Fanzine deportivo literario. Crónicas caprichosas sobre héroes y villanos del mundo del deporte
miércoles, 1 de abril de 2009
Edurne Pasaban
Discusión típica de poteo: ¿por qué sube esa gente a esas cumbres jugándose la vida? "Esa gente"... como si fueran extraterrestres. Aunque, bien es cierto que, a veces, están muy cerca de estos. Yo he subido a 1482 metros de altura, los del Gorbea, y eso desde Pagomakurre. El resto de las cumbres que he pisado, algunas a las que subo con asiduidad: Paga, Apuko, Sasiburu, Cerredo, Arroletza, Kolitza, Ganeran, Gasteran, Pico La Cruz, Eretza, Montaño... no llegan a los mil metros. Lo que yo siento cuando estoy en lo alto del Eretza supongo que no se puede ni comparar con lo que Edurne Pasaban sentirá dentro de unos días cuando consiga hollar el Kachenjunga. Con ése, ya tendrá doce y solo le quedarán dos en su carrera para llegar a los catorce, carrera en la que también están otras dos mujeres: Gerlinde Kaltenbrunner y Nives Meroi. Un logro que no consiguió Wanda Rutkiewicz, la que se consideraba la mejor alpinista del mundo y que falleció, si no me equivoco, cuando intentaba su noveno ocho mil, el Kachenjunga. La buena noticia para nosotros es que estos retos serán cubiertos por una nueva edición de "Al filo de lo imposible". Edurne Pasaban es una ingeniera de 35 que reside ahora en Barcelona y a parte de regentar el restaurante-casa rural que tiene en Zizurkil y colaborar con la ONG Mountaineers for Himalaya, vive dando conferencias sobre sus experiencias en las montañas más altas del mundo. Hace unos años leí una entrevista donde mostraba su cara más oculta, hablaba de las dudas que la atraparon hace unos años y la llevaron a una fuerte depresión, dudas sobre su futuro, sobre el camino que había elegido, sobre la vida que llevaban los demás y la que tenía ella... Dudas que al final acabaron en la certeza de que su vida era la que ella quería. Cuando la preguntan por su profesión, siempre habla de que la reporta vitalidad, determinación y motivación. Es feliz. Su felicidad es el esfuerzo por conseguir un reto que no produce ningún beneficio material visible. ¿Tan difícil es imaginárselo? ¿Tan difícil es imaginarse la plenitud que se tiene que sentir a casi nueve mil metros de altura después de un esfuerzo en el que sientes el vértigo del límite? ¿De qué sirve? ¿Por qué todo tiene que servir de algo? ¿Qué significa servir? ¿Te tienen que dar un diploma? ¿Tienes que recibir un cheque al llegar? Las medidas son distintas pero si corres, aprendes que sudar no solo reconforta físicamente. Las medidas son distintas, pero si los sábados subes al monte, aprendes que ver es suficiente para que todo tenga sentido. Los valles, los ríos, las cumbres, el cielo, las veredas, las laderas, los collados, las grutas, los taludes, los macizos, los arroyos, los bosques, el valle que se abre inmenso y al fondo más montañas nevedas se asoman como si te dieran la enhorabuena. No hace falta buscarle un sentido, no necesitas que hagan un merendero, una nueva carretera para que la gente suba a pasar el domingo: es naturaleza, sin presencia humana, bella en sí misma, sin que sirva para nada porque sirve para todo, para todo y todo se reduce a ser feliz, y se puede ser feliz solo con mirar. Solo con imaginarme lo que ve Edurne allá arriba, puedo ser capaz de saber cómo ser feliz. Mucha suerte.
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