miércoles, 21 de enero de 2009

Roberto Laiseka

Es fácil resumir su palmarés: cinco victorias, si no contamos que ganó la Subida al Txitxarro, prueba festiva con la que los ciclistas profesionales vascos despiden la temporada y la montaña de una Vuelta a Suiza. Eso sí, sus cinco victorias fueron extraordinarias: tres victorias de etapa en la Vuelta a España, una victoria de etapa en el Tour de Francia y la última y tradicional etapa con final en el alto de Usartza durante la Bicicleta Vasca de 2004. Todas en llegadas en alto, todas en cimas de renombre: Abantos, Ordino y Cerler en la Vuelta a España, y Luz Ardiden en el Tour de Francia, más, como ya he dicho, la llegada junto al Santuario de Arrate en la Bicicleta Vasca. Consiguió un puesto en el pelotón profesional cuando ya contaba con aquella como su última oportunidad: el nacimiento de la Fundación Euskadi le otorgó un puesto en 1994. Trece años más tarde, con treinta y ocho, se retiró. A los que nos gusta el ciclismo y somos de su tierra, su nombre no se nos olvidará fácilmente. De hecho, para mí y para muchos otros, Roberto Laiseka tendrá un hueco en el espacio de la memoria que guardamos para los más grandes. Será difícil no recordar su forma atropellada de pedalear, su espalda encorvada, su gesto de sufrimiento, sus brazos escuálidos y torcidos al aire. No olvidaremos fácilmente lo mal que se lo hizo pasar al traductor del Tour de Francia tras su victoria en Luz Ardiden, ni su fama de cascarrabias, ni su silueta juguetona al final del pelotón, ni aquella victoria de etapa en la vuelta a España que Chente y él perdieron por pelearse. Ha sido uno de los escaladores más grandes que ha dado Euskadi en los últimos tiempos. Ahora que escribe en los periódicos, él mismo señala a Igor Antón como el sucesor que podría superar sus logros. No hacen falta muchas victorias. En realidad, no hace falta ninguna, no hace falta ganar nada para ganarse el aprecio de la gente. Un año después de su victoria en Luz Ardiden, mi hermano, unos amigos y el que escribe nos animamos a viajar hasta aquella cima y disfrutar del Tour de Francia por primera vez. La experiencia fue inolvidable y quizás algún otro día la cuente. En la memoria, quedaron muchas imágenes, en el periódico, quedó una inmortalizada, mi hermano, mis amigos y el que aquí escribe aparecíamos encorvados con las brochas en la mano escribiendo el nombre de Roberto en una revuelta de la montaña. He perdido la foto, pero nunca perderemos los recuerdos de aquel Tour. Y Roberto Laiseka siempre estará entre ellos. ¡Empezó la temporada! ¡A disfrutar del ciclismo!

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