jueves, 25 de octubre de 2012

Tarik Chaoufi



A sus 26 años este ciclista marroquí ha alcanzado la mayor gloria de su carrera deportiva al alzarse con el primer puesto en el ránking UCI de África. Antes, ya ganó etapas en el Tour de Ruanda y el Tour de Mali, pero 2012 ha supuesto un salto cualitativo en su palmarés al adjudicarse el Campeonato en ruta de su país, la Challenge du Prince-Trophée Princier, y etapas en la Vuelta a Marruecos y la Tropicale Amissa Bongo. Con todo esto, Chaoufi no ha aparecido en los titulares de las secciones deportivas de la prensa española por sus méritos deportivos, si no porque estos, una vez estipulados numéricamente por la UCI, le han valido para convertirse en el último fichaje del Euskaltel que en la temporada 2012-2013 gestionará, de nuevo, Igor González de Galdeano.
Esto ya lo sabemos todos. Sabemos que además de Chaoufi, el veterano corredor griego Ioannis Tamouridis, los velocistas alemanes Andre Schulze y Steffen Radochla, los eslovenos Jure Kocjan y Robert Vrecer, el joven y ambicioso ruso Alexander Serebryakov, el portugués que ya ganara la Volta de su país, Ricardo Mestre, y el andaluz Juan José Lobato correrán esta temporada con los colores naranja del Euskaltel. Todos ellos, en conjunto, no sabemos quién firmó primero y quién el último aunque el primero en rumorearse fue Kocjan y el primero en anunciarse Mestre, han pasado a la historia al convertirse en los primeros corredores que no cumplen con la filosofía que vio nacer al equipo y que el equipo ha mantenido intacta en sus 18 temporadas de historia. 
También sabemos todos que hay un solo interés en el fichaje de estos corredores. Ese interés no es más que alcanzar una suma de puntos que dispensen al Euskaltel un lugar entre los quince primeros equipos a los que la organización de la UCI les otorgará el derecho a participar en las pruebas más importantes del calendario internacional. Igor González de Galdeano ha confesado este objetivo, pero, a menudo, en las últimas entrevistas que ha tenido a bien empezar a conceder, se percibe un empeño por dotarle a todos estos fichajes de una justificación deportiva que resulta un tanto frágil y forzada. Me explico. En mi opinión, chirría un poco explayarse en relación con la cantidad de puntos que estos corredores van a proporcionar, insistir en los cambios hacia la globalidad y el aperturismo que supuestamente preconiza la UCI, insinuar que esta situación es impuesta e inevitable, para luego, deslizar un breve y poco apasionado recordatorio sobre las posibilidades deportivas que estos corredores pueden aportar en cuestiones de formación y de resultados. Me explico. En mi opinión, chirría recurrir a paralelismos oportunistas con Lotto-Belisol o Orica Greenedge cuando las circunstancias en las que surgieron estos dos equipos no coinciden con las del Euskaltel, para bien o para mal, y cuando se están estableciendo comparaciones que producen el efecto contrario. Con todos los respetos para los nueve corredores que he mencionado anteriormente, comparar su rendimiento, ya sea por lo que han hecho o por lo que puedan hacer, con Greg Henderson, Lars Ytting Bak, Vicente Reynés, Andre Greipel o Adam Hansen, por nombrar solo a cinco de los que corren en el equipo belga, o Michael Albasini, Sebastian Langeveld, Pieter Weening, Jens Keukeleire o Tomas Vaitkus, por nombrar cinco de los que corren en el equipo australiano, me parece injusto y equivocado. Creo sinceramete que solo hay un motivo para haber firmado a esos corredores, y opino que ese motivo se corresponde con la ecuación más económica entre la cantidad de puntos UCI y la disponibilidad contractual. Tampoco me gustaría terminar estas consideraciones sin insistir en que los nueve corredores que formarán con la equipación naranja a partir de la próxima temporada, merecen todos los respetos deportivos y no se puede dudar, en principio, de que intentarán aportar para participar en el éxito del equipo. Alguno de ellos, como el andaluz Juan José Lobato, el ruso Alexander Serebryakov o el esloveno Jure Kocjan, son aún jóvenes y han demostrado cualidades que invitan a confiar en su progreso.
No ha sido un verano fácil para los aficionados al ciclismo. El informe de la USADA destapando el supuesto (y solo utilizaré supuesto hasta que el caso esté cerrado) dopaje sistemático del equipo US Postal encabezado por Lance Armstrong ha mediatizado la actualidad deportiva más reciente. Las posteriores confesiones de dopaje de muchos de los ciclistas que en los noventa destacaron invita a sucumbir a todos aquellos que seguimos resistiendo en nuestra afición por este deporte. Se intenta simbolizar este último caso como un final definitivo a una época marcada por la trampa y la corrupción, para dar paso a una nueva época que levante al ciclismo de las heridas que, de alguna manera, se ha autoinflingido, o le han infligido, muchos de los que decían quererle. Como bien señalaba Pedro Horrillo, sorprende ver como todas las confesiones de los compañeros de Armstrong, comenzaban con una confesión sentimental sobre el amor que sentían por este deporte. Ya nadie parece acordarse de que la UCI sospecha de Carlos Barredo (supuesto, también) y que Steve Hounard ha dado positivo por EPO hace pocos meses. Greg Lemond ha escrito hace un par de días una carta dirigida a Pat McQuaid que ofrece un punto de vista distinto sobre la realidad levantada tras la publicación del informe de la USADA. Quizás el dopaje solo sea una perversión más de otros instintos que tienen que ver con el poder y la prevaricación y que deberían ser depurados antes de detenerse tan solo en la figura de un corredor concreto al que no pretendo justificar con esta opinión. Los americanos siempre fueron buenos costruyéndose héroes y antihéroes, figuras individuales que acaparaban intereses más complejos, como bien explicó Norman Mailer cuando no se refería para nada al ciclismo. Pero no es de esto de lo que quería hablar hoy aquí. Si todo esto ha hecho que el final de la temporada se haya convertido en algo más que una pacífica sobremesa para los aficionados, para los aficionados vascos, las aventuras y desventuras del equipo que representaba los sentimientos de una gran parte de la afición ha supuesto una segunda prueba de fuego para su vinculación sentimental con este deporte. 
El verano ha transcurrido entre anuncios de cambios estructurales en el equipo (me resisto a utilizar la palabra Euskadi siguiendo a un guión que la una a la del viejo patrocinador que ahora es también gestor único hasta que se aseguren las conversaciones que se mantienen con Miguel Madariaga para renovar la colaboración con la Fundación Euskadi), cartas de excorredores que han dado pie a cientos de comentarios, políticas de renovaciones y no renovaciones bastante contestadas, recogida de firmas para ilustrar el descontento de la afición con el cambio de filosofía (a penas se le ha dado bombo a esta medida pero el número de firmas recogidas, aplicando variantes como el número de socios de la Fundación o el de aficionados activos en la web o la procedencia internacional de los firmantes, es bastante significativo), anuncio de nuevos equipos alentados por la Fundación, promesas que marchan a otros equipos, cuentas de la lechera en relación con los ránkings de la UCI, declaraciones furtivas, opiniones de profesionales ajenos al equipo, rumorología varia sobre los fichajes... Un caos informativo que ha terminado, si se me permite, en un caldo de cultivo un tanto enrarecido y negativo que no creo que se pudiera haber evitado dado el carácter y la trascendencia de las decisiones que se han tomado. 
Con todo esto, y a espensas de que la UCI, ahora anda ocupada revisando los tests de dopaje de pruebas pretéritas, publique la definitiva clasificación de los equipos World Tour, nos encontramos en un escenario que muchos aficionados aún no han podido procesar del todo. El equipo cuenta ahora con un inversor único que ha hecho una gran apuesta económica y ha reestructurado la jerarquía de poder del equipo. Aún, al parecer, se negocia el tipo de relación que se mantendrá con la Fundación Euskadi, origen de un proyecto que no ha dado un paso adelante, si no que ha dado un paso en otra dirección. Ahora es algo distinto, aunque guarde aún una ligazón con la historia anterior de dieciocho años de ciclismo con una filosofía muy concreta. El equipo sigue dando cabida a un número muy alto de corredores vascos o formados en Euskadi que, presuntamente, hasta que la UCI lo haga público no lo sabremos a ciencia cierta, volverá a tener la posibilidad de disputar las pruebas más importantes del calendario. Si, como se promete, se mantiene un interés vivo por la cantera y por incrementar el flujo de amateurs que acceden al campo profesional, aún podríamos convenir que la transformación del proyecto en un equipo profesional que se acerca a los valores y características de todos los demás equipos profesionales para alejarse de lo que le hacía distinto puede ser un cambio asumible, duela más o menos. 
Y ahora viene, y lo dejo en párrafo aparte para que se lo salte a quien no le interese, la opinión personal del que ha escrito todo esos farragosos e insustanciales párrafos anteriores. 
Como aficionado al ciclismo, desde el televisor y desde la cuneta, y aunque nunca haya pagado cuota de socio de la Fundación, el nuevo rumbo del equipo me entristece y me conmueve a partes iguales. La supuesta inevitabilidad de las decisiones tomadas solo me invita a reflexionar sobre la deriva organizativa de este deporte, aunque yo no tenga los datos suficientes para convertir mis opiniones en argumentos válidos. No me duele tanto que se fichen extranjeros, como que se dobleguen ante un sistema organizativo que, en aras del bien del ciclismo, lo está convirtiendo en una suerte de producto de negocio que pervierte los valores intrínsecos de este deporte y de su ánimo competitivo. Alimentar el interés por un ciclismo globalizado y fomentar la mejora de los niveles profesionales en mercados que generalmente han vivido aislados del núcleo ciclista por excelencia, no debería significar que el ciclismo se haya convertido en un circo de fórmulas matemáticas donde se incrementa el valor de la victoria y se desprecia el trabajo de corredores que, hasta ahora, ponían en valor la labor de equipo y el mérito de la victoria compartida. Hemos pasado de estimar a los corredores a tasarlos. Hemos pasado de gestionar equipos con proyectos deportivos a cotizar índices. Le hemos buscado un hueco en equipos de élite a corredores que después han permanecido ocultos, habiendo aportado tan solo un valor númerico, ningún valor deportivo porque quizás no era allí donde debieran estar. ¿Alguien ha oído el nombre de Mehdi Sohrabi en alguna carrera europea? Lo que me desalienta de los fichajes del Euskaltel es que son fichajes oportunos y justificados, no responden a ningún tipo de ganancia que no se relacione con alcanzar un puesto entre los quince primeros del World Tour y responder así a las exigencias de la UCI, que no comparto ni, por más que lo intente, entiendo. Eso me entristece y me conmueve al mismo tiempo. Hubiera abogado por mantener la filosofía del equipo, no como un razonamiento fetichista o político, pero como una apuesta diferente y comprometida, fueran cuales fueran las consecuencias. Hubiera abogado por convertir las declaraciones de profesionales como Unzue, Matxin, Rijs y otros criticando este nuevo sistema en una postura más agresiva y activa que se enfrentara a una UCI que sigue campando con absoluta alevosía sin responder jamás de manera efectiva a los muchos quebraderos que sufre este deporte. También me entristece y me conmueve ver como el equipo se sustenta ahora, aunque antes quizás fuera simbólico, en un único gestor que acredita una inversión económica sustanciosa pero que parece sostener al equipo por una sola pata, la misma pata que hemos visto romperse en muchos otros equipos anteriormente. Decía Igor González de Galdeano hace unos días, explicando su proyecto para los próximos años, que no haberlo llevado a cabo hubiera supuesto una "muerte dulce". Quizás tenga toda la razón, pero espero que no vivamos una "muerte amarga".
No quiero terminar esta entrada tan larga con un comentario tan apocalíptico y, a título personal, vuelvo a remarcar mi visión positiva de este deporte e incluso de este equipo. Creeré hasta el final en que el ciclismo sobrevivirá a las desgracias y las corrupciones, y seguiré creyendo en el ciclismo vasco vista de naranja, de verde, de blanco o con el maillot arcoiris. Sigo creyendo que hay corredores suficientes como para darnos alegrías y mantener viva nuestra afición y volveré a ir a las cunetas aunque no pueda evitar que, después de este verano, el recuerdo que guardaba de la etapa de Luz Ardiden en el Tour de 2003 haya cambiado... quizás de manera inevitable, como todo lo demás.

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