Hoy he leído en prensa que Kenyon Dooling se retira. Ha jugado más de 700 partidos en la NBA, repartidos entre los Clippers, los Heat, los Magic, los Nets, los Bucks y los Celtics. Podía haber seguido, tenía ofertas, pero a sus 32 años ha decidido dejarlo, según confesaba en una entrevista con Jennifer Camerato para CSNNE.com. Dooling repasa en la entrevista su carrera deportiva y se despide con una confesión muy personal que ha cruzado el charco. La antigua estrella de Missouri, por primera vez y en su última entrevista como jugador profesional, habla de su infancia y de las consecuencias psicológicas que durante toda su vida ha sufrido tras ser víctima de abuso sexual cuando era joven. Dooling afirma que a lo largo de su carrera ha sufrido bloqueos mentales y ha ejercido de terapeuta con otros compañeros que pasaron por lo mismo. A sus 32 años, dice adiós porque, según comenta, lleva sopesándolo los últimos cinco años, y, si no lo había hecho antes, había sido por la misma razón que le lleva a hacerlo ahora: su familia. Se arrepiente de haberse perdido muchas experiencias como padre y quiere recuperar el tiempo perdido, mientras se congratula de ser un auténtico afortunado: con dinero suficiente para no pasar problemas económicos y sin problemas físicos que le impidan llevar una vida saludable.
Dooling ha tenido una larga y próspera carrera según cómo lo mires. Para algunos, habrá sido suficiente y respetable. Él parece encontrarse en este primer grupo.Para otros, aunque buena cuantitativamente, su carrera no ha sido buena cualitativamente. Quizás, estos últimos, recuerden más lo que se esperaba de él que lo que al final ha dado. Pero dar ha dado. Y esperar, se esperaba más. Es verdad. Incluso cuando en edad junior pasó a la historia del baloncesto español sin saberlo ni comerlo.
Y es que Kenyon Dooling era uno de los componentes de aquella selección americana que cayó derrotada en la final del Mundial Junior que se disputó en Lisboa en 1999. Lo hicieron ante la España dirigida por Charly Sainz de Aja y el bilbaíno Carlos Sergio y, para muchos, para todos al parecer, ése fue el nacimiento de la época más gloriosa del baloncesto español.
Los americanos llegaron a la final sin haber perdido un solo partido. De hecho, los habían ganado todos por una diferencia mínima de diez puntos. En el primer partido, le sacaron sesenta a China. Ninguno de aquellos jugadores llegaron a estrellas del firmamento NBA. Alguno se labró una carrera digna o aún sigue haciéndolo y otros ampliaron el estereotipo del profesional del baloncesto americano con ánimo de trotamundos. Matt Carroll, que aún juega en los Bobcats, Bobby Simmons Jr, que vuelve a los Clippers y llegó a ser nombrado Most Improved Player en 2005 y Nick Collison, quien tras pasar por Seattle Supersonics ahora juega en Oklahoma City han sido los que mayor carrera han hecho en la liga profesional americana junto con Kenyon Dooling. Otros hicieron breves carreras por muchas ligas internacionales. Adam Hall pasó por las ligas inglesas y belga. Chris Williams jugó en Australia, Francia, Hungría y China. Lance Williams aún juega en Turquía después de pasar por Bosnia, Polonia, Grecia o Arabia Saudí. Stephen Logan, el encargado de dirigir el juego junto con Dooling, acabó jugando en Grecia, Portugal o Israel. Michael Wright se ha asentado en Turquía y hasta se ha cambiado el nombre para aceptar el pasaporte turco. Ahora se llama Ali Karadeniz y antes de Turquía jugó en Polonia, España, Israel, Alemania, Francia o Corea del Sur. Otros tuvieron aún menos suerte. Nada sé de Jason Michael Parker y Stephen Lepore, uno de los mejores en aquel campeonato, responsable de que Quentin Richardson se quedara fuera, y presuntamente el protagonista de esa anécdota en la que Germán Gabriel se cruza con él por el pasillo el día antes de la final y le suelta lo de "fucking europeans", lo dejó muy pronto y se dedicó a trabajar para Spalding. Me queda uno, el mormón Casey Jacobsen, quien pasó por Vitoria y aún sigue haciendo carrera en Alemania, donde ha jugado en Alba Berlín y Brose Basket. Tuvo experiencia NBA en Suns, Hornets y Grizzlies. Aquella fue la selección americana que se vio sorprendida en la final por una España liderada en anotación por Juan Carlos Navarro y en psicología por Raúl López. La España que pasaría a la historia con el sobrenombre de los Juniors de Oro y que dejaría para la posteridad la que aún es la mejor generación de baloncestistas profesionales del país.
Si Navarro y Raúl López se podían valer solos, tampoco les vino mal la ayuda de los Pau Gasol, Felipe Reyes, Carlos Cabezas, Berni Rodríguez o Germán Gabriel que aún hoy en día siguen agrandando sus palmareses y sus currículos. Habia más jugadores, aunque, sin duda, estos fueron los que más aprovecharon aquel éxito para sacarle lucimiento a sus carreras posteriores. Otros acabaron recordando aquel Mundial como la cúspide de sus carreras, ya fuera porque su proyección no cumplió las expectativas o por desgraciados accidentes. En el segundo grupo, queda Antonio Bueno, que se labró un buen expediente hasta que cayó por aquella ventana y aún anda recuperándose para llevar una vida normal. También Félix Herraiz, que se retiro joven por sus problemas de espalda, aunque hacía tiempo que había demostrado que su lugar estaba en las ligas LEB y EBA. En esas mismas ligas, han conseguido desarrollar su carrera muchos de esos secundarios que participaron en aquel éxito internacional. Hombres como Francesc Cabeza, Julio González (que llegó a debutar en ACB con León) o Souleymane Dramé (que jugó bastantes partidos con el Joventut en la máxima competición) se labraron una reputación más allá de la ACB.
Todos ellos colaboraron para arrebatarle el oro a Kenyon Dooling en un Mundial aquel de Portugal que vio como el bronce se lo llevaba la Croacia de los Mario Stojic, Andrija Zizic, Dalibor Bagaric o Zoran Planinic. Sin medallas, se quedaron los griegos de Antonis Fotsis, Lazaros Papadopoulos, Andreas Glyaniadakis o Georgios Diamantopoulos, una selección que no hizo precisamente amigos según queda reflejado en muchas de las anécdotas que se pueden leer por internet de aquel mundial de 1999. Tampoco consiguieron entrar en el pódium otros equipos potentes como la Argentina de Federico Kammerichs, Diego Ciorciari o Martín Leiva, la Rusia de Alexander Miloserdov, Denis Ershov o Andrei Kirilenko, la Australia de Andrew Rice o David Andersen o la Letonia de Janis Blums, Kaspars Cipruss, Raitis Grafs o Kristaps Valters.
Viendo todos los que se quedaron sin medalla, quizás la plata le sepa a gloria a Kenyon Dooling. Igual que su carrera deportiva le colma, ahora que se retira, aunque no pueda lucir merecimientos visibles, ni le vayan a retirar la camiseta, porque, a veces, hay certezas mucho más mundanas que, al valorarlas, dan más gozo que los trofeos, los flashes y las portadas de los periódicos.
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