lunes, 13 de septiembre de 2010

Mikel Nieve


Que se me estan viendo demasiado los colores en esta Vuelta, lo sé. Parezco un poco forofo, pero ya hablé en su día de que el ciclismo, para lo bueno en este caso, aplaca un poco esas pasiones. Si el domingo, aún afectado por el tronco de Peña Cabarga, dije que la Vuelta terminaba para mí, mentí. No le hice tanto caso como le habría hecho si Igor no hubiera estado a pocos kilómetros de mi casa en el Hospital de Cruces, pero la vi. Y hoy también he escuchado a Joaquim Rodríguez y he disfrutado de la honrosa desesperación de Carlos Sastre, y sé que los colombianos dominaron el Tour del Porvenir y por no hablar de la operación de aorta del padre de Barredo y su emotivo abrazo en los Lagos de Enol. El ciclismo es así, pero las emociones de este último fin de semana me han superado. Todo fue extraño. Exagerado. Por las circunstancias, quizás, no lo sé.
Siempre he sido aficionado de este equipo. Desde que Sagasti llegó sin un gramo de fuerza a aquella meta, de quien, por cierto, casualidades de la vida, me acordé este fin de semana pero por otro motivo, hasta los tiempos de las victorias ilusionantes de Mikel Artetxe en Portugal, de Beloki, de Iban Mayo y Zubeldia, de Unai Etxebarria, de Roberto Laiseka... Esta edición de la Vuelta parecía que iba a ser la culminación de muchos años de trabajo. Pero no pudo ser. Y aún así lo es. Porque la demostración de equipo, de grupo, de solidaridad y buen ejemplo que los corredores y los miembros del equipo han dado hasta ahora es digna de elogio. Lo que hicieron mientras todo iba bien, y lo que siguen haciendo ahora. La entereza de Igor Antón ante las cámaras, la charla de Igor González de Galdeano en el desayuno, el silencio de Miguel Madariaga, la fuerza de Juanjo Oroz, la rabia de Egoi Martínez, la camiseta de Koikili, la carta abierta escrita por Pablo Urtasun y, sobre todo, el festival de ciclismo que han dado hoy en la etapa reina de Cotobello. Primero, Oroz esperando en San Lorenzo para formar un trío que cogía el descenso a tumba abierta. Cuando han llegado a los escapados, el bueno de Oroz parecía Chente en sus mejores tiempos. Después, Txurruka llevando en fila a todo el grupo, seleccionando en la cobertoria, y dejando a Nieve al pie de Cotobello. Y, por último, un navarro de Leitza dando un recital de escalador, con su manera de pedalear atropellada, sin mirar para atrás, con el gesto serio de concentración, impasible ante la sombra de gigantes como Luis León Sánchez, Franck Schleck o las rampas del puerto asturiano. Y lo mejor: ver la emoción de alguien que ama este deporte. Observar como contiene las lágrimas mientras dedica la victoria a su compañero, mientras resalta la labor de equipo, mientras habla y repite que todo consiste en luchar hasta el final. Más: le felicita Joseba Beloki y se emociona. Le dicen que le tienen guardado un autógrafo de Miguel Indurain y resopla. Todo le supera. No se lo cree. Ciclismo.
Yo no he podido evitar que en este fin de semana me superen las emociones. Todo es extraño. Exagerado. Quizás por las circunstancias, no lo sé.
Con más frialdad, me reitero en que el trabajo del equipo es excepcional, y la imagen dada a lo largo de la temporada, impecable. No sé qué tanto por cierto se debe a la responsabilidad tomada por Igor González de Galdeano, pero pocos peros se le pueden poner a los corredores este año. Creo que los aficionados, ni tan siquiera pedimos victorias. Solo queremos ver ciclismo. Ciclismo del bueno, del que a veces te deja ser primero y otras veces, no. La victoria no es lo más importante. Enhorabuena a todos.
Además, y con esto termino, no creo en los agoreros que anuncian la eterna crisis de este deporte tanto aquí como fuera. Si Antón ha demostrado que puede ganar una vuelta grande, Nieve demuestra ahora que los escaladores nunca desapareceran. Y Sicard nos da la ilusión internacional. Y Castroviejo e Izagirre nos pueden dar victorias en carreteras que generalmente se nos daban mal. Y Landa viene justo detrás de los colombianos. E Intxausti quizás algún día le de la vuelta a su horrorosa Vuelta de 2010. Y Pello Bilbao, Aritz Bagües, Ion Izaguirre, Víctor de la Parte, Arkaitz Durán... Nunca van a faltar ciclistas aquí. Solo hay que coger un día el coche e irte a comer a una cervecera de Maruri. Y, fuera de aquí, ocurre lo mismo, Rafael Valls, Peter Sagan, los Velits, Jens Keukeleire, Hutarovich, Bole, Oss, Gesink, Kreder, Van Emden, Van Garderen, Boom, Taaramae, Tony Martin, Vantomme, Porte, Roche, Konovalovas, Hagen, Phinney, Thomas, Roux, Quintana, Atapuma, Hoogerland, Pantano, Duarte, Madrazo, Herrada, Higinio Fernández, Malacarne, Degenkolb, Matthews, Kump, Capecchi, Kwiatkowski, Daniel Díaz o Alexander Ryabkin. Alguien dirá que no ve ahí a ningún Miguel Indurain, a ningún Lance Armstrong. Y qué más da. Ahí hay Bruseghines, y Barredos, y Flechas, y Horrillos, y Cancellaras, y Rosciolis, y Coppolillos, y Chiappuccis, y Laisekas, y corredores que se caerán y otros ganarán dos días después para dedicarles la victoria, para aparecer de entre la niebla haciendo un gesto que te parte el pecho en dos y que solo conoce tu padre. No es celebrar la mediocridad. En mi humilde opinión, es celebrar lo mejor de este deporte.
(Me doy grima cuando me pongo tan ñoño, no puedo evitarlo, mañana escribo sobre los videos de Shaquille O'Neal y Glen Davis y se me pasa)

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