Si buscáis en wikipedia os dirán que Águeda de Catania es Santa. No falta nada para que se celebre su festividad, por cierto. Además de eso, en la wiki, os contarán por qué es santa y donde nació y hasta os contarán una historia muy bonita sobre el volcán Etna. Pero, por supuesto, no es de nada de eso que yo quiero hablar.
De hecho, la wiki termina uno de sus primeros párrafos diciendo que "en el País Vasco se le atribuye una faceta sanadora". Y se refieren a la veneración a la virgen de Santa Águeda.
No sé si buscábamos redención, sanidad o perversión, pero Santa Águeda, en mi imaginario particular siempre me ha sanado el aburrimiento.
Porque en mi pueblo hay una ermita y en Febrero la gente coge unas varas enormes que golpea por el suelo, le canta canciones en euskera a la virgen y el domingo se sube en romería hasta la ermita para asistir a misa, comprar rosquillas de anis y pasar el día en comunión con la naturaleza, ya me entiendes. Pero nosotros, en aquellos años en los que rozaba la veintena, lo hacíamos más emocionante y subíamos la noche antes, a pasarla en el cobertizo que hacía las veces de refugio o acampados en La Pozorra. Noches de insomnio, bien regadas, viendo pasar los coches allá abajo en la autopista y sintiéndote al mismo tiempo insustituible y diminuto.
Pero tampoco quiero hablar de eso ahora.
Quiero hablar de que por la ventana del despacho veo como está nevando en la ciudad donde se hace la ley. Y estoy pensando que me quiero ir para casa a todo correr y que conducir de vuelta se va a parecer mucho a cuando jugábamos a aquel videojuego de Carlos Sainz donde tenías que conducir su coche por un circuito helado y nocturno donde yo no llegaba a meta ni aunque tirara de mi la grua de la Mutua.
Estoy pensando que me parece que hoy no voy a correr. Y tampoco fui ayer ni antesdeayer. Así que hemos vuelto a joder el planning que me había hecho. Pero fui el lunes a correr, y de eso, sí, de eso sí quería hablar.
¿De correr en lunes?
Pues sí, de que corrí el lunes.
De que el lunes me levanté a las seis de la mañana, me monté en el coche, me vine a currar. Me di por almorzado con medio sándwich a las doce y media de la mañana y a las tres y algo me volví a casa. A las cuatro y pico entraba por la puerta con una determinación que no había conocido hasta entonces, así que me puse las zapatillas, me abroché el pulsómetro, la dije adiós con una sonrisa y me marché a correr del tirón. Y no quería decirlo, pero sabía muy bien a dónde quería ir.
Porque últimamente la gente me estaba chinchando mucho. Nuestros amigos pormaratonianos, que también se asoman por aquí de vez en cuando, me estaban poniendo los dientes largos con todos sus planes, sus éxitos y su desarrollo. Y un pormaratoniano en concreto, el que también monta en bicicleta, si no era suficiente con lo que se leía en los blogs y twitters, me puso los dientes más largos de viva voz, de cuerpo presente, asistiendo al hat-trick de Llorente de pie junto a la barra del bar: "me he ido corriendo hasta Santa Águeda". Joputa, pensé con todo el cariño y respeto del mundo.
Lo habíamos hablado unos días antes: ¿objetivos deportivos para este año? Uno de ellos, el mismo de siempre: subir corriendo hasta Santa Águeda. Siempre fue uno de mis objetivos. No es un gran objetivo, no es un reto insuperable, pero era un reto personal, un objetivo privado, algo que me quemaba en la sesera y en los gemelos desde hace años. Porque ya lo intenté en su día con el ganador de la I Pormaratoniana y se tuvo que parar para esperarme y nos volvimos a casa. Vamos, que no llegué. Y he pasado por allí cientos de veces, a pata, camino del monte, porque la espina dorsal que une el Arroletza con el Apuko, camino del Eretza, es como un hábitat natural para este servidor. Y muchas veces me encontré con corredores que iban y venían camino de la ermita, y la envidia no era tan sana como la imagen de la virgen de Santa Águeda que guardan dentro de la ermita. Qué va. Lo tenía ahí, clavado. Y, sí, ya lo habéis adivinado, no hay suspense, ni emoción: el lunes, con dos cojones, a mi bochornoso ritmo, pero ritmo al fin y al cabo, me subí hasta Santa Águeda y me ventilé uno de mis retos deportivos para 2012 y eso que estamos a 2 de Febrero.
Volví a casa una hora y veinte minutos después de correr unos 13 kilómetros. Me di una buena vuelta antes de enfilar la primera cuesta que te sube hasta el barrio de Cruces y para cuando empecé a dejar La Paz a un costado, ya veía la media hora de cerca. Seguí el orden del tráfico, y giré por el misterioso edificio gubernamental hasta llegar al valle lleno de huertas y encontrar la primera cuesta abajo que te lleva hasta los depósitos. Todo este tramo, el primero, es lo más duro, si pasas esto, ya lo tienes todo hecho. Pero, hasta ahora, nunca lo había pasado, y sufrí, sufrí y pensé que en los depósitos me daba la vuelta y volvía a casa, pero no lo hice, y encaré la primera cuesta a sabiendas de que ya no había marcha atrás, iba a llegar hasta la ermita.
Y llegué fácil. La subida es corta y sencilla. Hay continuos descansos y las rampas más duras son cortas. Has pasado la primera, descansas un rato, y para cuando se vuelve a empinar, ves la ermita al fondo, con lo que te animas y no te duelen las piernas. Las últimas rampas duras están al final, recién pasada la entrada a la pista que sube hasta Peñas Blancas y a pocos metros de la ermita, pero no son difíciles.
Cuando llegué a la ermita, todo parecía abandonado. El día era gris pero parecía acogedor. No se oía nada. Olía a excremento de vaca. Me sentí complacido, por qué no decirlo. Corrí hasta tocar el murete de la ermita, me di media vuelta y sin parar, me puse a bajar con mejor ritmo, el puño prieto y ahogando un grito de satisfacción. Acababa de darme cuenta de que no era para tanto, pero lo había hecho, y después de tantos años de proposición incompleta, nada me iba a robar la satisfacción de haberlo hecho. Así que bajé disfrutando como un niño, dejándome llevar, respirando con profundidad, mirando el paisaje y sonriendo. Así hasta casa, de verdad.
Hacía mucho que no me sentía tan bien corriendo y después de correr.
Al fin y al cabo, siempre es agradable cumplir tus retos, y si son tuyos y son retos, nunca pueden ser pequeños. Sé que no es como subir el Everest, ni tan siquiera es mi Everest, pero aunque tampoco sea el Gorbea, quizás sí sea mi Gorbea. O puede que acabe por correr hasta la cima del Gorbea también, ¿que no?
Ahora te toca subir por Castrejana. Los recuerdos que tengo de aquel día que fuimos por allí son de dureza. La subida es más corta, pero...
ResponderEliminarMi reto siempre ha sido ir y volver a la playa de Muskiz desde Barakaldo. Nunca lo he hecho. He ido, pero me volví en coche.
Saludos.
Ambaslasdos demasiado reto para mí, pero quién sabe, ya veremos. Por ahora, me conformaría con hacer lo que tú ya has hecho
ResponderEliminarPues yo ir hasta muskiz o volver sí que lo he pensado hacer, creo q un día de estos va a caer, pero ida y vuelta me parece demasiado para mí, de momento...
ResponderEliminarHC, cuando quieras intentamos lo del Gorbea, aunque lo veo bastante complicado la verdad, por lo menos la última cuesta, qué te parece para finales de marzo? Habrá mejorado el tiempo y nuestro estado de forma será algo mejor que ahora. Además, si hacemos eso en la media de Bilbo igual volamos.
Flipas. Desde Pagomakurre hasta el atajo, corriendo, puede, pero de ahí a la cima, me veo andando o, si me apuras, arrastrándome. Me apunto más al reto de volver a Santa Águeda, y cuando bajas, coger la pista forestal y subir hasta Peñas Blancas, o, mejor, hasta el Apuko. Si llego hasta allí, me sentiría como Kilian Jornet.
ResponderEliminarMuy chula la entrada Holden...ya ni me acuerdo de la última vez que subí a Santa Águeda, andando claro; lo que sí recuerdo y añoro es el buen día que suponía ir y lo buenas que estaban las rosquillas, ummmm!!
ResponderEliminarSaludos.