siendo disfrutar y aprender tanto de las alegrías como de las tristezas postizas que nos depara la pasión y la afición por el fútbol. Todos queremos aprovechar esta experiencia como una lección que ayude en aspectos que son incluso ajenos al ámbito del deporte. Con los años, de la afición al fútbol he aprendido a negociar con cierto poso otras encrucijadas mucho más importantes. Yo creo que, por suerte, me ha tocado ser aficionado de equipos que te obligan a vivir con demasiada intensidad el vínculo que se establece entre afición e institución, más aún, cuando en mis años más maduros, han sido muchos más los malos tragos que los brindis. Eso curte.
Ahora, supongo que queda seguir. Tocan días de reflexiones, pero me temo que mi sesgo sentimental, me obligará a seguir en el barco, con lo poco que sumo, pero sin pasar a restar. Quién sabe si antes de que ya sea demasiado tarde, volvamos a ver a Quincoces, o alguien que se le parezca, vistiendo la camiseta de nuestro club. Y, quién sabe, quizás la próxima vez que vuelva a acordarme de mi padre viendo un partido del club del que él era socio, sea porque la alegría sea culpa de la emoción. Quién sabe.
Magnífica entrada Holden.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, estoy de acuerdo con Ricky.
ResponderEliminarNo puedo decir mucho, más que nada porque no me creo todavía lo que ha ocurrido -aunque lo viese claro en diciembre-.
Como dices, habrá que seguir en el barco. Siempre.