No sabes quién es, da igual. Escribía. Bueno, joder, escribe. John Barth aún vive. Son 83 años en Mayo para el de Maryland, y 56 años desde que publicó The Floating Opera. En la universidad nos hacían leer Lost in the Funhouse. La mitad de la clase no lo leía, la otra mitad lo odiaba. Luego estaban los que no entraban ni en una ni en otra. Pocos. Uno. Quizás hasta ninguno. Una vez leí en algún lado una anécdota que probablemente no sea cierta. Pero antes, una pista. Si había una mitad que no lo leía, y otra que lo odiaba, era porque Lost in the Funhouse era uno de los ejemplos más poderosos del influjo postmoderno que caracterizaba la obra de Barth. Era pura metaliteratura. No sabes qué es, da igual. Y así, no tengo que explicártelo, porque yo tampoco. Si tienes mis años, o más, te acordarás del parque de atracciones de Artxanda y de la sala de los espejos, y como Funhouse significa la Casa de la Risa, y viene a ser una atracción de feria en un parque de atracciones, imagínate que estás de ácido y te pierdes en esa sala de los espejos, pues eso era leer a John Barth para alguno de nosotros. Y buscándole explicación, como decía, un día escuche una anécdota que probablemente no sea cierta. Contaban que cuando John Barth tenía prácticamente terminada la obra y cargaba con el montón de folios para llevárselos a su mujer, se le cayeron y acabaron revueltos por el suelo. El Señor Barth se quedó helado. La señora Barth se acercó al revuelo, recogió todos los folios sin ordenarlos, los empaquetó como pudo y se los devolvió al señor Barth: mándalo así, seguro que ni lo leen. Y así se publicó. Ya lo he dicho dos veces: una anécdota que probablemente no sea cierta.
Lo que es cierto es que una vez el amigo de un amigo mío al que llamaremos Eufemismo se fue de marcha con los amigos de otros amigos que tenía el mismo amigo y se les fue la mano. A eso de las cinco de la mañana de aquel oscuro sábado de Diciembre, con todo cerrado, pensaron que lo mejor era subir hasta la montaña e intentar colarse en el viejo parque de atracciones abandonado. Uno de los amigos de los amigos de mi amigo juraba y perjuraba que la sala de los espejos seguía en el mismo sitio. Tiene que ser terrorífico, dice que decía el propio Eufemismo. Lástima que tres curvas antes de llegar, la estrechez de la carretera y la mala iluminación (sí, y la droga, sí) distrajo al conductor y el coche acabó clavado en el barro de una cuneta. Volvieron andando a la ciudad a través de la negrura de la madrugada; se perdieron en la espesura del bosque. Eufemismo, se reía, me contaba unas semanas después que acabó desesperado, sentando en una piedra musgosa, rezando sin mucho entusiasmo por encontrar el camino de vuelta. Se reía cuando me lo contaba, pero contaba que temblaba mientras maldecía que se le ocurriera coger un atajo. Tres semanas después, se le volvió a ir la mano, y me lo encontré en el metro intentando convencer a alguien de que lo mejor que podían hacer a esas horas era subir al parque de atracciones abandonado. Me acerqué, saludé, templó su entusiasmo y susurrándome al oído, me dijo: en realidad el parque me da igual, quiero volver al bosque, aquel día se me apareció una Luz Divina. Y lo dijo así, con mayúsculas. Di un paso atrás y con cara de asustado, me prometí a mi mismo que no volvería a beber ginebra en mi vida.
¿Y todo esto a qué viene?
A que me aburro.
A que quería hacer una batería de preguntas, reflexiones, comentarios, susedidos varios y sin conexión ni profundidad ninguna, y pensé que John Barth era un buen encabezado para ello. Se me ha ido la mano, como a Eufemismo, y he hablado de todo menos de lo que quería hablar, pero como no quería hablar de nada en concreto, tampoco es que haya perdido nada. ¿Tienes un hilo y aguja a mano? Cóseme las manos, por favor.
- ¿Alguien piensa madrugar o trasnochar esta noche? Yo, más que nada, por ver a Oprah.
- Este año había pensado repasar las plantillas UCI, pero como la UCI igual acaba en la UVI y hay tantos cambios que me voy a volver loco, me parece que me voy rajar.
- Le decía el otro día a uno de cachondeo que me voy a hacer una camiseta para fiestas que diga: "Yo también soy Iván Fernández" y le voy a dejar mi turno para pedir en la txozna a toda la peña. Grande, Iván.
- El otro día subí La Arboleda desde La Orconera. Me acordaba de Alex Zulle y cuando no venían coches pillaba el interior de la curva y me sentía como Iban Mayo, pero no en Alpe d'Huez, más bien en Plateau de Beille.Yo iba a mi ritmo, desesperado pero relajado, y de repente, ni tan siquiera le oí, me adelantó un tío con el maillot de Radioshack. Me saludó calurosamente, y me resigné.
- Me pregunto si a Ángel di María le gusta la fideuá.
- No es Eufemismo, pero tengo un amigo que piensa aprovechar el twitter para comenzar una campaña de boicot contra el consumo de aspirinas. Dice que es la única forma de acabar con el Bayern.
- Supongo que a él no le haría ni puta gracia. Y, probablemente, no tenga ninguna, pero como yo llegué cansado del curro y tenía ganas de dejarme ir, reconozco que me eché unas risas con las ocurrencias fílmicas de los dedicados aficionados que le sugerían películas a Javi Martínez.
- ...
Tenía más. He visto baloncesto. No he salido a correr. El equipo del que soy socio ganó 4-0, ¡4-0! El equipo del que soy aficionado ha roto la dirección y cae por la pendiente. ¿51-11 puede ser un resultado de balonmano? He leido sobre la liga de beisbol de 1919, pero lo dejo para otro día. El hijo de Patrick Ewing juega en la ACB. Y más, pero John Barth y la sala de espejos me ha dejado agotado. Al final, ni veo Modern Family ni escribo ni descanso ni me afeito ni me quedo sopa y como dice mi suegra, sigo siendo capaz de hacer solo una cosa cada vez, así que, pongo una foto del bueno de Barth y perdonad por una de estas entradas que huelen a lo que huele el ascensor siempre que sube el hijo adolescente de la vecina del segundo, pero te juro, que es la colonia.
1 comentario:
Jajajja, buena divagación Holden!! Me ha gustado la entrada.
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