Hace ya un tiempo que me hice eco de la publicación del libro de Ander Izagirre Plomo en los bolsillos. Ayer terminé de leerlo, después de que, en todo el verano, no hubiera sido capaz de encontrar un hueco para cumplir mi promesa. Finalmente, lo encontré hace un par de semanas, y, entre parones al llegar al avituallamiento y sustos en el descenso, me ha costado un puñado de días alcanzar la meta.
Dicho así, suena como si leer el libro se hubiera convertido en una etapa pirenaica, y así ha sido, pero una etapa pirenaica donde tus piernas te sorprenden por la ligereza y el impulso, el aire corre perfecto por tus pulmones, y atacas en las rampas más duras para entrar en meta con los brazos en alto y el maillot bien cerrado hasta el cuello. Así de satisfactoria ha sido la lectura. La misma satisfacción que debió sentir ayer Alberto Contador, por cierto.
Y, si algún día se anima a cambiar de grande y hacer con la Vuelta lo que ha hecho con el Tour, estoy seguro de que Ander Izagirre incluiría la etapa que ayer terminó en Fuente Dé entre sus crónicas históricas. De lo que sí que estoy convencido es de que la figura de Joaquim Rodríguez, es decir, la del perdedor, tendría tanto peso como la de Alberto Contador, es decir, la del ganador. Y, así, como pasa con las que ha reunido para celebrar la existencia de una prueba como el Tour de Francia, nos daríamos cuenta, una vez más, de la relatividad de algunas máximas categóricas.
Porque, en Plomo en los bolsillos, Izagirre empieza con Octave Lapize y termina en Alberto Contador, pero, por el camino, se encuentra con Hugo Koblet, Fausto Coppi, Gino Bartali, Lance Armstrong, Miguel Indurain, Jacques Anquetil, Bernard Hinault, Eddy Merckx, Luis Ocaña, Pedro Delgado, Ferdi Kübler, Louison Bobet, Greg Lemond y muchos otros a los que si hubiera mencionado, los habría desordenado, como he hecho con estos otros, para insistir en que la cronología no altera el valor y que no pueden existir jerarquías entre estos esfuerzos. Lo mismo hago con los otros, que no son fantasmas de Amenabar aunque todos los ciclistas parezcan alérgicos al sol. Los otros son José Manuel Fuente "El Tarangu", el escalador alocado; Tom Simpson, el drama del esfuerzo; Wim Vansevenant, el estajanovista con farolillo; Vicente Blanco "El Cojo", el bilbaíno testarudo; Henri Cornet, Óscar Pereiro y Andy Schleck, los ciclistas que más tardaron en ganar; Henri Pelissier, el sindicalista; Abdel Kader Zaaf, el embriagado; Raymond Poulidor, eterno segundo; Colin Lewis, y el duelo ciclista; o él mismo, Ander Izagirre, que se incluye en la nómina con un capítulo final en el que rememora de manera breve los últimos coletazos de su carrera como ciclista amateur.
Todos ellos tienen tanto peso en la historia de este libro como los que lo tienen preferente en la historia del Tour. No es una cuestión de auparles a las alturas de los que sí alcanzaron el primer lugar del pódium, consiste en demostrar cómo sus historias se entrelazan, se sustancian, se deben las unas a las otras. Sin perdedores, no habría ganadores. Sin tragedia, no habría éxito. Sin farolillo rojo, no habría maillot amarillo. La sensación implícita tras la lectura de este libro es que este énfasis no ha sido premeditado, si no natural. Quizás, se me antoja que solo un ciclista podría haber comunicado con absoluta naturalidad que la épica necesita tanto del derrotado como del vencedor y que ambos alimentan y retroalimentan esas historias de grandeza y que no deberían pervertirse con ánimos desviados y tendenciosos.
El libro, si nos ponemos magnánimos y presuntamente objetivos, es una gran demostración de trabajo de hemeroteca y de búsqueda bibliográfica. Probablemente, no cuente nada nuevo, nada que no haya sido escrito antes o que no se supiera con antelación. Pero lo cuenta de una manera distinta. Izagirre demuestra talento y oficio a la hora de manejar el ritmo y el estilo en sus historias que, con su prosa, adquieren un valor romántico y emocional que las acerca más a su verdadera naturaleza que lo que podría ofrecer el simple recuento enciclopédico. Las historias se centran en el valor humano del deporte, profundiza en los riesgos y las pasiones de los protagonistas, nos descubre la subjetividad que subyace debajo de los perfiles tópicos y definitivos que, a veces, nos han comunicado los resúmenes de prensa. Los ciclistas, en este libro, conducen, beben, fuman, lloran, ríen, trasgreden y triunfan, sueñan y tienen pesadillas que solo nos recuerdan que el deporte no es más que alguien que practica eso, deporte.
Izagirre nos devuelve el ciclismo como es: imperecedero, heróico y villano, más terrenal que divino, impregnado de las ansias de trascendencia de los ciclistas más que de las leyendas que con ese ímpetu convirtieron en realidad. Lo hace con un elocuente talento para sentir, y comunicar con precisos y emotivos detalles, los entresijos fundamentales del ciclismo en acción. El secreto de su éxito es un equilibrio perfecto entre el exciclista y el escritor que hace plácida la lectura, profundas las reflexiones y duraderas las imágenes.
Se me hizo difícil resumir el libro en un solo nombre que encabezara esta entrada. Más aún cuando la solución más sencilla, recurrir al nombre del propio escritor, ya la había agotado cuando hablé del libro por primera vez. No era fácil elegir a uno entre todo ese pelotón de héroes y villanos. ¿A quién darle más valor? ¿A las gestas de Coppi? ¿Al secreto de entreguerras de Bartali? ¿Al bidón? ¿Al peine de Koblet? ¿Al despite de Perico? ¿Al cognac de Colin Lewis? ¿A las lágrimas de Merckx? ¿Al bacalao de El Cojo? Difícil elegir entre todas estas historias y muchas más, pero tenía que elegir porque, si el Tarangu era obzecado para escalar, yo lo soy para titular. Así que, al final, opté por Roger Walkowiak, al que hasta ahora no había nombrado.
Un personaje que recoge en una sola historia la relatividad del éxito y del fracaso que comentamos al principio. Alguien que ganó el Tour en 1956 gracias a una ecapada que acabó por acuñar un término y desapareció durante 40 años, hasta que aceptó ser entrevistado en televisión y resumió su historia con la punzante y expresiva frase: "Ojalá nunca hubiera ganado el Tour". Pensaba contar más, pero prefiero dejarlo ahí ,para que os incite a leer.
Y, si aún necesitáis más motivación, podéis asomaros por el Fnac de Bilbao hoy mismo jueves 6 de Septiembre a eso de las siete, si no me equivoco, y asistir a la presentación del libro e, incluso, conocer al propio autor. Quizás hasta yo lo haga, si puedo, y puede que me siente en una esquina y me ponga a silbar "Verano azul".
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