No es solo que vivamos en un mundo globalizado en el que viajas a una ciudad extranjera y entras en un centro comercial para robar el wifi y lo primero que te encuentras es otro ejemplo de la voracidad comercial del monopolio Inditex, es que el fútbol también está globalizado hasta límites insospechados. No podía ser de otra manera, ¿no? El fútbol, por mucho que tenga sus automatismos propios, pertenece al mundo más profano, y, por lo tanto, se rige por las mismas leyes comerciales y se somete a los mismos cambios sociales, digo yo. El otro día, un español se convirtió en el primero en ganar la liga de fútbol profesional de los Estados Unidos. Ya hemos hablado, largo y tendido, de los procesos migratorios que se están dando, últimamente, en el balompié. Pero es que esa movilidad futbolística, por supuesto, también se da entre los aficionados. Y más en una competición como la Champions League, que patrocina, entre otros, una aerolínea.
Así que no debería sorprenderme que, desde que salí de casa ayer a las nueve de la mañana para empezar mi ruta solitaria hasta las orillas del Atlántico, hasta hoy que estoy en la terraza cubierta de un centro comercial de Oporto, bebiendo un café del Buondi y viendo de reojo un partido por Sport TV1, un partido que no sé ni a quién enfrenta, digo, no es extraño que, en el interín, pasara todo esto.
Ya en el aeropuerto de Bilbao me encontré con algún aficionado del Bayern Leverkusen, rendido, aún con la bufanda al cuello, y tumbado en algún banco, pero con cara de satisfacción. Supongo que eran los retazos de la expedición de aficionados alemanes que el día antes habían estado en Anoeta viendo como los de Sami Hyppia ganaban a la Real Sociedad y pasaban de ronda. Había más, pero al no llevar
bufanda, pasaban desapercibidos. Eso sí, el alemán se imponía en el vientre de
la paloma y eso no es normal.
Cuando llegué a Lisboa me
encontré, en la zona de tránsfer, con un montón de gente, pero entre ellos, distinguí a algún seguidor extraviado del Paris Saint Germain. El Benfica ganó el partido del martes, pero por lo
que entendí viendo la televisión portuguesa en un pasillo de Portela, no le valió de nada.
También, y eso me sorprendió más, vi como llegaba en primera, buscando aparcamiento, al avión del Borussia de
Dortmund. No, no me equivoco, era el avión, claramente con el escudo, las letras de Turkish Airlines llegando hasta la cabina. ¿Por qué? No lo sé, jugaban en Marsella en el día de ayer, y un gol de Kevin Grosskreutz les dio una clasificación agónica.
Cuando llegué a Oporto, no me lo voy a inventar, no me encontré con nadie merodeando por la terminal. Viajeros con chándales del Spórting, del Oporto, del Benfica, del Boavista, del Real Madrid, del Celtic y hasta del Sao Paulo, sí, sí que me encontré mientras paseaba de aquí para allá, porque las máquinas del metro me jugaron una mala pasada y tuve que regresar al aeropuerto para buscar la oficina de turismo y que me canjearan mi recibo por un billete. Por cierto, la línea del metro (más bien un tranvía moderno) va desde Aeropuerto Francisco Sa Carneiro hasta el Estadio do Dragao.
Después de descansar un
rato, cuando terminó el partido entre Miami Heat e Indiana Pacers con
comentarios en portugués, me duché y acicalé tanto como pude. Merece la pena escuchar la retrasmisión de un partido de baloncesto en un idioma que no conoces, aprendes mucho y te lo pasas pipa, aunque, puede que yo sea tan aburrido que me crea que esto tiene gracia y solo tiene coña. Oírlo en portugués, hacía que me sintiera como si, en cualquier momento, fuera a
aparecer Rogerio Klafke para lanzar de tres.
Me dio tiempo a cambiar de canal antes de salir, para ver cómo marcaba Gerard Piqué antes de que me duchara y Neymar
después de que lo hiciera. El del medio, que marcó Pedro, me lo perdí, y antes de que empezara la
segunda parte dejé la habitación. Hoy he leído que hubo más, y que Neymar Jr. disfrutó del partido. Lo he oído en portugués, claro.
Más o menos a las diez en el país vecino, a las nueve en la tierra de Eusebio (su camiseta aún se vende en en las tiendas de souvenirs del aeropuerto de Lisboa como si fuera algo sagrado),
decidí salir a tomar algo. Me metí en un centro comercial prácticamente vacío, el mismo en el que estoy ahora, y ví que el wifi era gratis en la planta menos 1. Así que le resté uno a la
planta cero en la que estaba, bajé y me encontré en un rincón con un par de
servicios de comida rápida que no me apetecía visitar y la gente mirando al televisor.
Estaban dando otro partido de champions, y yo sin enterarme de que el Oporto visitaba el Vicente Calderón. No me quedé a verlo. Robé el
wifi de pie, escondido tras una columna, y cuando empezó a oler mal y el guardia jurado me rondó, me fui de
aquel laberinto de mármol blanco para salir a las oscuras calles del Bom
Sucesso (no sé si lo he escrito bien).
Di una vuelta a la manzana, esperanzado, rogando que me encontrara un bar que me diera al ojo para tomarme una cerveza fresca antes de volver a la habitación y adelantar trabajo para esta misma mañana. Y por suerte, lo encontré. Con el sarcasmo propio de la posmodernidad, una especie de ermita muy coqueta se mantiene de pie detrás del complejo hotelero en el que luego dormí. Junto a la ermita, aprovechando un edificio aledaño, me topé con un bar-restaurante de aspecto rústico pero moderno, iluminación agradable y una zona de barra donde no había nadie, así que me metí dentro. Me senté al fondo, junto a la barra, porque el ambiente estaba
de frente, en una salita abierta tras unos vanos de piedra, donde la gente se
agolpaba para ver el partido en mesas compartidas, mientras picaban algo bajo una
luz tenue que le daba un toque muy cool al lugar.
Encendí el portátil. Fuera veía un Halcón Viajes. Me hizo
gracia ver a Daniel Aranzubia en la tele, pero no tendría por qué. Pedí
una Heineken, botella, aunque intenté decir botelha. Y ella me entendió, me la
puso, y me dijo algo así como que si quería un copo. Y yo pensé, un copo de qué,
¿de nieve? Pero le dije que no por si acaso. Posiblemente, esta situación sea más rocambolesca que viajar a un país donde solo hablen dibujando jeroglíficos. Quiero decir que vas a China
y sabes que nadie te va a entender cuando hables tu lengua materna, así que, o
inglés, o prácticamente nada. Pero te acercas aquí, donde el vecino, y parece
que te puedes hacer entender en español, porque pillas cuatro palabras que
coinciden y ellos hacen lo mismo, pero, al final, la comunicación no es tan
efectiva, y no sabes si hablar ya directamente en inglés o en ese portugués-gallego-castellano-nada
que no funciona. La tía de Prosegur que cuidaba las máquinas del metro me explicó lo que había ocurrido
en un portugués tan simple y moldeado (sí, coño, era portugués hablado para un niño de
cinco años, no castellano con acento portugués) que entendí todo lo que dijo y
hasta me animé a estrenarme con el obrigado, pero, por si acaso, cuando llegué al hotel, ataqué en inglés. Eso sí, el
empleado, el señor Carvalho (no podía ser otro apellido), cambió por error al castellano y yo le dije algo que sonó ridículo en cuanto lo pronuncié: "you can talk to me
in Spanish if you wish." Ridículo: ¿un hablante nativo de castellano le dice a uno de portugués no te esfuerces con el inglés, si te viene mejor, hablamos en mi idioma? En fin. En el mismo bar, pedí outra
para beberme una segunda mini-Heineken y me sonrió mientras me contestaba algo que después de pensarlo creo
que quería decir que me lo llevaba a la mesa, pero la chica vió mi cara de no sé qué me cuentas pero por si acaso déjalo y optó por
decirme, outra, ok, y hacer un gesto que hasta en esperanto significa, olvídalo, sin más, y dármela, sin zarandajas, 2'5 euros y tan amigos.
Pero, dejemos los idiomas y volvamos al fútbol. Faltaba poco para acabar el partido, aunque no veía muy bien desde tan lejos. No iba a haber gol del Oporto.
Los portistas se iban a ir apenados, aunque según leí después, ya no tenían nada que hacer. El
Atlético ganaba 2-0. Y mientras escribía esto en una hoja de word porque no tenía
conexión a internet, me propuse un estudio sociológico sobre cómo se vive el fútbol en países distintos.
Joder, allí el silencio era casi sepulcral. No había bufandas ni camisetas ni riñas ni ánimos ni comentarios jocosos ni corría la cerveza ni ná de ná. Está bien, el Porto FC no se jugaba nada reseñable, la peña parecía ser de mediana edad, comedida, de clase media también. Cuando, creo que Jackson Martínez, lanzó un balón al palo, hubo unos tímidos caaaaaaaaaaaa! o algo así, por ahí, al fondo,
pero poco más. Los tíos que tenía más cerca ni se inmutaron, estuvieron todo el partido con los brazos cruzados. Raúl García estuvo
apunto de marcar y allí parecían estar viendo por aburrimiento un Pontevedra-El
Caudal, de verdad. Ansioso porque marcara el Oporto, para estudiar la reacción, me quedé con las ganas. Mientras tanto, veía espaldas muy atentas, algunas de pie otras
sentadas, clavadas en el televisor, pero no oía ni un aspaviento, ninguna
reprimenda, ninguna desesperación. No había qué celebrar, pero, no me jodas, aquí, probablemente, hay más decibelios cuando hay algo por lo que quejarse o lamentarse que cuando hay qué celebrar. Allí, nada. Es que ni tan siquiera hablaban en voz alta.
Podía escuchar el ruido que hacía al elegir las teclas. Quizás era por la proximidad de la iglesia, claro, quién sabe.
El partido terminó, y los aficionados dragones se fueron de allí de manera ordenada y con aire de resignación. Oí como uno pronunciaba el nombre de Jackson Martínez, pero no supe averiguar, por su gesto, si era para añadir algo positivo o negativo, lo que sí hice fue decidir que iba a utilizar el nombre del colombiano cuando escribiera todo esto. No sé si lo he utilizado antes, pero ya he dicho otras veces que empieza a pelármela, lo que sí sé es que llevo aquí una tarde y ya
me he encontrado el careto de Cristiano Ronaldo cinco veces. Me acostumbraré. El partido que veía ha terminado, por cierto, y yo terminé mi café hace un buen rato, así que creo que ya es hora de dejar de abusar y salir a las calles de una ciudad que ayer celebraba los 105 años de Manoel de Oliveira y que hoy voy a patearme de arriba a abajo porque no tengo nada mejor que hacer y ya no hay partidos de Champions.
Eres un auténtico sociólogo!
ResponderEliminarBuena entrada!
Ricky
Sociología de andar por casa.
ResponderEliminarGracias tío