Qué guapo está ahora con corbata. Y qué bien sabe pronunciar las palabras. Con ese dulce, ligero, tímidamente andaluz acento que macera con su pose de hombre de negocios y buenos modales. Que también tenía elegancia en el campo, decían. Y digo yo que la tenía. También mala leche y una mala costumbre de llegar tarde a las segadas. No siempre, pero a veces. Una vez le hice un corte de mangas, y él me lo devolvió. Nunca me he sentido más gilipollas y tengo la imagen grabada en la cabeza. No sé si había cumplido la mayoría de edad y si lo había hecho poco tiempo tuvo que pasar. Era verano, un torneo veraniego y el Real Madrid visitaba San Mamés. Mi padre se tiró el largo, y los cuatro, que éramos la familia al completo, nos fuimos a ver el partido. Nos fuimos, primero, a ver a los jugadores llegar por la puerta que da a la que pronto ya no será la feria de muestras. Y mi hermano y yo nos pusimos estratégicamente en el sitio adecuado para ver a los jugadores que a la derecha miraban sin sorpresa por la ventana del autobús. Recuerdo a Manolo Sanchís, a Guti, y mi hermano y yo mirábamos con una sonrisa que no era de alegría pero sí de excitación. Cuando ya creía que el autobús pasaba y nadie me iba a ver hice un corte de mangas estúpido, un estúpido juego de niños, una chiquillada que acompañé con una risilla patética y ya de antemano avergonzada.
No habían pasado todos los jugadores. En el último asiento, Fernando Hierro, mirándome a los ojos, diciendo que no con ellos y devolviéndome el corte de mangas sin hacerlo, solo con aquel gesto de resignación que asomaba también un ascendente moral. Y era un puto crío. Y aquello había sido una chiquillada. Pero yo lo sentí. No lo entendí, pero lo sentí.
Creo que perdieron.
Creo que durante todo el partido sentí un runrún, una acidez de estómago. Sobre todo, cuando Fernando Hierro tocaba la pelota.
Grande Fernando, qué guapo con su corbata y su traje bien planchado y sus maneras de tertuliano mañanero. Una imagen: Butragueño, Hierro, Michel y Pardeza echando una partida al mus. Butragueño dice: Efectivamente, me veo en la obligación de lanzar órdago a pequeña, si me lo permiten. Hierro contesta: ozumilio que me fuerzas a ver tu órdago como eztipulan los eztatuto de ete juego tan ibérico como é el mú. Michel, a su bola, tiene la risa tonta y le dice a Pardeza: ¿queda algo de Licor 43? Y el maño, muy suyo, le contesta: por cierto, me estoy leyendo la última lección de maestría publicada por el gran escritor checo Milan Kundera. Por sorpresa, Patxi Alonso aparece de debajo de la mesa y grita: ¡chicos!, como dijo en su día Milan Kundera...
Hola, Holden, he encontrado por casualidad tu blog mientras cacharreaba por internet y leyéndolo se me ha pasado la tarde volando, ha sido todo un descubrimiento. Se nota que amas el deporte (el que se escribe con letra pequeña). Un saludo desde Madrid de un fan de Lafayette Lever.
ResponderEliminarAupa Anónimo,
ResponderEliminarMuchas gracias. Los comentarios no suelen ser muy habituales por aquí. Este es un blog bastante particular, sin ánimo de buscar lectores, pero se agradecen muchísimo las visitas y que además guste. Así que... gracias otra vez y supongo que hay que ser un buen aficionado al basket para ser aficionado a Fat Lever y no a cualquier otro jugador con más nombre.
Lo dicho: gracias y ¡salud!
Hola otra vez;
ResponderEliminarMe enganché a la NBA en los ochenta, con Mo Malone y compañía, y siempre me han gustado los jugadores de perfil bajo, los que a la chita callando y trabajando para el equipo terminan con unas estadísticas de libro. Fat Lever rozaba siempre el triple doble como quien no quiere la cosa, pero como no hacia mates ni jugaba en una gran ciudad era un gran desconocido.
Venga, hasta otra, y sabes que ya cuentas con otro seguidor de tu blog y de Casey Harriman.