Yo me voy a ceñir a lo meramente futbolístico, que tampoco voy a decir nada nuevo, y a las habituales gilipolleces personales con las que adorno, con más pena que gloria, este blog.
Bajé a ver la final de la Copa de Europa.
¿Por qué?
No lo sé.
Probablemente, porque me gusta el fútbol y porque no tenía nada mejor que hacer a esas horas del sábado si no era seguir corrigiendo composiciones. Y estaba clara cuál era la mejor opción.
Así que bajé y me junté con dos animados forofos del FC Barcelona.
No de los forofos de ahora, los recién aforofados, que en su derecho están, en cualquier caso, y que han crecido por el bosque de hormigón como si fueran setas de temporada. No, forofos de los de siempre, de los de los tiempos en que Cruyff hacía anuncios de pintura acrílica.
Por lo tanto, el partido estaba decantado por un lado emocional. Yo, que ni me iba ni me venía, me dejé llevar, y es muy fácil dejarse llevar en estas circunstancias, ¿no?
Pero me pasé el encuentro, eso sí, animando al Chicharito. A pesar de todo, animando al Chicharito. Y cuantos más bares recorríamos con el televisor encendido, y cuantos más zuritos caían para celebrar el fútbol, más animaba a Chicharito, pero más tornaba el ánimo de lo serio a lo cómico. Hasta que, faltando pocos minutos, y con el partido ya decidido, hasta el camarero del último bar se apuntaba a mis chanzas chicharíticas.
Lo confieso. Si animaba al Chicharito es porque le tengo aprecio, un aprecio tan caprichoso como estúpido. Me suena a gloria ver a un delantero joven, mexicano, triunfando en el Manchester United (campeón de liga, 27 partidos y 13 goles en su primera temporada y con 23 años, más o menos), y llevando con gloria un apodo que, no lo puedo evitar, me suena a chiste, Chistecharito. Ya sé que su padre fue hasta mundialista y le llamaban Chícharo porque era pequeñito y de ojos verdes. De Chícharo, Chicharito. No quiero parecer irreverente ni irrespetuoso, pero no puedo evitar que el nombre me parezca musical y gracioso. Además, Javier Hernández Balcázar también es un buen futbolista. No es Messi, porque Messi no es ni Muniain, ni Cristiano Ronaldo, ni Gareth Bale, ni Sahin ni nadie por mucho que se les ponga topónimos a la vera calificativa del apellido del argentino. Messi no es nadie, o nadie es Messi más que el propio Messi.
Me vi el partido entero, y disfruté. Yo, que ni me iba ni me venía, me dejé llevar y disfruté. Yo disfruto del fútbol en diferentes estilos y con diferentes versiones, siendo el que más me apasiona, un fútbol distinto al del FC Barcelona, más físico, más horizontal, más directo, más terco y más desábrido, pero fútbol al fin y al cabo. Ahora, este se disfruta como el agua cuando aplaca la sed. Quién va a decir lo contrario. Ver jugar a Xavi Hernández es algo por lo que no habremos nunca pagado bastante. Y del argentino no digo nada. Los demás, tampoco les van a la zaga, y lo mejor es que cuando mejor suenan, es cuando toca toda la orquesta junta, en armonía.
Yo paso de hacerme preguntas sobre si es el mejor equipo de la historia, el mejor equipo que he visto yo, el que ha visto Guardiola, el que ha visto Mourinho, o si Messi es mejor o peor que Diego Armando Maradona, o que Lebron James, o que Michael Jordan, o que Daniel Saric quien, según Iker Romero, ayer en la otra final gloriosa para el barcelonismo, tuvo una actuación mejor, en proporción, según el vitoriano, a la del argentino un día antes. No lo sé, o lo sé muy bien, pero no me importa.
Lo que más gracia me hizo, de verdad, fue cuando, empuñando un zurito más, con la cabeza ya en cualquier sitio menos en Wembley o en el barrio, le dije a uno de los dos aficionados al FC Barcelona, quien esgrimía una sonrisa bien clarificadora, que, algún día, algún día, el Athletic estaría ahí, como Eric Abidal, levantando la orejuda (o orejona, como sea) delante de Michel Platini o aquel que le substituya para quedarse dormido en el palco. Me hizo gracia hasta mí, así que imagínate a él. Pero, al día siguiente, sin resaca, por la noche, viendo las noticias, insistí en la idea (en la utopía) y se lo repetí a mi novia mientras fumábamos el cigarro de la sobremesa. ¿De verdad?, me preguntó. Y después de unos segundos que no fueron ni de reflexión, le contesté: sí, aunque quizás para entonces ya necesite gafas para ver de cerca. Quién sabe, quizás algún día, nuestros Txitxaritos, consigan llegar hasta tan lejos, pero, de mientras, da igual, mientras siga habiendo fútbol, sean del color que sean las camisetas.
Sí, Mitxel también lo cree.
ResponderEliminarPor supuesto/bien sur!!!!
ResponderEliminarAhora que me acuerdo, el cuco Ziganda dijo hace unos meses que si el Athletic era capaz de mantener el bloque de jugadores que tiene hoy en día podría llegar a pelear por la liga en 2 ó 3 años. De todas formas, os lo imagináis? Jo, yo el sábado me lo imaginé, en serio,bueno, me lo he imaginado muchas veces, la verdad. Toquero levantando la copa (ya sé que no es el capi pero era mi imaginación), Wembley petado de ikurrinas y banderas del Athletic, Pozas... Joder!!! Es que nos merecemos que nos pase algo de esto ya.
ResponderEliminarAupa Athletic!!!
Yo creo que lo mío tiene cura, lo tuyo no, tío.
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