domingo, 24 de julio de 2011

Jim Ochowicz


El BMC Racing es su proyecto, y acaba de llevarlo a lo más alto con la victoria de Cadel Evans en el Tour de Francia. Pero Ochowicz no acaba de llegar a esto del ciclismo. En los ochenta se inventó el histórico 7-Eleven y lo llevó desde el amateurismo hasta la victoria final en el Giro de Italia con Andrew Hampsten. Kevin Costner los inmortalizó en una película, y luego vino el Motorola, pero Ochowicz no llegó al final. Sin embargo, ya había hecho bastante como para entrar en el salón de la fama del ciclismo norteamericano.
Hace poco más de tres años, volvió por lo grande, con un proyecto ambicioso, de capital suizo y con un marcado carácter internacional. Codo con codo con gente veterana y preparada como Andy Rihs, Noel Dejonckheere o John Lelangue, Ochowicz sumó al proyecto a otros cuatro directores deportivos que aún tenían muy cerca sus tiempos de ciclista profesional: Fabio Baldato, Michael Sayers, Max Sciandri y Rik Verbrugghe. Con todo eso, y con Cadel Evans a la cabeza, este año el Tour se presentaba, de manera silenciosa, como una aspiración obligada.
Se presentaron en la salida del Tour de Francia, con un buen puñado de rodadores para defender a Evans en el llano, trotones como Burghardt, Quinziato o Santaromita escoltaron a Evans cuando las piezas del dominó caían en el llano. Morabito y Moinard quedaban para las alturas y, para todo, hasta para las reuniones en el hotel, quedaba un veterano que ya sabía lo que era ayudar a ganar Tours, George Hincapie.
Buenas piezas que no funcionarían si no funcionaba el jefe del proyecto, Cadel Evans. Un australiano que tuvo que abandonar muy pronto su país para pasar prueba tras prueba en su empeño por emular a Miguel Indurain. Un contrarrelojista de piernas cortas, que pasaba desapercibido en el pelotón y que asomaba por sorpresa para esprintar con velocidad. Empezó en Italia, Saeco y Mapei, para luego emigrar a Alemania (Telekom), despuntar en Bélgica (Lotto) y encabezar el proyecto definitivo de Jim Ochowicz.
Hasta llegar a ganar el Tour de Francia de 2011, el que estaba destinado a los hermanos Schleck, Evans se había dedicado a labrarse una carrera de más de diez años repleta de triunfos, decepciones y desfallecimientos varios. Ganó la Copa del Mundo de 2007 (ya había ganado la de Mountain Bike), fue Campeón del Mundo en Ruta en 2009, dos veces pódium en el Tour (segundo) y una en la Vuelta (tercero). Además de todo eso, muchas otras victorias de relumbrón: el Brixia Tour, el Tour de Romandía, la Flecha Valona, la Tirreno-Adriático... Y muchos, muchos segundos y terceros puestos. Muchos tiros al palo. Pero, al final, con 34 años, le llegó su gran día.
Esperó agazapado, bregó hasta la extenuación cuando las cosas le iban mal, nunca perdió la fe y aceptó su posición como outsider, como el malo de la película, cuando Andy Schleck y Alberto Contador buscaban la épica, él era el contrapeso, el antagonista, el que, en realidad, le ponía el acento a la épica. Tiraba por detrás, solo, tumbado sobre su bicicleta, en una irreal camara lenta. Y así espero su momento, y no falló. Esperó y esperó hasta que el destino le propuso un pulso y no lo dejó pasar.
Jim Ochowicz lo celebrará por todo lo alto, a otros, les vuelve a tocar recapacitar y, quizás, les vuelve a tocar seguir el ejemplo de Evans y perseverar, perseverar, perseverar.

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