domingo, 15 de marzo de 2020

Cheryl Miller



Cheryl Miller era hasta el año pasado, 2019, la entrenadora del equipo femenino de baloncesto de la Universidad Estatal de California, la misma en la que estudió, por mencionar a otra deportista de renombre, la tenista Billie Jean King. Antes de entrenar a Cal State, Miller también entrenó en Oklahoma, para la Universidad de Langston. En ambas experiencias, su valedor fue Mike Garrett, ex jugador de fútbol americano que comenzó su formación en la Universidad del Sur de California, precisamente, donde Miller empezó su carrera como entrenadora. Primero como ayudante, y después como entrenadora principal durante dos temporadas de las troyanas de Southern California. De ahí, pasaría a la WNBA, la liga profesional norteamericana femenina que creó en 1997 David Stern, y para cuya temporada inaugural y otras tres firmó con los Phoenix Mercury como primera entrenadora y manager general, consiguiendo llevarlas a las finales por el título en la segunda edición, donde perderían ante las Houston Comets de Van Winston Chancellor, donde destacaba una Cynthia Cooper de la que volveremos a hablar luego. 

Miller también fue una reconocida y reputada periodista o comentarista deportiva. Trabajó, en muchas ocasiones, a pie de cancha, entrevistando a jugadores de la NBA. Trabajó para TNT, la propia NBA, TBS, ABC Sports, ESPN y, en los Juegos Olímpicos de Atlanta, firmó para NBC. En eso ocupó su tiempo desde que dejó los Mercury, según ella por fatiga, y su regreso para entrenar a la universidad de Langston. 

Pero, sobre todo, Miller es conocida por ser, para muchos, una de las mejores jugadoras de baloncesto de la historia, la que, de alguna manera, cambió el estilo del juego y aceleró su progresión, protagonizando el paso hacia la modernidad del baloncesto femenino norteamericano. Su historia, además, se trunca a los 22 años, cuando tenía todo su futuro por delante. Una lesión de rodilla le obligó a retirarse. No pudo jugar al baloncesto después de aquellos cuatro años para la historia con la camiseta de las Mujeres de Troya de USC, en compañía de la ya mencionada Cynthia Cooper y de otras compañeras como las gemelas Pamela y Paula McGee. Bajo la dirección de Linda K. Sharp, las californianas ganaron dos títulos de la NCAA, el primero ante las Lady Techsters de Louisiana Tech que entrenaba Sonja Hogg, quienes defendían título y ponían en juego su absoluto dominio del baloncesto femenino en Estados Unidos y el segundo ante la Tennessee de Pat Summitt, quienes, poco después, se convertirían en legendarias (8 títulos de campeonas). En esos cuatro años de baloncesto con la camiseta de USC, Miller promediaría los siguientes números: 20.4 puntos, 9.7 rebotes, 3.5 asistencias, 3.5 robos y 2.4 tapones por partido en su primer año; 22.0 puntos, 10.6 rebotes, 3.6 asistencias, 3.2 robos y 2.5 tapones por partido en su segundo año; 26.8 puntos, 15.8 rebotes, 2.9 asistencias, 3.9 robos y 2.7 tapones por partido en su tercer año; y, finalmente, 25.4 puntos, 12.2 rebotes, 2.9 asistencias, 4.0 robos y 2.5 tapones por partido en su cuarto y último año. Números que dan medias finales de 23.6 puntos, 12.0 rebotes, 3.2 asistencias, 3.6 robos y 2.5 tapones por partido en sus cuatro años de universidad. Con esas estadísticas, con su capacidad competitiva, con su popularidad y habilidad mediática, y con la buena compañía que tuvo y los resultados que cosechó, a sus 22 años estaba predestinada a comerse el mundo y ya era considerada la mejor jugadora del mundo. Más aún cuando, con la selección, Cheryl Miller colaboró en la consecución de un Campeonato del Mundo, el de 1986, derrotando en la final de Moscú a la Unión Soviética, con 23 puntos de su mano en el partido definitivo, y una medalla de oro en las olimpiadas de Los Ángeles 1984, amén de otros títulos. Su camiseta con el número 31 fue retirada por las troyanas de USC, después de retirarse con los ya mencionados títulos de campeona de la NCAA, más dos premios como mejor jugadora de las finales y el trofeo Wade que se otorga todos los años a la mejor jugadora nacional en la NCAA y que ella ganó en la temporada 1984-1985.

Todo esto lo sé porque lo he buscado en internet, que tampoco es tan difícil. Pero, en realidad, nace de la casualidad. Del aburrimiento, más bien, que me llevó a ver, hace un par de días, el documental Women of Troy de HBO. En el documental, no se sabe muy bien si la protagonista es ella, aquel equipo de los dos títulos o el baloncesto femenino norteamericano en general, lo que, de alguna manera, da medida de la genialidad y trascendencia de esta jugadora de 1.87 que solía ocupar la posición de alero. El documental cuenta con los testimonios de las jugadoras mencionadas y de algunos otros grandes protagonistas, como Nancy Lieberman, la primera mujer en entrenar a un equipo profesional masculino, los Texas Legends de la NBDL, o el histórico Geno Auriemma, once títulos de la NCAA femenina con UConn. En el documental, queda bien reflejado su impacto para con el baloncesto femenino, su capacidad competitiva y su talento para un deporte que se tomó con alegría y dedicación hasta que se rompió. Su historia con Cynthia Cooper, quien también podría haber reclamado su propio documental, es de lo mejor de la pieza. Cooper, salida del difícil barrio de Watts, quizás no tuviera un talento tan natural pero sí la misma trascendencia en este deporte, que la vio emigrar a Italia y regresar a su país cuando David Stern por fin, al abrigo del éxito del baloncesto femenino en Atlanta 1996, organizó la WNBA, competición que ganaría en sus cuatro primeras ediciones, liderando a los Houston Comets, como bien muestran sus cuatro títulos de mejor jugadora de esas cuatro finales, más dos títulos de MVP de la temporada. Mucho. Más aún cuando hablamos de una jugadora que llegó a aquella temporada inaugural con 34 años ya, y diez largos de carrera en Italia. Cooper pudo, Miller, no, pero ellas dos, junto con aquellas gemelas McGee, la entrenadora Sharp y otras compañeras agilizaron, aceleraron la modernidad en el baloncesto norteamericano.

Ah, sí, también es la hermana de Reggie Miller, sí. Y le solía ganar siempre cuando eran niños, por cierto. 

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