viernes, 28 de agosto de 2009

Tomás Guasch


Una de mis mayores tentaciones, que reprimo con asiduidad, es hablar de la prensa deportiva. Amenacé hace tiempo con hablar de Patxi Alonso, que así dicho suena más amenazante todavía, ridículamente amenazante. Alguna vez, hice un comentario, como quien no quiere, sobre alguno de los periodistas de Cuatro, o los contertulios de las cadenas locales, o las retrasmisiones futbolísticas de las cadenas privadas. Caso aparte, Pipi Estrada. Solo un par de veces, alabé la labor de alguno de ellos, generalmente de la prensa escrita. Me sigo reprimiendo, y seguiré por mucho tiempo. Primero, porque yo tampoco soy quién para hablar, o para sentar cátedra, para dejar por escrito máximas y pretender que todo el mundo esté de acuerdo. No soy periodista ni alguien muy diestro con la crítica y la glosa. Segundo, porque, hoy en día, los periodistas se retratan solos, y, además, no creo que les importe mucho lo que tú digas sobre ellos. En muchos casos, el cinismo, cinismo casi profesional, campa a sus anchas o se disfraza de otro tipo de virtudes muy relativas. Y ese cinismo no es propiedad única de la prensa deportiva. Tercero, porque no va a servir de nada. Absolutamente de nada. Igual que el cinismo, o como se quiera llamar, es una tendencia extendida y sobreentendida, el corporativismo, los poderes fácticos y la manipulación de la opinión pública ha sido tan ejercida y mejorada durante el siglo XX y lo que llevamos de XXI, que ya hasta lo trasgresor es tan efímero y relativo que todo parece perder valor. No son inventos de la izquierda más beligerante, son nociones manidas y socorridas que hasta la izquierda más beligerante usa con eficacia.
¿A qué viene todo esto?
Tomás Guasch.
En mi opinión, la prensa deportiva, tanto escrita como radiada como televisada, no solo está sobrevalorada, si no que está depauperada (sin ejercer muy bien el significado de esta palabra, solo con que sirva el ruido que hace) y prácticamente a la deriva. Salvo honradísimas excepciones, que no son pocas. Nombres propios, muchos: prácticamente todos los periodistas de Cuatro, la gran mayoría de la radio deportiva (pero no conozco lo suficiente) y un 95 por ciento de los periodistas que escriben en el 95 de la prensa deportiva. Los tantos por ciento y los adverbios de cantidad son imprecisos y caprichosos. En realidad, solo estoy expresando una opinión, una sensación personal y privada, no estoy intentando llegar a ninguna conclusión.
Tomás Guasch.
Hoy escribía, en el As, un reportaje sonrojante sobre un término que él mismo se ha inventado y que seguro que le ayuda a reírse de sus propios chistes: el villarato, que más que parecerse a un juego de palabras que pretende aludir a una tiranía política, recuerda a cierto baile latino. Según el reputado periodista deportivo y consumado humorista y malabarista de la ironía, el villarato es, o dícese, de una confabulación más de Ángel María Villar, que tiene, como siempre, al Real Madrid de víctima y al FC Barcelona de acompasado beneficiario. En este caso, los argumentos de Guasch, pobres y estirados hasta convertirlos en una gasa transparente, son el tortazo (o golpe fortuito) de Víctor Valdés a Gaizka Toquero, y el penalti (o error malicioso del árbitro) señalado por falta (o falta inexistente) de Ustaritz Aldekoaotalora a Dani Alves. Ambas jugadas sucedieron en el pasado partido de la Supercopa de España. Aunque el propio Guasch añada que “probablemente” no le habrían hecho falta al FC Barcelona que estos dos lances del juego terminaran al revés para ganar, Guasch no se amilana y reitera que está claro que el FC Barcelona juega a placer, pero juega animado por el contubernio y la connivencia de Ángel María Villar, convertido, a estas alturas, en un ser todopoderoso (algo de ello habrá) capaz de transformarse en un monstruo de mil cabezas (quizás sea verdad).
Soy seguidor del Athletic. El penalti no fue penalti, ni, por supuesto, tarjeta amarilla para Ustaritz, que bastante tenía ya con lo suyo. El árbitro se equivocó. Cometió un error, flagrante, pero error. Error. Ya está: error. Víctor Valdés golpeó a Toquero, cierto. Toquero cayó al suelo, también cierto. ¿Viste a Toquero protestar? No, le hizo un gesto a Víctor Valdés, no pasa nada, y ya está. ¿Fue agresión? El fútbol es pura poesía, cada uno lo interpreta como quiere, visto lo visto. Con todo esto, alimentemos confabulaciones, inventemos tramas y conspiraciones. ¿Qué más da? ¿Qué importa? Soy periodista deportivo: doy mi opinión. DOY MI OPINIÓN. D-O-Y-M-I-O-P-I-N-I-O-N. Lo que diga no importa, lo que importa es que es mi opinión, y tengo derecho a darla. Ése es el fundamento básico del periodismo deportivo actual. Lo importante no es informar, es hacer juicios. Valorar, juzgar, adjetivar, interpretar y disfrazarlo todo de una ética y una profesionalidad que, a menudo, resulta, a los ojos ajenos, un poco tergiversada y oblicua.
A Guasch se le ha olvidado que el villarato es lo que hizo que el Athletic se mantuviera en primera, ¿no? Villar, con su panza de sibarita, con un puro y una sonrisa maligna, dijo: “chicos, mi equipo no puede jugar en segunda, que parezca un accidente.” Y sus chicos se encargaron de ello. ¿Por qué iba Villar a maquinar, ahora, en contra del Athletic? ¡El Villarato se ha vuelto loco! Dios, Guasch, hay que investigar todo esto, cuando tengas tiempo, lo investigas a fondo, aquí hay tema.
Ya, ya sé. No hace falta que me lo expliquéis. Soy un poco ingenuo, a dios gracias, pero no llego tan lejos. Sé de qué va esto, y sí, también leo los periódicos que vienen del otro lado del río. Lo repito: no soy periodista, y no quiero hacer juicios de valor. Solo puedo hablar como lector, como radioyente y como espectador de televisión, y, ¿qué puedo decir? Pues, sencillamente, que en la época de la globalización, en la edad de las tecnologías de comunicación, en el siglo de la información, qué bien se está desinformado, ¡qué de puta madre se está sin tener ni puñetera idea de nada! ¡Qué cómodamente se vive en la ignorancia! ¡Puro, sin dejarte contaminar, sin ocio y sin cultura! ¡Sin Ocio y sin Amor! Libre, difamado, imbécil, sordo y mudo, incapaz de entender qué es un villarato, sin saber quién coño es Tomás Guasch. Qué felicidad.

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