martes, 13 de septiembre de 2011

Marzio Bruseghin

Lo reconozco. Últimamente en este blog solo se habla de una carrera amateur que, probablemente, a los que no se hayan apuntado, o bien porque no pueden o porque se las trae al pairo, pues no les interesa lo más mínimo. La verdad es que la Organización de la prueba no es que esté dando muchos quebraderos, entre otras cosas porque nos estamos privando de los lujos, pero sí que nos está quitando el poco tiempo libre que tenemos. El resto, los dedicamos a correr para no hacer el ridículo cuando nos presentemos este sábado en la línea de salida.
Además, hoy no es el día más indicado para volver al tajo de escribir entradas. Hoy empieza lo gordo en mi trabajo y el caos me ha llevado a que, desde que he salido de casa a las siete de la mañana, no haya tenido ni un segundo para dar una bocanada de aire. Bueno, algún segundo sí, que ya me he fumado un par de cigarrillos. Al menos, bocanadas de alquitrán.
Sin embargo, quizás precisamente por esa actividad, me he tomado cinco minutos de respiro, y me he puesto a escribir una entrada rápida sobre los dos grandes días de ciclismo en vivo y en directo que tuve la oportunidad de compartir la semana pasada con algún asiduo al blog.
Porque la semana pasada, semana en la que la Vuelta a España regresaba a Euskadi después de más de treinta años como estaréis, a buen seguro, cansados de escuchar, me animé a conducir hasta Noja para que me invitaran a comer y después me acompañaran a ver el final de etapa. Al día siguiente, mi compañero de fatigas ciclistas y un servidor, nos volvimos a ir de casa en la sobremesa para ponernos de puntillas en las aceras de Bilbao. La idea era ir al Vivero, pero nuestras obligaciones no nos daban tiempo y nos tuvimos que conformar con la capital del territorio histórico.
En Noja, no vimos ganar a Gavazzi pero vimos atacar a Vandewelle. Nos colocamos en la cuesta del Pescador, recién daban la curva viniendo de la carretera de Helgueras y a pocos metros de la pancarta de los dos últimos kilómetros. Era la única cuesta cerca, y mereció la pena. Es sorprendente ser testigo de un cambio de ritmo y como se erizan las piernas de los corredores que no quieren perder comba. El pelotón llegó unos minutos más tarde, algo más relajado, pero con Cobo sudando en cabeza. El resto del espectaculo lo pusieron los rezagados: un Jorge Azanza al que le delataba el dolor el gesto de la cara, un Igor Antón a ritmo relajado charlando con David Moncoutie, un Luis León Sánchez que apenas aguantaba el ritmo de un cuarteto con ganas de irse al hotel... Lo de siempre, los pequeños detalles que le dan más valor a este deporte que las propias victorias. Antes que todo eso, nos pasó muy cerca la caravana de publicidad. Un puñado de coches con prisas y azafatas que juegan a los dardos con las gorras de publicidad. Las comparaciones son odiosas, pero para alguien que haya sido testigo de lo que supone el Tour, aquella caravana parecía del Oeste.
Como no tuvimos bastante, al día siguiente nos acercamos a Bilbao. Nerviosos desde el principio, y aún no sabíamos como iba la carretera. Como era imposible acercarse al Vivero, decidimos que lo mejor era pegarnos al esprint bonificado del último kilómetro, por si acaso Froome y Cobo se jugaban la vuelta. En esta ocasión, las cuestas eran para abajo, porque nos colocamos a escasos metros de la bajada del puente de la Salve, cómodos para verles de espalda marchar hacia la pancarta del último kilómetro en Alameda de Rekalde. Además, encontramos un bar en esa misma acera, con las puertas abiertas de par en par y dos sillas libres junto al televisor. El sitio ideal para compartir el directo de la tele con el directo de la cuneta. Y así nos tragamos la etapa, a medias en la barra, a medias en la acera. Al entrar, nos llevamos el subidón: Antón y Verdugo escapados, junto con Bruseghin y Dyachenko. Luego empezó el suspense cuando los minutos empezaban a escasear. Y fue creciendo, mientras crecía la ilusión, y la gente empezaba a hacer cábalas y hervía Alameda de Rekalde al mismo ritmo que se llenaba de gente. Con la segunda ascensión al Vivero, cuando ya habíamos visto pasar a los corredores una primera vez, todo se elevó a la máxima expresión. La gente se agolpaba junto al televisor. Unos se sorprendían admirados del gentío (¿a alguien le sorprendió que eso fuera a pasar?), otros bufaban porque no daba tiempo, los había con más optimismo o con menos, pero todo el mundo gritaba. Cuando Nieve alcanzó a Cobo y Froome, más aún. Aquello parecía un partido de fútbol. Había empezado la cuesta abajo y ya no había quien dejara pegado el culo a la banqueta del bar. Se contaban los segundos por sobresaltos. Treinta, treinta y uno. Bruseghin es buen rodador. Llega, no llega. M me decía, ¿vamos? y apuntaba con la barbilla a la calle. Yo le decía, un kilómetro más, y apuntaba con mi barbilla al televisor. Salimos a la calle cuando ya había llegado Antón a Begoña y le vimos pasar como una exalación mientras íbamos dándonos cuenta de que sí, que Marzio había claudicado y que la historia iba a terminar con final feliz. Fue una de esas experiencias que te convencen de que sirve de algo tener pasión por este deporte, y pasión por un equipo o por un grupo de corredores porque, en este deporte, eso no significa que rivalices en mala medida con el resto de los deportistas. Eso es un valor en sí mismo.
Así que lo disfrutamos, lo asimilamos, y nos fuimos caminando hasta línea de meta para llegar tarde a la entrega de premios. Nos dio tiempo a ver a Gorka Gerrikagoitia y a Miguel Madariaga recibiendo las felecitiaciones y a Pedro Horrillo vestido de Rabobank. Poco más. Lo celebramos con un pote en Pozas y nos fuimos para casa con muy buen sabor de boca.
Quedaba una etapa, la última, para confirmar el hito histórico del ciclismo cántabro. Una última etapa que para nosotros fue la resaca de la anterior, una resaca en la que además se demostró que Marzio Bruseghin es un ejemplo de deportista de élite, un caballero competitivo y respetuoso que con su sonrisa, sus declaraciones y una larga carrera de éxitos sin éxitos que deslumbren merece encabezar esta entrada casi más que el ganador, el tío que aún tendrá su nombre escalonado en pintura cuesta arriba hacia el viejo parque de atracciones.
No cabe duda de que habrá más ocasiones. Tampoco cabe duda de que esto es un deporte y de que la Vuelta en el País Vasco es un homenaje a una afición que ama y respeta este deporte por encima de consideraciones políticas. Tampoco cabe duda de que la ocasión ha sido bien utilizada por distintas posturas políticas y, por lo tanto, ha sido sacada de tiesto de diferentes maneras. A mí, no me sorprendió nada lo de El Vivero, lo de Urkiola, lo de Las Muñecas, lo de Vitoria o lo de Bilbao. ¿Cómo me va a sorprender si se ve en los Pirineos? ¿Cómo me va a sorprender si por San Ignacio la cuesta de Txomintxu se llena de gente para ver a Jesper Skibby ganar el Circuito de Getxo de 1999? Solo espero, porque me gusta este deporte por encima de los titulares y de las portadas de L'Equipe y de las declaraciones de los políticos y de las grandes ideas de la UCI, solo espero que no se olviden de que con esto, no se acaba, ni tan siquiera se empieza. Que hemos perdido la Bicicleta Vasca, y aún la echamos de menos. Que perdimos la Subida a Urkiola o que la Vuelta al País Vasco, el Gran Premio de Llodio, Ordizia, Getxo o el Gran Premio de Primavera siempre repiten apurados sus presupuestos. Ojalá que no tengamos que lamentar más bajas y que podamos disfrutar de todas, porque, supongo que a los que les gusta este deporte saben que todo no termina con las tres grandes. A ver si se lo aprenden también nuestros queridos políticos.
Por último, cuelgo unas pocas fotos que sacó otro dueño de un blog amigo, este sobre la actividad deportiva llamada btt, y que estuvo con nosotros en la cuesta del Pescador. Si queréis ver más, visitáis su blog en Bttzaleak: tu página de rutas.
Y vuelta al caos.

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