Por razones personales, el 26 de Mayo de 2013 no fue un día muy feliz para mí. Y no hablo de San Mamés, hablo de algo más importante y trágico que no tiene sitio en este blog. Aunque, porque todo en esta vida parece estar conectado, también guarda algo de relación con la despedida de La Catedral, y, por ello, la fecha en que la Liga de fútbol profesional despidió a uno de los estadios más veteranos y representativos del fútbol europeo (no creo que le quede grande el adjetivo) siempre quedará unida en mi memoria íntima a un domingo gris, triste y lento, en el que los minutos parecieron contarse por segundos, y los segundos se aplaudieron con una nostalgia más emotiva y lóngeva que lo que alcanza a representar nuestra percepción más trivial y empírica.
También quedó unida a Juan Luis Gómez, jugador del Levante, quien se convirtió, gracias a su gol en los minutos finales, en el último futbolista en disfrutar de la emoción que debe provocar ver como un balón que tú has golpeado por última vez entra en esas porterías que han visto más de un millar de partidos oficiales. He leído que, además, este veterano jugador malagueño que ya ha pasado por un buen montón de equipos (Almería, Alicante, Numancia, Betis, Albacete, Osasuna, Córdoba...) es un especialista en esto de marcar goles que acaban por proporcionarle un hueco en la historia: el gol del ascenso del Levante, el primero en Europa del equipo valenciano, el último en San Mamés... El último en San Mamés.
No lo será, porque aún quedan dos partidos. El próximo domingo, el filial del club vizcaíno se enfrentará al filial del club valenciano ("en esta vida todo parece estar conectado") en la liguilla de ascenso de Segunda B, y, unos pocos días después, el primer equipo honrará la memoria del centenario césped bilbaíno con un partido amistoso ante un combinado formado por jugadores vizcaínos y que entrenarán Txetxu Rojo e Iñaki Sáez, dos exjugadores del Athletic Club. En esos 180 minutos de juego, algunos, los que no pudimos despedirnos el pasado domingo, intentaremos recrear nuestra propia y personal despedida del estadio, y, de paso, calculo que sería mucho infortunio que nadie consiguiera emular a Juanlu. Eso sí, el andaluz se mantendrá como el último jugador profesional en marcar un gol en primera división y en San Mamés. Igual que ("en esta vida todo parece estar conectado"... y además tener un curioso sentido del humor) Fernando Llorente quedará como el último jugador en marcar con la camiseta del Athletic y en las mismas condiciones.
Durante los días previos al pasado domingo, la prensa intentó, cada uno con su propio estilo, celebrar la despedida con respeto y boato. En algunos periódicos, incluso se le dio cancha a la memoria personal de los hinchas, todas aquellas personas anónimas que, durante tantos años, se han confundido entre otras iguales o parecidas, para conformar, entre todas, lo que se ha intentado describir con calificativos proverbiales y románticos. Todos los que hemos tenido la suerte de participar del ambiente de ese estadio, ya sea en días históricos o en otros más terrenales, sabemos qué hay de extraordinario y qué de extremado en esas reuniones coloridas y apasionadas.
Yo tengo mis propios recuerdos, memorias intangibles que no se borrarán nunca pero que han ido transformándose con el paso del tiempo. Memorias invernales, un tanto difusas por el efecto de excitantes ajenos al fútbol; memorias más sobrias y reposadas, pero igual de emotivas, que incluso guardan relación con la gente que me acompañaba más que con los futbolistas que perseguían la pelota ahí abajo. Memorias de días lluviosos y soleados, de victorias y derrotas, de expresiones exacerbadas que el raciocinio te invita a rechazar pero el corazón traiciona y siempre vence a la razón. Memorias encajadas en un viejo estadio de hormingón armado que pronto desaparecerá y con él, quizás no desaparezcan nunca los recuerdos.
En mi humilde opinión, despedir San Mamés con una derrota y con una cerrada ovación en la que los protagonistas fueron todas las personas que desde la grada arrojaron su pasión en un arranque clamoroso y sincero no deja de ser un franco y sensato homenaje a cómo entiendo yo este club y las emociones que me provoca: un sentimiento que perdura y prevalece sobre el disgusto más que sobre el júbilo, una ligazón conmovedora y enigmática que se ennoblece y se engrandece cuando medra más que retrocede ante el fracaso y la contrariedad, un ejercicio continuo en la esperanza más utópica y la unidad más desprendida y delicada. Más compleja, y a la vez, incluso cuando duele, más fértil y lucrativa.
Por eso, aunque me pasara aquel domingo a las puertas de un tanatorio, viendo como un grupo de emigrantes jugaban al futbito entre risas, palabras que no reconocía, y camisetas de muchos equipos europeos pero ninguna de franjas rojas y blancas, San Mamés y el Athletic, aunque a veces no lo entienda y mi cerebro quiera impugnarlo, siempre estarán conmigo, se derriben sus cimientos o vacilen sus valores. Aunque sea yo el que vacile, o el que intente derribarlos.
Mi recuerdo se queda en el partido contra el Milán. La primera vez que estuve en San Mames. Bendita bola de papel de aluminio.
ResponderEliminarBonita entrada.
Sí, es uno de los recuerdos que yo también guardaré para siempre. Ha sido un poco triste despedirse hoy.
ResponderEliminar