Según el Mundo Deportivo, más de 1.800 corredores acudieron ayer a la cita atlética de las fiestas de Bilbao, una Hiri Krosa que ya se ha convertido en tradicional. Ganó Imanol Cruz con autoridad entre los chicos y Brahane Ragassa entre las chicas. El primero hizo 17:08 y ella paró el reloj en 19:50. Ivan Echevarria ganó en la categoría de sillas de ruedas. En lo que concierne a la representación de los habituales de este blog y del de las asics, dos participantes, MU y AGB, alias P, que ya fue protagonista el año pasado. Un servidor se quedó con las ganas por culpa de los gemelos de pierna izquierda. Mejor no hablamos de ello. Solo decir que no me hizo mucha gracia ver los toros desde la barrera, pero que fue distinto y acabé por disfrutarlo, sobre todo, disfruté el bonito final, con sorpresa incluída, que me dedicaron nuestros dos amigos. Pero esta vez, me han dado el trabajo hecho. Uno de ellos me ha mandado una crónica que yo no puedo superar y, aunque es demasiado larga (¡tío, cuénta las palabras!), os la ofrezco entera y sin anuncios. Copio y pego lo que AGB, alias P, me ha mandado (gracias por la foto también, tío) y así revivís la carrera mejor que si me pongo yo a contaros que me pasé más tiempo mirando al mimo vaquero que se queda tieso sobre el murete del puente. Allá va la crónica desde el mismísimo interior de la carrera:
La tarde prometía. Soplaba el viento suave pero revuelto, y había ganas de comenzar. Unos diez minutos antes de dar el pistoletazo de salida, ya se olía la adrenalina a nuestro alrededor. Lo peor de una carrera no es el sufrimiento en los metros finales, los calambres, las piernas duras como piedras o el dichoso “flato”. Sino la tensa espera previa al inicio de una carrera, de cualquier carrera. Y por fin se oyó el sonido del disparo, y las piernas comenzaron a engrasar rótulas, astrágalos, y demás huesos. Como de costumbre, medio trotábamos en esos inevitables primeros 400 metros de tapón, debido a la estrechez de la calle. Ni siquiera habíamos llegado a la rotonda del ayuntamiento cuando en sentido contrario, al galope, nos cruzamos con el primer clasificado ( por el momento ). “Este tío va demasiado rápido”, pensé para mis adentros. Ya habíamos pasado la citada rotonda cuando el camino parecía que se empezaba a despejar, se abría la veda. Las piernas ya estaban engrasadas, la sangre fluía con fuerza, las piernas respondían.”Esto marcha”, me dije. A mi lado corría Mitxel. Luciendo su camiseta azul de la última Behobia, me juraba y perjuraba que hoy no se sentía especialmente lúcido para la carrera. Que si estaba perezoso, que si las piernas, que si la cabeza. Toda la dichosa parafernalia para crear falsas expectativas en su contrincante. Es decir, sobre mi persona. Pero ya estábamos alejándonos del puente del teatro Arriaga hacia el Guggemheim, mientras hacía estas reflexiones. La hilera de corredores se iba estirando de manera alarmante, a pesar de que aún se formaban pequeños tapones, que íbamos salvando no sin dificultad. Once minutos marcaba mi crono, alrededor de los dos primeros kilómetros de carrera.”Qué tal vas” pregunto a Mitxel para sopesar sus fuerzas “Jodido tío. Tira tú si quieres” me responde.”No, no, te sigo, voy bien”, le respondo. Empiezo a calibrar mi plan de carrera, en esos momentos de carrera en los que funcionamos con nuestro piloto automático. Ya no nos fijamos como en las caras del público, ni en las personas que tenemos alrededor, ni siquiera en el paisaje, como sucede al inicio de la carrera cuando las fuerzas están frescas. Nos da igual si llueve, si nieve, si nos cae un rayo. Ahora sólo están nuestras piernas y nuestro s pensamientos. Y en eso que casi a unos quinientos metros de alcanzar el ecuador de la carrera, aparece el cabeza de carrera. Ya no era el espigado corredor delgado de camiseta marrón que vimos al inicio de la carrera “Ya lo decía, demasiado rápido”. Mitxel no dejaba de sudar, aunque yo supongo seguiría por el mismo camino. Me miraba, le miraba, nos estudiábamos. Ya no estábamos en una carrera, estábamos en una partida de ajedrez. Estábamos en el kilómetro tres. “Estoy jodido tío, tira tu si quieres”.”No, no, te sigo” le volví a responder. No le creía ni un pelo. El cabrón iba a buen ritmo y mis piernas lo notaban. No quería subir el ritmo y despegarme, aún quedaba mucha carrera y estaba indeciso. Atacar o esperar. Pero yo ya había tejido mi estrategia final en el momento en el que Mitxel comenzó a apretar el paso.”No se me puede ir”. Así que le seguí el ritmo, confiando en que decrecieran sus pasos, pues aunque aguantaba sus envestidas, tenía miedo a desfondarme junto a él y jugármelo todo a una carta en los últimos 50 metros. Miedo, otra vez el puto miedo. Se oían gritos de ánimo, aplausos, y fue entonces cuando se divisaba perfectamente el puente de Calatrava. “Vas a morder el polvo” volví a decir para mis adentros. Ya apenas quedaba menos de un kilómetro y medio. Mantendría el ritmo hombro con hombro con ese amigo que hoy tenía por rival, le dejaría que fundiera sus fuerzas en su propio empeño de elevar el ritmo. No, no me iba a dejar tirado como una colilla. ”Ahora”, es cuando grité para mis adentro. Vienticinco minutos y veintiocho segundos de carrera fue lo que marcaba mi crono en el momento que decidí dar el salto cualitativo a mis zancadas. Ya no había marcha atrás, era yo contra mí mismo. Era el momento de apretar los dientes.”Ya está, ya está” me seguía repitiendo. Y corría, y corría. Y avanzaba, avanzaba. Era el último repecho antes de enfilar el descenso del puente hacia la meta final. Giré lo más rápido que pude mi cabeza hacia mi izquierda, y allí estaba él. No sé, el caso es que parecía muy lejos de mí, si a lejos se pueden decir diez o quince metros, o quizás fueran más, o menos. Inicié el descenso sabedor de mi victoria, acelerando el paso, sobrepasando a otros corredores, y doblé la esquina en dirección izquierda para afrontar los últimos cincuenta metros. Cuarenta metros, la meta estaba más cerca. Treinta metros, “un poco más, un poco más”. Veinte. Diez metros. Cinco. Cinco eran los malditos metros que me separaban de la gloria cuando de la nada apareció a mi derecha un espejismo vestido de azul y mi cara debió cambiar de color. Tres metros, “Mierda!!!!!”, me dije. A un metro de la línea de meta, ya me sobrepasaba, e incluso llegó a traspasar la línea de meta antes que yo, sin previo aviso, como quien pasa a la casa de uno sin llamar, sabedor de que no va ser recriminado por ello. Y lo hizo con un merecido grito de “Toooomaaaa!!!!”, seguido de una sonsria que ni la Mona Lisa. Qué cabrón pensé.
De vuelta a casa me confesó que en el tercer kilómetro cuando me dijo que iba jodido me hubiera descolgado, no podría haberme alcanzado. Es algo que no deja de revolotear por mi cabeza cinco horas después de la carrera. Y ahora sé por qué fue. Por miedo, miedo a no confiar en mis posibilidades. Todas las carreras tienen una moraleja, como en la vida. Alguien dijo que la felicidad es la ausencia del miedo. Quizás tenga algo de razón en ello.
P.D. : Desde aquí me gustaría recordar a los ausentes este año a esta nueva edición de la hiri krosa, que por diversos motivos de ocio, familiares o por lesión, no han podido participar. Holden Caulfield, Iñaki De la Rosa y Jacobo Vilariño.
De vuelta a casa me confesó que en el tercer kilómetro cuando me dijo que iba jodido me hubiera descolgado, no podría haberme alcanzado. Es algo que no deja de revolotear por mi cabeza cinco horas después de la carrera. Y ahora sé por qué fue. Por miedo, miedo a no confiar en mis posibilidades. Todas las carreras tienen una moraleja, como en la vida. Alguien dijo que la felicidad es la ausencia del miedo. Quizás tenga algo de razón en ello.
P.D. : Desde aquí me gustaría recordar a los ausentes este año a esta nueva edición de la hiri krosa, que por diversos motivos de ocio, familiares o por lesión, no han podido participar. Holden Caulfield, Iñaki De la Rosa y Jacobo Vilariño.
Obra y gracia del atleta fisioterapeuta, Asier Gómez Baños. Si hay puntualizaciones, yo me lavo las manos. Por cierto, ambos acabaron la carrera con 28:28 y, como decía el autor en una pequeña nota que cerraba su escrito, corrió el rumor de que la carrera había visto acortado su recorrido en 500 metros. Gracias por la crónica, tío. El año que viene espero que los gemelos no me lo estropeen.
Bueno, no es del todo cierto lo que cuenta. Para empezar, yo no tenía esa adrenalina que dice tener él al principio de la carrera, el jueve por la noche salí y eso era lo que yo notaba. Y no le adelanté quedando 5 metros, quedaban más, sí que es verdad que esperé casi hasta el final para adelantarle porque sabía que si él me´esprintaba me ganaba pero más de 5 metros sí que había. Baños, mira que te dije veces que te fueras, en serio que yo no iba nada bien pero en el último km te tenía a tiro (debo reconocer que cuando él se giraba para mirar dónde estaba yo me escondía, jejeje) así que... De todas formas ya sabes que es un placer correr contigo. A ver si el año que viene nos juntamos todos en la hiri krosa o en cualquier otra.
ResponderEliminarSaludos.
Te picaste, guey
ResponderEliminarMe ha gustado la crónica de P., muy descriptiva y muy personal. También la respuesta de M. dejando ver su lado más pillo, jajaja.
ResponderEliminarFaltamos más gente habitual de esa carrera, pero bueno; no en vano, el año pasado fuimos, creo, seis o siete. Pronto, en la Porma, nos volvemos a juntar.
Saludos.