viernes, 9 de enero de 2009

José Luis Korta

Ahora que ha fichado por Kaiku, me lo encuentro algunas veces remando por la ría. Sé que es él por como grita. Yo voy corriendo por la orilla y en el agua veo a la trainera en dirección contraria a la mía. Algunas veces, los remeros se entrenan por el paseo y me adelantan a ritmo constante pero mucho más rápido que el mío. Les veo marcharse por delante, sin apenas mover esas enormes espaldas que mantienen tiesas. No entiendo mucho de remo, pero siempre ha sido un deporte que he admirado. Supongo que hay que tener cultura o tradición remera, o alguien ha tenido que iniciarte para que realmente aprecies este deporte. En televisión, sobre todo a mar abierto, no es muy atractivo. Nunca he vivido una bandera de la Concha, pero sé que el ambiente es impresionante. Hace unos años sí que tuve cierta afición, y bajaba a la ría para ver las banderas que se organizaban en la desembocadura. Me quedaba embobado viendo fotos en blanco y negro de traineras que saltaban por encima de olas de espuma. Crecí cerca de la sede de Kaiku, que no ha cambiado mucho, por lo menos por fuera, y muchas noches de fiesta volvíamos por Simondrogas, y si no cogíamos el atajo, nos paseábamos dándole patadas a las piedras por la Avenida de Kaiku, dejando la vieja locomotora y a la Virgen del Carmen a la izquierda, antes de cruzar el puente. Alguien intentó convencerme, cuando era un chaval, de que probara con el remo, igual fue el mismo que intentó convencerme para que jugara al rugby. Siempre tuve fama de fuerte y de poco coordinado, así que parecía (y fue) un error decantarme por el baloncesto o el fútbol. Aunque igual de erróneo hubiese sido elegir el rugby o el remo. No creo que sea una persona muy fuerte ni que acepte muy bien el esfuerzo físico. Y, por supuesto, me habría costado soportar las arengas de Korta. Veremos si el remero más mediático de todos los tiempos consigue que Kaiku vuelva a la cima del remo y vemos a la bizkaitarra luchando por la bandera de la Concha. Unos años atrás, me tocó trabajar en Santurtzi y, cuando bajaba a comer, siempre me sentaba junto al puerto, con la virgen del Carmen y los barcos pesqueros a mi espalda. De frente, se freían sardinas en Mandanga y, a veces, los remeros de Santurtzi sacaban la Sotera a pasear. Los días soleados, aquellos veinte minutos que tenía para almorzar eran felices y relajados. Ahora, cuando voy a buen ritmo, no me pesan las piernas y cuento lo que he corrido más que lo que me queda, me siento igual de feliz y relajado viendo la cruz al final del dique y a mi derecha, una trainera verde que rompe el agua serena de la ría. Y a quien no le guste el remo es un animal, es un animal.

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