El año en que yo nacía, a Pitino le nombraban entrenador principal interino en Hawaii. Son más de treinta años de carrera, en los que ha conseguido dos campeonatos de la NCAA. El primero lo consiguió en 1996 con la Kentucky de aquel equipo en el que hasta nueve jugadores llegaron a la NBA: Derek Anderson, Tony Delk (mejor jugador de aquella fase final), Walter McCarty, Ron Mercer, Nazr Mohammed, Mark Pope, Jeff Shepard, Wayne Turner y Antoine Walker. El segundo campeonato lo ha conseguido este año, ayer, después de que la Universidad de Louisville que entrena desde 2001 (justo después de su segundo intento como entrenador en la NBA, con los Boston Celtics, antes lo intentó con los New York Knicks) venciera en el partido final que acogió el Georgia Dome de Atlanta a los Wolverines de Michigan.
Por supuesto, todo el mundo hace referencia a Kevin Ware. Un periódico deportivo español ya le ha puesto el sobrenombre de "El Cid", que, si no en general, a mí, por lo menos, me da un pelín de vergüenza ajena.
Esta vez, si respondió Trey Burke para los Wolverines pero no fue suficiente. En la primera parte, fue su compañero Spike Albrecht el que espoleó a los de Michigan para creer en la victoria, pero, la segunda parte, vio como la buena muñeca de Luke Hancock terminaba con la resistencia de los hombres de John Beilein.
Hancock llevaba una temporada entera desde el banquillo con medias de 7 puntos por partido, pero, en los dos últimos partidos de la temporada, y motivado quizás por la baja de Kevin Ware, este alero de 2'01 se ha salido: 20 puntos, con 3 de 5 en triples en semifinales, y, ayer, en la gran final, 22 puntos, 3 asistencias, 2 robos, 5 de 5 en triples. Solo falló un tiro de dos. Con él, el buen trabajo de Chane Behanan (15 puntos y 12 rebotes) bajo los tableros y el enorme partido de Peyton Siva (18 puntos, 6 rebotes, 5 asistencias y 4 robos) equilibraron la mala puntería de la estrella del equipo, Russ Smith, quien se quedó en 9 puntos, con un deplorable 3 de 16 en tiros de campo.
Kevin Ware hablaba de sus hermanos y del orgullo que sentía cuando terminó el partido. Siva recordaba que lo importante es que el entrenador iba a tener que hacerse un tatuaje. Pitino, por su parte, callaba, aunque un tatuaje no rebajaría su semana magnífica: gana el título, lo eligen para el Hall of Fame, sus caballos (es un fanático de la hípica) triunfan en los hipódromos y su hijo, Richard Pitino, ha sido elegido como entrenador principal de la universidad de Minnesota en substitución de Tubby Smith, quien, precisamente, substituyó a su padre en Kentucky.
Es lo que tiene la vida. La vida de Pitino da para un libro: su mejor amigo murió en el ataque a las Torres Gemelas, ha escrito libros de autoayuda, estuvo apunto de entrenar a Puerto Rico, su historia en la NBA es una historia de frustración y determinación, fue protagonista de un escándalo sexual del que no manejo los suficientes datos como para seguir hablando pero hay información suficiente en la red, le pone nombres raros a sus caballos y, por sus manos, han pasado grandes jugadores de baloncesto, algunos mejores, otros peores (Antoine Walker, Jamal Mashburn, Jamal Magloire, Francisco García, Earl Clark, Tony Delk, Derek Anderson...). Alguno de los que ha entrenado este año, agrandarán esa lista. Mientras tanto, le toca hacerse un tatuaje si es verdad lo que dijo Siva y le toca celebrar por todo lo alto su segundo título NCAA, el primero con los Cardinals.
Nosotros, supongo, esté o no esté Doug McDermott, seguiremos un año más, el próximo, siguiendo a Will Artino y a sus compañeros.
La foto es del buscador de google, y pertenece a la web philly.com.
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