lunes, 15 de agosto de 2011

Lenny Cooke


La palabra hype, pronúnciala jaip, aún no ha sido admitida por la Real Academia de la Lengua, pero dime tú que en unos años no pueda ser un nuevo anglicismo en adopción. Se puede utilizar en muchos ámbitos: la música, el cine, el arte... el deporte.
Y, sobre todo, perdonadme (sorry, man), en el deporte americano, probablemente porque los americanos tienen los mecanismos necesarios para crear un hype como mandan los cánones.
Hype viene a ser el producto de una campaña publicitaria que, de la noche a la mañana, pasa del anonimato al éxito más absoluto, y más irreal. Porque para ser un hype tienes que estar al borde del fracaso, tienes que aceptar la sospecha de la falsedad, tienes que caerte para no volverte a levantar. Y si no lo haces, tienes que tener el potencial para hacerlo.
Un ejemplo de jaip: cuatro adolescentes británicos que acaban de aprender a tocar sus instrumentos tocan en un garito cualquiera y un cazatalentos los encuentra guapos y vendibles. En dos meses copan las listas de éxitos, salen en la NME, en Pitchfork, en el programa de Jay Leno... Todo el mundo se sabe su canción que probablemente hable de una chica super cool que bailaba que te cagas en la pista de baile. Graban el segundo disco pero a nadie le gusta. Ya no se vuelve a saber nada de ellos.
En el baloncesto, que es a lo que íbamos, ha habido miles de ejemplos, pero dicen que el mayúsculo, es el del neoyorkino Lenny Cooke.
Hace unos días resumió su historia la página de baloncesto solobasket.com y ésa puede ser la fuente desde la que indaguéis más si os interesa.
En resumen, es la historia de un crío que con 15 años perdía el tiempo en uno de los barrios más degradados de New York. Alguien le invitó a jugar un partido, y Lenny descubrió que era bueno en aquel juego. En menos de dos años se convirtió en una auténtica sensación a lo largo y ancho de los Estados Unidos, y empezó a olvidarse de los agujeros en el suelo de su apartamento que su madre le obligaba a tapar con mantas cuando venían visitas para que no cayeran en el piso de abajo, donde vivían camellos y prostitutas.
Un adolescente de 2'01 que lo mismo jugaba por dentro que por fuera. Un jugador que humillaba en la cancha lo mismo a Amar'e Stoudamire que a Carmelo Anthony. Un crío que empezó a codearse lo mismo con millonarios que con sicarios y camellos del barrio. De la noche a la mañana se convirtió en una estrella, en el objeto del glamour, en un crío que metía más de 50 puntos en tres cuartos para pasarse el cuarto en el banquillo mientras firmaba autógrafos. Los periodistas lo dejaron así de claro: el mejor jugador de baloncesto de New York desde Kareem Abdul Jabbar.
Pero la leyenda cuenta que todo se terminó cuando se enfrentó, ante los focos atentos de toda la prensa, a un desconocido jugador de Ohio que empezaba a despuntar, LeBron James, y se quedó en nueve puntos, mientras que el otro al que todo el mundo conoce ahora, hacía que su equipo ganara el partido con un triple en el último segundo.
Desde entonces, todo empezó a terminarse para un jugador al que todos colocaban en la NBA. Decidió no jugar la NCAA porque, entre otras cosas, tenía muchísimos problemas en los estudios, y se drafteo. Pero las lesiones le dejaron sin equipos. Llegó a jugar en Filipinas y en los Shangai Sharks de China, pero con 24 años acabó retirándose después de un rosario de lesiones, malas decisiones y una auténtica historia de como se pasa del éxito al fracaso en cuestión de segundos.
Dicen que tenía tanto talento como desprecio por el juego. También dicen, y él lo comparte, que tuvo las amistades incorrectas y tomó las decisiones más equivocadas. Ahora, con 29 años, se dedica a dar charlas de motivación a jóvenes adolescentes y, añade, pretende darse una última oportunidad.
Están preparando un vídeo sobre su vida. Una vida muy distinta a la que acabó por tener su rival en aquella noche en el ABCD Camp de 2001. Ahora, es LeBron James quien se fotografía con Jay-Z.
¿Más hypes?
Los seguirá habiendo mientras haiga meigas, ya sabes. Los hypes se retroalimentan y supongo que juegan un papel fundamental en el perfecto engranaje económico y mediático del deporte profesional y amateur de los Estados Unidos. Sin Cookes, quizás no habría Jameses, y sin Jameses, quién sabe, quizás no habría Nowitzkis. Y sin Nowitzkis no habría nada, no habría baloncesto. Así que acabo de convencerme de que los hypes son necesarios y no sé muy bien cómo. Como no sé cómo, tampoco sé cómo explicarlo y como no sé cómo explicarlo, mejor lo dejamos aquí, sí.

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