jueves, 20 de noviembre de 2014

José René Higuita



Ahora que anda saliendo Benicio del Toro en la televisión, me he acordado de él. Corrió el bulo en internet de que se había muerto, no el de Medellín que titula la entrada, si no el actor puertorriqueño. El que sí murió fue Pablo Escobar, al que Del Toro interpreta en su última película, Escobar: el paraíso perdido, por la que, precisamente, aparece ahora con asiduidad en la televisión. Y al verlo, y recordar al narcotraficante colombiano, también me he acordado de su compatriota el guardameta. 
Decían, en su día, que eran amigos, que Higuita le pidió permiso cuando quiso fichar por el Valladolid, que lo visitó en el presidio. Eran los años noventa y "El Patrón" seguía gestionando uno de los negocios más lucrativos del país, ya estuviera en la calle o en la famosa carcel de la Catedral. Lo que sí es innegable, es que Higuita también estuvo recluido, no en La Catedral, pero en la Nacional Modelo de Bogotá. Y lo estuvo, perdiéndose el Mundial de Estados Unidos 1994 porque medió en el secuestro de la hija de Luis Carlos Molina, un amigo de Escobar. El propio Escobar había ordenado raptarla para vengar la traición de la que acusaba a su padre. El portero, por entonces ya de vuelta en el Atlético Nacional, terció en la discordia y acabó pasando seis meses entre rejas porque la ley colombiana sancionó su intervención.
Por eso, ha sido ver a Benicio del Toro haciendo de Pablo Escobar y recordar a René Higuita haciendo de Benjamin Price. No me he acordado de su experiencia en el Pisuerga, ni de su acrobática manera de repeler un disparo de Jamie Redknapp en Wembley, ni de su colorido mundial en Italia hasta que le dio por regatear a Roger Milla. Tampoco de sus recientes apariciones televisivas en su país, en "reality shows" donde se marchó con un toldo a una isla o se cambió de look para asombrar a la audiencia. No, yo marché más lejos y me acordé del momento en el que Higuita comenzó a forjar una leyenda que acabaría por cruzar el océano y doblar las lenguas. 
Y ya que me acordé de aquella ocasión, aprovecho y la recuerdo también aquí. 
Fue el 31 de Mayo de 1989 y se disputaba la final de la máxima competición futbolística en el continente americano. El Olimpia había ganado por 2 a 0 en el Defensores del Chaco de Asunción, gracias a los goles de Carlos Vidal Sanabria y de Gustavo Bobadilla. Era la Olimpia del histórico arquero paraguayo Ever Hugo Almeida y del delantero que retornaba de Europa, Raúl Amarilla. Enfrente, tenían a un equipo colombiano que intentaba la gloria de conseguir la Libertadores por primera vez para su país, un Atlético Nacional que entrenaba con éxito Francisco Maturana y que remontó el resultado en el exilio de Bogotá, porque el Atanasio Girardot de Medellín fue vetado al no contar con la capacidad mínima requerida. El segundo gol, logrado por Albeiro Usuriaga, futuro ex jugador del Málaga, y quien acabaría asesinado a tiros quince años más tarde, igualaba la contienda y acercaba una tanda de penales en la que acabaría por decidirse el título. 
René Higuita ya le había detenido a Ever Almeida un penalty, pero llegaría su primer momento de gloria cuando quedaba a su cargo lanzar el último de la primera ronda. Si lo fallaba, Olimpia ganaba el título. Si lo metía, la muerte se hacía súbita. Y lo metió, claro. Con tranquilidad, sin aspavientos, carrerilla y para dentro. Y así comenzó la fatídica ronda final, cuando, si uno falla, y el otro mete, ya no hay más posibilidades. 
El primero que lanzaba Olimpia, lo atajó Higuita. El comentarista se volvía loco y la afición de los verdolagas con él. La Copa estaba a un solo gol y a un solo gol siguió después porque lo fallaron. Y volvía la decepción y volvía la alegría a Paraguay. Segundo intento de los de Asunción y segundo penalty que detenía el portero de Medellín. Otra vez la algarabía para ese lado del tendido. Otra vez la ilusión a raudales y otra vez que perdían la oportunidad porque también erraba el lanzador del Atlético Nacional. Otra vez, se repetía la situación, Higuita bajo palos para sostener la gloria de los de Maturana y otra vez que lo lograba porque, ante el asombro de todos, por tercer penal consecutivo, Higuita acertaba y lo paraba. Pero el fútbol, a veces, es pura ficción, y, como en la mejor película de suspense, por tercera vez consecutiva tampoco acertaban los colombianos y sí lo hacía un Almeida que aguantaba magníficamente su brazo con retraso. Vuelta a empezar y la angustia era tan densa ya que ni el balón parecía rodar. Se repetía el patrón: al punto, Carlos Vidal Sanabria, goleador en el partido de ida; a la línea, una vez más, Higuita. Y éste, para entonces, era ya diez tallas más grande, le había crecido la melena, le estiraron los guantes. Sanabria vio la portería tan chiquita que Higuita no tuvo ni que estirarse y el balón se fue por encima del travesaño. Ahora le tocaba a Leonel Álvarez, otro de esos futbolistas de los noventa que le dieron un lustre inesperado a la generación de Maturana y la historia de este deporte en Colombia, y no falló. Esta vez sí, el de Remedios acertó y el Atlético Nacional consiguió lo que no habían logrado los equipos de Cali, ni el Deportivo en el 78 ni el América en tres años consecutivos, del 85 al 87. Lo que nadie volvió a conseguir hasta quince años más tarde cuando repitió éxito, en 2004, el Once Caldas de Luis Fernando Montoya, quien acabaría con cuadriplejia en diciembre de ese mismo año al intentar evitar que atracaran a su esposa y recibir varios disparos de bala. 
Aquella primera ocasión en la que Colombia vibró con uno de sus equipos quedó como la gran gloria del fútbol nacional y un portero de 23 años, con una melena revuelta y un jersey colorido, se convirtió en el gran protagonista gracias a convertir una y detener cuatro penas máximas, casi nada. Aún hoy en día se discute si aquella victoria estuvo patrocinada por el narcotráfico o si la larga sombra no pudo tener poder de decisión sobre las estiradas de Ever Hugo Almeida y José René Higuita. Si te olvidas de todo eso, se disfruta mejor una ronda turbadora donde se encogía el corazón y temblaban las piernas, sobre todo las de los lanzadores, porque el paraguayo Almeida y el colombiano Higuita parecían dos amigos jugándose una ronda en un partido de playa. 
Y yo me he acordado de eso y ya de paso lo comparto. Y como compartir también se puede desde youtube.com, igualmente cuelgo el vídeo de 21 minutos que se grabó aquel día y que, mientras meriendas o sobrellevas la resaca el domingo, bien puede servirte de entretenimiento. Con eso, y una foto, lo dejo y ya volveremos a vernos. 



Posdata: la fotografía la he encontrado en el búscador de imágenes de google pero parece que viene de la web de Mundo Deportivo.

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