viernes, 28 de agosto de 2009

Tom Williams










Quizás lo hicieron en homenaje a Roberto Rojas, aquel portero que se cortó deliberadamente en 1989 para simular una agresión y suspender el partido de clasificación para la Copa del Mundo que su selección perdía contra Brasil por 1 a 0. ¿Qué hacía Roberto Rojas con una cuchilla escondida en el guante, por cierto?
No sabía muy bien si titular esta entrada con el nombre del jugador, Tom Williams, o con el del entrenador, Dean Richards, porque de los dos se podría hablar para explicar qué sucedió hace unos días en la Heineken Cup, algo así como la Copa de Europa de rugby. Al final, me decanté por el nombre del jugador, más que nada porque, hasta nuestra prensa, la noticia llegó con su nombre en los titulares: “Tom Williams, el tramposo”, decían, más o menos, todos los periódicos.
Tom Williams tiene 26 años, mide 1’80, pesa 90 kilos, y juega al rugby con los Harlequins. Nunca ha sido internacional. Dean Richards, su entrenador, fue un buen jugador de rugby, internacional en 48 ocasiones, que agrandó su carrera deportiva con grandes éxitos como entrenador. Sin ir más lejos, ganó dos Heineken Cup, la primera ante el Stade Francais, y la segunda ante el Munster, ambas dirigiendo al Leicester Tigers, el mismo equipo que defendió como jugador. Tras 20 años de vinculación al club, fue cesado. Se llevó tal chasco que exigió que le devolvieran todos sus trofeos, además de proponer que se le cambiara el nombre a uno de los bares que habían bautizado en su honor. De ahí, marchó al Grenoble francés, de donde también salió con escándalo de por medio tras un motín de los jugadores. En 2005, fichó por los Harlequins. Hasta hoy. Un tercer personaje sería Steph Brennan, fisioterapeuta del club.
La historia, ya bien sabida, es la siguiente: los Harlequins jugaban un partido importante para su clasificación para las semifinales de la Heineken Cup. A falta de cinco minutos, los Harlequins perdían 5-6 contra el Leinster. El equipo tenía la oportunidad, y la obligación, de anotar si quería remontar. Había un pequeño problema: ya no quedaban cambios y no tenían ningún pateador sobre el terreno de juego. Según las reglas, se puede cambiar a un jugador una vez realizadas todas las substituciones, siempre y cuando sea por una lesión importante: sangrar por encima del cuello lo es. De repente, Tom Williams empezó a sangrar por la boca. Dean Richards aprovechó la ocasión para poner a un experto pateador en el campo, el neozelandés Nick Evans. Sin embargo, falló. Renqueante por una lesión de rodilla, Evans no acertó con el disparo.
Unos días después, Sky Sports descubrió la maquinación. Tom Williams había fingido tener sangre en la boca mordiendo una cápsula de tinta roja. El The Sunday Times había publicado las imágenes. Dean Richards dijo primero que no se enteró hasta ocho días después, y que, cuando lo hizo, decidió ser fiel al club y participar en la conspiración, cubriendo a jugador y club. Más tarde, confesó su implicación y acabó siendo condenado a tres años de inhabilitación. El fisioterapeuta fue condenado a dos años y también pidió perdón públicamente. El jugador, por su parte, fue inhabilitado por un año, pero, posteriormente, tras las confesiones de Brennan y Richards y las quejas del sindicato de jugadores que consideraba la sentencia desproporcionada, vio reducida la pena a tan solo cuatro meses de inhabilitación. El club, también, fue condenado a pagar 250.000 euros de multa.
Según The Times, existe un documento que demuestra que no es la primera vez que los Harlequins hacen uso de esta triquiñuela. El rugby inglés se ha visto sorprendido por el segundo escándalo en pocos días, tras la suspensión de ocho meses a Justin Harrison por consumo de cocaína. Aún quedan datos por descubrir, y también queda que la prensa estatal se haga eco de la noticia con todos los datos. Tom Williams volverá a jugar en noviembre, quién sabe si algún otro día intentará, de nuevo, engañar comiendo cápsulas de tinta o de cualquier otra manera. Dean Richards, quien, encima, sonaba como candidato a seleccionador nacional, será, probablemente, capaz de reconducir su vida, y su carrera, de una u otra manera. Nick Evans volverá a patear. Y Brennan, en mi enfermiza cabeza, quizás se olvide de todo con un par de buenas pintas. Puede que hasta Harrison logre reformarse.
Por cierto, ¿qué fue de Roberto Rojas? Si alguien lo sabe, que nos lo cuente, quizás, conociendo el final de su historia, podamos extraer la moraleja, y así contársela a Williams, Richards, Brennan y compañía e intentar que no se vuelva a repetir.
¿Eh? Intentar, solo he dicho intentar, joder.

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