La estadística, que no los estadistas, ya dirán si Ryan Bertrand ha sido el primero o no, pero tiene que saber más dulce que una milhojas de chocolate, ¿que no? Debutar en la Champions League y, ya de paso, ganarla.
Mi entrada se queda en eso: en lo anecdótico. Reconozco que he visto la final a ratos, sin mucho interés. De hecho, y fíjate tú en el simbolismo, no he seguido la prórroga para cambiar de canal y ver una película de Matthew McConaughey que ya había visto y por eso deberían darme varios azotes.
Lo poco que he visto me ha resultado un peñazo del copón. Tal peñazo que estaba convencido de que el Chelsea se iba a alzar con la orejona. He visto el gol de Müller que parece definir a un jugador. Müller es antiestético hasta para celebrar los goles, pero los celebra, así que qué importa la estética, casi tan poco como la estadística.
Si Ryan Bertrand ha sido el primero, mejor, pero no creo que eso pueda ampliar lo feliz que ya debe sentirse desde que Didier Drogba acertara a detener los bailes protocolarios de Neuer. Noier, me gusta que no se pronuncie como se escribe. Otra anécdota, en eso ha quedado esta edición de la Champions League para mí.
El resto se lo dejo a los periodistas profesionales, los que pondrán las notas, apuntarán las lágrimas, fotografiarán las sonrisas, juzgarán el fútbol o la ausencia del mismo y, probablemente, aún tengan tiempo para informar sobre la felicidad indirecta de José Mourinho.
Otra anécdota. Pero eso es fútbol también, ¿no?
Qué más da, que le pregunten a Ryan Betrand. Tras estar cedido en el Bournemouth, el Oldham Athletic, el Norwich City, el Reading y el Nottingham Forest, va y vuelve al Chelsea, a Di Matteo le da un aire y acaba por debutar y levantar la copa. ¿Qué más da lo demás?
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