No sé si fue ayer o hace un par de días, quizás lo he soñado, o ha sido un mal viaje, pero me suena que, a los 51 años, Frank Rijkaard ha dicho que se pira, que ya no tiene motivación, que no quiere seguir entrenando y que, a partir de ahora, se va a dedicar a otra cosa, y creo que ha dicho que esa cosa va a ser hablar de fútbol, leer, escuchar música, recoger margaritas o estudiar si puede, por fin, alisarse el pelo. Algo así, yo me lo estoy tomando un tanto a chufla y quizás no sea lo más adecuado.
El caso es que Frank Rijkaard, al que algunos llamaban el holandés impasible, ha decidido dejar el fútbol profesional. Ya no va a entrenar más. Yo no las tengo todas conmigo. Es joven, 51 años, así que yo le veo volviendo cuando se aburra de escuchar música y hablar de fútbol, pero quién sabe. Creo que le he leído por ahí decir que no quiere ni imaginarse que llega a los sesenta dedicándose a entrenar, así que igual es algo madurado y sin vuelta atrás. Sea como sea, ya ha sido. Y no sabemos si será.
El caso es que Rijkaard, aquel central de tupido pelo al que Arrigo Sacchi reconvirtió en un mediocentro de los que dirigen una orquesta sinfónica con la cintura, se retira dejando atrás un palmarés de los que se acercan a Trapattoni y un hueco con la forma de su 1'90 de altura en el friso que recuerde el fútbol de los años noventa.
Como tampoco es que me vaya a poner aquí, ahora, a recordar toda su carrera deportiva, que bastante me voy ya por los Ubeda's Cers, que diría el Guayo, voy a elegir tres momentos de gloria en su carrera como jugador y uno de su carrera como entrenador y ahí ya tenemos hecho el colage nostálgico para entender qué deja de recuerdo en esto del balompié un jugador al que siempre se le recordará oteando el campo como si fuera un mariscal en el frente.
Los momentos deportivos de su carrera como jugador de campo fueron: la Eurocopa del 88 que ganó con la selección de Holanda, las dos Ligas de Campeones de Europa que consiguió, de manera consecutiva, con el AC Milan y la que consiguió con el Ajax de Ámsterdam en su última temporada como futbolista profesional.
Como entrenador, no podía ser de otra manera, se eligen las dos temporadas más gloriosas de su periplo como preparador del FC Barcelona: la de 2004-2005 y la de 2005-2006.
Antes incluso de triunfar como jugador de un equipo, Frank Rijkaard triunfó con la selección de su país al ganar la Eurocopa de 1988. Era la Holanda que dirigía Rinus Michels y que se nutría de aquel PSV Eindhoven que se acababa de proclamar, para sorpresa de todo el continente, en campeona de Europa de clubes. Guus Hiddink había armado un equipo que se fundamentaba en un buen puñado de desconcidos autóctonos, un belga aguerrido (Eric Gerets) y una panda de daneses con las piernas muy flacuchas (Soren Lerby, Jan Heintze y Frank Arnesen). Hiddink le ganó el pulso a su compatriota Leo Beenhakker que andaba entrenando al Real Madrid y eliminaron a la quinta del buitre por el valor doble de los goles. También habían caído ya el Bayern Munich de Lotthar Mattheus o el Nápoles de Diego Armando Maradona, así que los holandeses se encontraron con el Benfica portugués en la gran final. Todo se decidió en los penalties. Unos penalties que encumbraron a Hans Van Breukelen, el rubio y gélido portero del PSV, que detendría el último penalty, el del portugués Antonio Veloso. Además de Van Breukelen, Berry Van Aerle, Ronald Koeman, Gerald Vanenburg y Wim Kieft eran compañeros de Frank Rijkaard, Ruud Gullit y Marco Van Basten en aquella selección donde Rinus Michels también contaba con otros como Jan Wouters, Erwin Koeman, John Bosman o Johan Van't Schip (este apellido me volvía loco cuando era un crío). Eliminaron en semifinales a la Alemania Federal que lideraba Rudi Voller (dos años después, en el mundial del 90, Rudi Voller y Frank Rijkaard, más Rijkaard que Voller, protagonizarían una imagen bochornosa con la flema por bandera) y se encontraron en la final con aquella Unión Soviética que era más bien Ucrania y que dirigía Valery Lobanovsky, ucraniano, por supuesto, igual que muchos jugadores que estaban en aquella selección, como Alexei Mikhailichenko, Igor Belanov, Oleh Protasov, Anatoliy Demyanenko, Vasiliy Rats, Hennadiy Litovchenko o Sergei Pavlovich Baltacha. Otros eran bielorrusos, como Sergei Aleinikov o Serguei Gotsmanov. Y Tengiz Sulakvelidze, por ejemplo, que no jugó la final, era de Georgia. Vamos, que parecía que los únicos rusos eran Rinat Dasayev, el gran portero que jugaría en Sevilla y el elegante Aleksandr Zavarov. Ademas, si me gustaba el apellido Van't Schip, ya te puedes imaginar lo que opinaba de alguien que se llamaba Vagiz Khidiyatullin. Dejándonos de chorradas, era una selección, la soviética, bien armada y que se basaba en aquella fuente de talento inagotable de los ochenta en la que se convirtió el Dinamo de Kiev, con jugadores como Rats, que acabaría en el Espanyol, Mikhailichenko, que luego entrenaría al equipo y a la selección tras retirarse en Glasgow, el balón de oro del 86 Igor Belanov (por aquel entonces el balón de oro solo lo podían ganar europeos, si no, cuentan que hubiera sido para Maradona) o el delantero Oleh Protasov, que ahora es entrenador en su país.
Los holandeses ganaron por 0-2 con goles de Ruud Gullit y Marco Van Basten (máximo goleador del torneo a la sazón) y Frank Rijkaard formó pareja de centrales con Ronald Koeman, consiguiendo mantener a cero su portería en aquella final que acogió el Olympiastadion de Munich.
Los primeros grandes triunfos de Rijkaard como jugador de club (no es que no conociera los títulos de antes) fueron las dos orejonas seguidas que consiguió en las temporadas 88/89 y 89/90. Fueron años en los que él y sus compañeros de selección Gullit y Van Basten le pusieron nombre a una época dorada para el equipo rojinegro de Silvio Berlusconi: el Milan de los holandeses pasó a llamarse. Venían de años de poca gloria pero un desconocido Arrigo Sacchi armó un equipo temeroso que se basaba en una defensa impenetrable y en el talento de tres holandeses que pasaron a la historia. Marco Van Basten marcaba los goles, Gullit jugaba en todas las posiciones, Rijkaard manejaba el juego y Mauro Tassotti, Alessandro Costacurta, Franco Baresi y Paolo Maldini consiguieron que todo el mundo se aprendiera la defensa del Milan de memoria. Giovanni Galli estaba en la portería, y había otros jugadores importantes como el actual entrenador del Real Madrid, Carlo Ancelotti, su compañero de mediocentro Roberto Donadoni, Alberigo Evani, Daniele Massaro...Sacchi decidió colocar a Rijkaard en el centro del campo, aunque venía de ser campeón de Europa jugando de central, y acertó con el cambio. En la 88/89, primero, le metieron un 5-0 al Real Madrid en San Siro que aún debe escocer, con goles de los tres holandeses más Roberto Donadoni y Carleto. Con toda esa energía, llegaron a una final donde se encontraron con aquel sorprendente Steaua de Bucarest de Anghel Iordanescu que capitaneaba Georghe Hagi, Dan Petrescu, Mario Lacatus, el futuro burgalés Gavril Balint... y se acabó la sorpresa. A los rumanos les cayeron cuatro y Rijkaard levantó su primera copa de campeón de Europa. Al año siguiente, el Nápoles de Maradona se quedó con el scudetto en un final caótico, pero Franco Baresi volvió a levantar la orejona porque, aunque esta vez fuera en octavos, los de Arrigo Sacchi volvieron a eliminar al Real Madrid y repitieron en una final donde, esta vez, se encontraron al Benfica de Sven-Goran Eriksson. El gol de la victoria, aprovechando una pared y dejando una galopada vertiginosa que cortó la defensa portuguesa como si fuera mantequilla fue cosa de Frank Rijkaard que alcanzó así su gran gloria.
Si quieres más datos contundentes sobre estos años milaneses y te gustan los balones dorados: año 88/89, balón de oro Marco Van Basten, segundo Ruud Gullit, tercero Frank Rijkaard; año 89/90, balón de oro Marco Van Basten, segundo Franco Baresi, tercero, Frank Rijkaard.
El tercer capítulo de su carrera pegando patadas al balón nos lleva a su último año de profesional. Cuando acabó su periplo de un lustro en la capital de la Lombardía, Rijkaard decidió aceptar la oferta para regresar a sus orígenes. Empezó jugando en el equipo de la ciudad donde nació y terminó su carrera deportiva en el mismo sitio. Y la terminó a lo grande, llevándose la Liga de Campeones gracias a que tuvo el don de la oportunidad y se unió a una nueva generación de talento autóctono y foráneo que estaba forjando Louis Van Gaal en De Toekomst. Ya hablé de esta Liga de Campeones en una entrada más antigua que llevaba por título el nombre del presidente del Ájax en aquellas fechas, pero, por seguir un equilibrio, insistiré en una temporada que alumbró a un puñado de jugadores que, en los años que le siguieron, se hicieron unas lóngevas carreras en el viejo continente, tan largas o más que la que cerraba el central de Ámsterdam. Como decíamos, Van Gaal, había empezado a construir un equipo que contaba con un buen número de jugadores que apenas habían cumplido la mayoría de edad. Los Marc Overmars, Patrick Kluivert, Finidi George, Jari Litmanen, Nwankwo Kanu, Clarence Seedorf, Edgar Davids, Frank y Ronald de Boer o el portero Edwin Van der Sar coincidieron en un equipo que, bien dirigido, y rematado con la veteranía de Danny Blind (ahora tiene a su hijo jugando en el mismo equipo) y Frank Rijkaard, subió a lo más alto del pódium europeo y lo hizo venciendo en la final al antiguo equipo de Rijkaard, un AC Milan que entrenaba Fabio Capello y que, en aquella final, solo utilizó a dos jugadores foráneos, el francés Marcel Desailly y el croata Zvonomir Boban. La mejor manera de cerrar una carrera a la que precisamente títulos tampoco es que le faltaran.
Como entrenador, solo he elegido un momento, eso sí, que abarca dos años, dos temporadas llenos de éxitos que levantaron al FC Barcelona de una crisis galopante y lo devolvieron a la misma cuando terminaron. Eso sí, un período que pareció anticipar lo que iba a ocurrir cuando llegara Josep Guardiola. Fueron las temporadas de 2004/2005 y 2005/2006, después de una primera en la que Joan Laporta venció en las elecciones a la presidencia a un Lluis Bassat que tenía en su plancha a Josep Guardiola como director técnico y, muy probablemente, a Juan Manuel Lillo como entrenador. Laporta apostó por un Rijkaard que venía de una breve y poco fructuosa experiencia como seleccionador de Holanda y de bajar al Sparta Rotterdam a segunda. Si a eso le sumamos la polémica sobre el fallido fichaje de David Beckham, no cabía esperar más de lo que hubo: una temporada sin títulos en la que Frank Rijkaard no consiguió convencer a la afición. Sin embargo, se mantuvo en su puesto y los dos años siguientes vieron el renacer de la institución blaugrana gracias al temple del holandés y a la creatividad de Ronaldinho de Assis. En dos años, el FC Barcelona ganó 2 Ligas, 2 Supercopas y, sobre todo, una liga de campeones, la que ganaron en 2005-2006 por 2-1 al Arsenal de Arsene Wenger, Cesc Fábregas y Thierry Henry. Fueron los años en los que empezaban a coger galones los canteranos que después han protagonizado los años dorados de Guardiola, Víctor Valdés, Xavi Hernández, Andrés Iniesta, Carles Puyol o un jovencísimo Leo Messi; los años de jugadores como Samuel Etoo, Henrik Larsson, Rafael Márquez o Anderson de Souza "Deco", pero, sobre todo, los años de Ronaldinho de Assis, Ronaldinho Gaucho, antes de que a éste le diera más por la samba y el mambo que por la rabona y la tijereta. Un año más tarde, el proyecto empezó a envejecer: perdieron la Supercopa de Europa ante el Sevilla, el Getafe remontó en la Copa y el Liverpool de Rafa Benítez acabó con las ilusiones del doblete europeo. Así, tal y como vino, con una sonrisa y sin perder la calma, Frank Rijkaard dijo adiós sin reproches y se terminó su efímera pero fructífera etapa blaugrana.
De Barcelona se marchó a Estambul, pero su experiencia en el Galatasaray no fue muy positiva. Aceptó la oferta para ser seleccionador de Arabia Saudí y, la verdad, es que muchos pensaron que aquella decisión vaticinaba la noticia que se ha producido hace unos días.
En cualquier caso, cada uno guarda en su memoria lo que quiere y lo guarda como le da la gana. Para mí, Rijkaard quedará grabado en el fondo del cajón de sastre que es mi cabeza como uno de aquellos dos exóticos jugadores de color, con pelambreras rizadas y llamativas, que escoltaban a un sonriente Marco Van Basten, tan rubio y tan pálido, los tres con camisetas ralladas de colores rojo y negro. El Rijkaard que fumaba y sonreía, y se vestía elegante en tonos oscuros, sin alterarse a pie de campo mientras observaba a sus jugadores como si estuviera observando una partida de petanca. Ése también tendrá un hueco en mi memoria. Pero, sobre todo, recordaré a Rijkaard como el tío que era capaz de ofrecer una entrevista en la que solo hablaba de música, el Rijkaard que regalaba un titular tan rotundo como éste: "Doolittle de Pixies cambió mi visión de la música." Quedará como el fan de Audioslave, XTC, QUOTSA, Pearl Jam y Nirvana, el mismo que decía que cuando perdía, la música que pegaba con aquellas emociones era algo de Morrissey o The Smiths. Porque sí, porque se retiran, se van, y quedan en los álbumes y en el fondo de ese cajón de sastre del que hablaba, y, ahí, para unos, Rijkaard tendrá cuajo, para otros tendrá flema, para muchos parsimonia y, para mí, el nervio de un tío que escuchaba a Deftones antes de jugar un partido.
2 comentarios:
Buena entrada Holden!
Gran jugador pero, dentro de los holandeses de aquella época, yo confieso que era más de Bergkamp que, aunque un pelín más joven, también coincidió en la selección con él, con Gullit, Van Basten, Koeman... Vaya nombres! Qué nostalgia!
Pones todos esos nombres en fila y parece que nos hacemos mayores de golpe, a que si.
Un abrazo.
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