Quién se lo iba a decir a él. Quién podía imaginarse hace unos años que la edición XLVII de la SuperBowl empezaría a conocerse como la Harbaugh Bowl. Dos hermanos, cada uno entrenando a un equipo distinto, se enfrentaban por primera vez en la historia de la competición. Si se lo llega a decir alguien al pobre Jack Avon le da un jamacuco. Dicen que ambos hijos comentan la estrategia con él. No habrá sido fácil. Al final, fue John el que ganó a Jim y Jack, supongo, ni ganó ni perdió.
Ganaron los Ravens de Baltimore a los 49ers de San Francisco por 34-31 en una edición que se disputó en el Mercedes-Benz Superdome de New Orleans, Louisiana, ante 71.024 espectadores. 30 segundos de anuncio costaban unos 4 millones de dólares, Taco Bell, Budweisser, Coca-Cola, Samsung... Dicen que la que causó polémica fue Bar Rafaeli. Por supuesto, hubo espectáculo en el descanso y según cuentan las crónicas, Beyoncé no defraudó en su reencuentro con sus compis de Destiny's Child. Se cargó la luz y entonces, la SuperBowl que comenzó a conocerse como la Harbaugh Bowl pasó a conocerse como la Blackout Bowl.
En lo extrictamente deportivo, los Ravens se hicieron con su segunda Superbowl y no dejaron que los 49ers consiguieran su sexta, con lo que habrían alcanzado en lo más alto a los Pittsburgh Steelers. Los de Pennsylvania seguirán liderando la clasificación histórica. El MVP de la final fue el quarterback Joe Flacco, famoso por su sesión fotográfica el día de su boda. Un ejemplo, lo tenéis arriba. Pero la plantilla de los Ravens está plagada de buenos jugadores, alguno de ellos bien mediático. Desde, solo por nombrar algunos, el jugador de Tonga Ma'ake Kemoeatu hasta Ed Reed, pasando por Cary Williams, Danniell Ellerbe, Justin Tucker, Sean Considine, Dennis Pitta, Anquan Boldin, Vonta Leach o Torrey Smith. Más: el terrorífico Marshal Yanda, natural de Iowa, que con su 1'91 y 143 kilos, si le añades el aspecto físico, hace temblar a más de uno. Terrell Suggs, al que le obligaron a entregar su AK-47 después de varios casos de violencia con su pareja. O Paul Kruger, el mormón que estuvo apunto de morir por dos veces. Primero, con 13 años, en un accidente de tráfico. Después, ya en la universidad, durante una pelea. A su amigo le clavaron un destornillador en la espalda, a su hermano le destrozaron la mandibula con un puño americano y a él le apuñalaron en el pecho dejándole una herida bien hermosa de por vida.
Y Michael Oher, en quien se base la historia de la película que dirigió en 2009 John Lee Hancock, The Blind Side, y que le valió el óscar a Sandra Bullock y la nominación a mejor película. Después del partido le entrevistaban, y con su habitual parquedad a la hora de hablar, Oher solo podía repetir que lo que acababa de ocurrir era algo increíble.
Y, por supuesto, Ray Lewis, el ídolo de los Ravens, la imagen del equipo y, por extensión, de la ciudad de Baltimore. El único jugador que ha estado en el equipo desde que debutó en la Liga Profesional. Comenzó a jugar con los Ravens en 1996 (primera temporada del equipo en la NFL) y se retira ahora, con su segunda SuperBowl después de la que consiguieron hace unos años en Tampa.
La historia de Ray Lewis no es sencilla. En el año 2000, en una fiesta en Atlanta después de ver la SuperBowl, Ray Lewis y sus amigos se vieron envueltos en una pelea que terminó con la muerte de dos personas. Se libró de los cargos de asesinato al declararse culpable de obstruir a la autoridad y declarar en contra de los otros dos implicados, miembros de su grupo de amigos. Estuvo un año en libertad condicional y pagó la multa más alta en la historia de la NFL por algo que no tuviera que ver con drogas o alcohol. Pero Lewis tuvo una segunda oportunidad. Ahora que se retira, todo son elogios y muchos titulares hacen referencia a su complicada figura como representante del equipo y de la ciudad de Baltimore. Pero, como bien explicaba hace unos días David Zurawik en un artículo en el Baltimore Sun, quizás la imagen de Lewis sea la que mejor refleja la realidad de una ciudad que vive a medio camino entre The Wire y el deseo de revertir la fama de ciudad violenta y corrupta. Como dice Zurawik, Lewis es mitad Cedric Daniels, mitad Omar Little. Y, como bien demuestran en The Wire, parafraseando a José Callejón, "ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos."
No es solo un asunto racial. Dice Jameel McClain, también jugador de los Ravens y también protagonista en televisión, que Baltimore es una ciudad de currantes (blue-collar workers) y perdedores (underdogs) y el equipo sabe de qué va el rollo: trabajar, trabajar, trabajar, luchar, luchar, luchar.
Quizás algún día, haya más temporadas (de The Wire, quiero decir, no de la NFL), y podamos ver un capítulo en el que McNulty y The Bunk se beban hasta el agua de los floreros mientras ven a Joe Flacco, a Paul Kruger, a Michael Oher y a Ray Lewis ganar la SuperBowl para una ciudad donde, ya sabes... "It's Baltimore, gentlemen, the Gods will not save you" (Commissioner Ervin Burrell).
1 comentario:
He leído la entrada un poco tarde pero me ha gustado. Un poco de NFL viene bien para salir de la monotonía del fútbol. Lástima que mis Patriots fallaran en la final de conferencia. Me temo que la magia de Brady se está acabando y cada año será más difícil luchar por la Superbowl.
Aún así gran partido el de la final, y Hollywood ya tiene guión para hacer la segunda parte de la película.
Un saludo.
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