martes, 31 de mayo de 2016

Galder Cerrajería



Bueno, vamos a ello. Se acabó. Nueve meses después, llega el final de temporada, y ésta termina con un empate en casa. Un empate que supone una derrota. Creo que es como una metáfora: terminar sin perder, terminar empatando, terminar eliminados. 

En los últimos días he leído muchas cosas por ahí. Más o menos, (casi) todo el mundo parece estar de acuerdo en una cosa. Y, como decía aquel, me congratula que sea así. (Casi) Todo el mundo parece que se ha propuesto ser positivo. Creer en una segunda oportunidad. Ponerle sufijos al apellido del entrenador es síntoma de confianza y sintonía generalizada, que no completa, por supuesto. Así que por ahí he leído tweets encoraginados, auténticos análisis ideológicos por facebook, reseñas periodísticas sin mucha profundidad y WhatsApps que eran casi aforismos desesperados... y (casi) todos hacían tanta referencia a mañana como la hacían a ayer. (Casi) todo el mundo parece convencido de que esto es solo el comienzo. Se quiere repetir, se aspira a mejorar, se confía en que el club ha regresado a aquel estadio de autoridad y preponderancia en el que parecíamos cómodamente instalados hace unos años. Muchos años, en realidad. 

Se nos olvidan los años con tanta facilidad como pasan. Hace poco ya recordé los datos históricos: cuánto hacía que no jugábamos play-off, cuánto hacía que no ganábamos la liga regular. No lo volveré a hacer. Pero se nos olvida. Se nos olvida, ahora que vemos al Alavés ascender otra vez a Primera, que aquella rivalidad de los noventa, ya ha quedado sepultada. Se nos olvida que ya no salta el barro por entre los rombos de hormigón encalado de la vieja Lasesarre. Ya no nos ceden futuros campeones de Copa. Ya (casi) ni los niñ@s sueñan con ser futbolistas. 

Los tiempos cambian. Pasa en el fútbol, pasa en el andamio, y pasa hasta en el senado. A veces, todo parece ir a una velocidad distinta. Tú conduces por el carril de  la derecha y la vida te adelanta por la izquierda sin que te dé tiempo a reaccionar. Con el mundo del fútbol ha pasado algo parecido. Además, todo está tan bien encarnado, tan complejamente repujado, que no somos capaces, a veces, de desentrañarlo. Nos vuelve locos que el Leicester City gane la Liga. Que el Liverpool pierda la Copa. Que el Spórting se mantenga. El Eibar, el Angers, el Heracles Almelo... Nos encanta. Pero, al final, el Real Madrid gana la Copa de Europa, la televisión pone los horarios, los acreedores la soga y los políticos la sonrisa en la foto. Seguimos viviendo en la época de:

Cristiano Ronaldo: "Yo pienso que por ser, por yo ser rico, por ser guapo, por ser un gran jugador, las personas tienen envidia de mí". 
José Mourinho: "Giant clubs must be for the best managers" ("Los grandes clubes tienen que ser para los mejores entrenadores").
Zlatan Ibrahimovic: "Je suis arrivé comme un roi, je repars comme una légende" ("Llegué como un Rey y me voy como una leyenda").

El fútbol de los nombres propios, de las botas coloridas, de los mercados internacionales, de los estadios patrocinados, de los representantes, de los twitters de Arbeloa, los periscopes de Piqué y los tatuajes de Sergio Ramos. El fútbol ha medrado y se ha convertido en algo que nos ha dejado arrinconados en un hemisferio romántico y postergado, para algunos superado y caduco, para otros aún la esencia pura y auténtica del fútbol de competición. No estoy intentando decir que el Barakaldo CF represente la verdad única y categórica del fútbol genuino y casto, que no soy quién para decirlo y además abusaría de los mismos pecados absolutistas que les achaco a otros, pero sí que parece que nos hemos quedado apartados del ritmo vertiginoso que arrastra al mundo moderno. Para algunos esto es malo. Para otros es el camino. A mí me parece que la eficiencia y la excelencia no tienen por qué entenderse de una única y prevaleciente manera. Se puede tener una visión propia, una identidad compleja y contradictoria pero personal y sólida. Y creo que ésa es la base del éxito que no se contabiliza, no se premia, ni en el mundo del fútbol, ni en el del andamio, ni en el del senado. 

Volviendo al tiempo presente y a la temporada recién finiquitada (George), nos hemos quedado al comienzo del camino (y yo me he perdido por el atajo, como siempre). Nos quedamos sin premio en una temporada de 80 puntos, con un rival de primera en la Copa del Rey, y una comunión inusual entre la plantilla y la afición. Personalmente, creo que todo se resquebrajó en el minuto 83 de la trigésimo tercera jornada cuando Mariano Díaz marcó el gol que le dio la victoria al Real Madrid Castilla en Lasesarre. Después de este partido y la dolorosa derrota ante el Sanse, volveríamos a encadenar tres victorias seguidas, pero mi sensación personal es que algo se rompió ahí. Aquel partido debía haber sido una fiesta y se convirtió en la constatación de que se podía fracasar. Después llegó la segunda parte en Gobela, noventa minutos sin disparar en el Camp d'Esports, y un penalty lanzado al regazo de Iván Crespo siete días más tarde. Para mí, en esos instantes, aún se podía oír, de fondo, cómo se movía el balón por el césped al antojo de Marcos Llorente. 

Pero yo solo soy un aficionado más. Uno que no ha entrado nunca al vestuario, que solo lee la prensa, que ve el partido desde su asiento en el graderío. Interpreto, imagino, intento comprender y ver y compaginar la pasión y la razón, la ilusión y el sentido común. El fútbol, a veces, parece sencillo y otras veces muy complicado. Donde sí he estado es en el centro del campo, abajo, en el verde del Nuevo Estadio de Lasesarre. Solo hace falta un mínimo de empatía, la sensibilidad justa para medir las cosas con la vista, y te das cuenta de cuán irreal es lo que ves tú sentado desde la grada. El campo es imperfecto, escamado, lleno de pendientes. Largo como un desierto, rugoso como el fondo del mar. Yo no sería capaz de llegar de fondo a fondo sin pedir la extremaunción. 

Soy un socio que, además, en el minuto 45 del partido ante el Lleida, justo cuando el árbitro pitó el final de la primera parte, se fue. Me fui porque tenía que irme. La fiebre y las cosas que te descubren, día a día, que el fútbol no es lo más importante, me obligaron a salir del campo y volver a casa a paso firme y sin mirar para atrás. Ya en casa, cuando todo empezaba a calmarse y la fiebre a bajar, cogí el móvil y vi que parpadeaba. Busqué los mensajes ilusionado y después los leí con resignación. 

No es la primera vez ni será la última que conozcamos la tristeza de perder. Pero como de todo lo malo se aprende, es mejor quedarnos con lo bueno: 80 puntos. Durante muchos meses fuimos competitivos, soñamos, creímos. No nos hace falta mucho más. Seguíamos bajando al campo cuando en la 2010-2011 encadenamos 26 partidos sin ganar antes de descender, cómo no lo vamos a hacer ahora. El club parece establecido en la solvencia económica. La parcela deportiva ha cumplido durante el año. Los jugadores se comportaron como un colectivo. El cuerpo técnico encajó con soltura en el club. David Movilla, como decíamos al principio, ha visto engrandecido su apellido cuando lo han convertido en sustantivo que denota comunidad, fe y confianza con un significativo sufijo adherido al final. Es, probablemente, el técnico más diferente que ha tenido este club. Más allá de lo que suceda en el campo, ha sabido involucrarse en todas las parcelas del club y ha abrazado, como suyo, un sentimiento que los aficionados parecen reconocer como el propio. Todos los equipos tienen un sentimiento, no somos únicos, pero el nuestro es nuestro y es principalmente éste y no otro. David Movilla parece que ha sabido verlo e interpretarlo mejor que ningún otro entrenador hasta ahora. Es difícil definir qué demonios es ese sentimiento, pero, por supuesto, tiene que ver con el choque entre la historia y la realidad, tiene que ver con el legado de padres/madres y abuelos/abuelas que nacieron y/o vinieron aquí para arrancarle a la tierra el futuro que nosotros hemos heredado. Ese juego inconstante entre los tiempos verbales, entre el orgullo y la llaneza, entre la huerta y el tinglado, entre lo feo y lo bello, eso ha sido Barakaldo y eso es el Barakaldo CF. Así lo entiendo yo. 

Por eso, me subo al carro de los que insisten en ver lo positivo antes que lo negativo, los que avistan ya los que quedan más que el último partido que empatamos aunque significara una derrota. Una más. Da igual. Porque el fútbol para los que no lo sienten es opio, una pérdida de tiempo, una cortina de humo, pero para los que lo sentimos (y sufrimos) es una lección continua y, como mejor se aprende, es perdiendo... o empatando. 

Debería cerrar toda esta monserga llena de paja que espero que no lea ni dios porque no quiero hacerme cargo de ataques al corazón por culpa del tedio y de las embolias que pueda causar mis reflexiones manidas y mi verbo exagerado, haciendo mención de la afición que rima con emoción y con mi más absoluta admiración. Sigo con la rima: devoción le tengo y (termino con la rima) mi máximo respeto a la gente que con todo el alma y cariño del mundo engalanaron el fondo del Colectivo y le dieron colorido a un comienzo de partido que nos puso la piel de gallina (para ellos la foto). Por extensión, a todos los demás, pero no voy a seguir porque estos colofones moñas ya los he repetido hasta la saciedad. Y bastante me he repetido ya antes en esta larga y enrevesada entrada. 

Cuelgo una foto que yo mismo saqué, creo, o que alguien me mandó por WhatsApp y a esperar la siguiente temporada con la misma ilusión que nos encontramos por sorpresa en esta. 

El titular es para Galder Cerrajería por muchas razones. Una, es del pueblo. Dos, su temporada ha sido magnífica, fallara lo que fallase. Tres, lo que falló fue un penalty decisivo. No sé si fue miedo o un simple error. No estaba en su cabeza, y me da un poco igual ahora. Pero, personalmente, creo que se merece la redención.

Lo dicho:

¡Aupa Baraka!

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