Recién salido del horno. ¿Te gusta el ciclismo? Pues si te has perdido la etapa de hoy, no te lo perdonarás. Ayer lo hablaba con alguien: está siendo un Giro muy extraño, pero quizás es el ciclismo actual, más rácano y calculador. Todo el mundo quiere quedarse con lo que tiene. Excepto, Thomas de Gendt. Hoy ha hecho una de esas etapas que crean afición y que le dan sentido a la carrera deportiva de un ciclista. Además, la grandeza de su triunfo se ha multiplicado por el valor del escenario y el empeño de los ciclistas que le acompañaban. Él y Mikel Nieve, y Ion Izagirre, y Damiano Cunego, y Matteo Carrara, y John Gadret, y todos los demás, han escalado metros con el pecho al aire. Han pasado del verde brillante al blanco de las cumbres nevadas a través de estrechas carreteras. El asfalto se volvía tierra, el sol desaparecía, volvía a aparecer, el polvo se tragaba a los corredores, los coches se calaban, el público se avalanzaba y yo no me levantaba del sillón.
Los primeros han aguardado hasta unos últimos mil metros que parecían interminables. Ryder Hesjedal se desgañitaba buscando colaboración, los colombianos se aferraban al sufrimiento, Basso daba bandazos, Scarponi volvía a echar espuma por la boca y Joaquim Rodríguez demostraba que es más eficiente en quinientos metros que muchos otros en doscientos kilómetros. Ha sido una batalla final de supervivientes. Un concurso de pruebas de esfuerzo. Y, mientras tanto, Thomas de Gendt intentaba darse cuenta de lo que acababa de hacer: ciclismo del de antes, suelen decir, del épico, loco, desesperado y valiente. Si era de antes, también debe ser de ahora, ¿no?
Al final, se ha quedado a un par de minutos del éxtasis, pero mañana, en Milán, se apretarán aún más los dientes. A falta de la lucha contra el reloj, mi opinión personal coincide con la de otros: un Giro raro. Decepcionante en el palco, emocionante en la platea. Los mejores han sido los que no lo son en la clasificación final. Ha sido un Giro de debutantes, jóvenes y secundarios ganándoles la partida a los protagonistas.
Y no sé qué opinarán los ciclistas, no sé qué dirá Abraham Olano, pero, como aficionado, por favor, que suban el Mortirolo todos los días. Lástima que no se haya podido ver a los últimos. Lástima que eso no salga en televisión. Los que alguna vez hemos estado en las cunetas de pendientes como ésas sabemos que ahí reside la belleza de este deporte, y solo imaginarme subir a los últimos por las rampas más empinadas del Mortirolo, se me ponen los pelos de punta. Aunque, con el gesto concentrado de Thomas de Gendt me conformo.
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