Hace ya unos cuantos años, en una gasolinera de Schleswig (Iowa), conocí a un viejo sin dientes que no dejaba de sonreír. Se había puesto a nevar y yo tenía que llenar el depósito antes de volver a casa. Sabía que tenían una máquina de café y un par de mesas junto a la ventana, y pensé que sería una buena idea sentarme allí un rato y beber mientras veía nevar fuera. Así que llené el depósito, aparqué el coche en una esquina y entré a pagar. La señora del pelo cardado ya me reconocía, quizás por eso me dedicó una sonrisa truncada que significaba más de lo que parecía. Una sonrisa tan acogedora como el sofocante calor que la estufa de gasoil extendía por toda la habitación. Después me preparé un café y al ir a sentarme junto a la ventana, me encontré con él. Solo, pero cómodo. Estaba sentado y reposando contra la pared. Me fijé en su camiseta y él descubrió mi mirada. Sin dejar de sonreír, me preguntó si sabía quién era aquel tío que aparecía rotulado en una camiseta que marcaba su cuerpo delgado pero aún vigoroso. Me encogí de hombros y luego contesté: Babe Ruth? Estaba claro que era un jugador de béisbol y que era blanco, pero no sabía otro nombre que no fuera aquel. Dijo que no con la cabeza mientras sonreía con su boca desdentada intentando aparentar enfado. Unos segundos de emoción, me invitó a sentarme a su lado, lo hice, y finalmente me corrigió: no, es Lou Gehrig.
Y me explicó quién fue Lou Gehrig.
Porque yo sabía que había una enfermedad que llevaba el nombre de un jugador de béisbol. Eso sí, no sabía el de quién. Ni sabía que la enfermedad de Lou Gehrig es la esclerosis lateral amiotrófica. Ni, por supuesto, había visto aún a Gary Cooper en "El orgullo de los Yankees". Ni había leído los poemas de John Kiernan o de Willard Mullin. Tampoco había escuchado nunca su discurso de despedida.
Aquel anciano desdentado, con aspecto saludable, en manga corta, y una sonrisa que contagiaba, me lo explicó todo. Me repitió el discurso palabra por palabra, y mientras lo hacía, parecía que aquella gasolinera retrocedía en el tiempo y todo a mi alrededor tomaba los colores blanco y negro. Estábamos en el Yankee Stadium. Era el 4 de Julio de 1939. Lou Gehrig me miraba directamente a los ojos, pero yo miraba a mi café como si fuera un pozo de ácido lisérgico.
Fue un buen día.
Fuera dejó de nevar. Me despedí con candidez y me fumé un cigarrillo en la trasera de la gasolinera antes de montarme y regresar a casa.
Desde entonces, aún recuerdo pequeños trozos del discurso de Gehrig, del discurso del viejo de Schleswig, y cuando lo necesito, lo olvido, y cuando me olvido, lo recupero. Solo hay una frase de un veterano de otro deporte a la que recurro con más asiduidad. La pronunció John Wooden, entrenador de baloncesto universitario, hace muchos años: "Do not let what you cannot do interfere with what you can do." Es decir: "no dejes que lo que no sabes hacer entorpezca lo que sí sabes hacer". Resulta muy útil, de verdad. Eso sí, el mensaje de Gehrig, no me da tiempo a traducirlo.
"Fans, for the past two weeks you have been reading about the bad break I got. Yet today I consider myself the luckiest man on the face of this earth. I have been in ballparks for seventeen years and have never received anything but kindness and encouragement from you fans. "Look at these grand men. Which of you wouldn't consider it the highlight of his career just to associate with them for even one day? Sure, I'm lucky. Who wouldn't consider it an honor to have known Jacob Ruppert? Also, the builder of baseball's greatest empire, Ed Barrow? To have spent six years with that wonderful little fellow, Miller Huggins? Then to have spent the next nine years with that outstanding leader, that smart student of psychology, the best manager in baseball today, Joe McCarthy? Sure, I'm lucky. "When the New York Giants, a team you would give your right arm to beat, and vice versa, sends you a gift - that's something. When everybody down to the groundskeepers and those boys in white coats remember you with trophies - that's something. When you have a wonderful mother-in-law who takes sides with you in squabbles with her own daughter - that's something. When you have a father and a mother who work all their lives so you can have an education and build your body - it's a blessing. When you have a wife who has been a tower of strength and shown more courage than you dreamed existed - that's the finest I know. "So I close in saying that I might have been given a bad break, but I've got an awful lot to live for."
Gran entrada Holden!!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Un saludo.
Gracias Ricky. Urte berri on!
ResponderEliminarQue bien que escribes, un placer leer de este legendario deportista con historia trágica.
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