Ya han pasado unas semanas, así que es un momento mucho más propicio y relajado. Esta semana, tiran la columna principal. Pronto empezarán a despedazar el arco. Cuentan que la gente intentaba llevarse lo que podía. Al final, recuperaron más de veinte mil asientos del viejo San Mamés para donarlos al fútbol vizcaíno.
Pero, el caso es que se acabó.
La temporada que viene seguirá habiendo fútbol, pero ya no habrá fútbol en el viejo San Mamés.
La última vez que me senté allí fue en la fila 129, asiento 13, de la preferencia alta este, si no me equivoco. El Bilbao Athletic se deshizo con mucha dificultad del Levante B en su lucha por el play-off de ascenso a Segunda B, lucha que ayer se terminó en Valencia, tras un agónico partido en el que los cachorros cayeron en la tanda de penalties ante el Huracán.
Cuando el árbitro pitó el final, empezó el baile. Todo el mundo quería fotografiarse. Tenías que esperar tu turno para apoyarte en la varanda y que se viera bien el arco de fondo. Tenías que sacarle fotos a desconocidos para que luego ellos te sacaran a ti y a tus amigos. Todo el mundo sonreía en las fotos, pero en la cara de algunos se veía una especie de tristeza tamizada a la que te resistías y casi que hasta te avergonzaba. Pero, ¿por qué no? ¿Por qué no te va a dar pena?
¿No te da pena dejar el piso de soltero cuando te comprometes y pasas a compartir piso con alguien? ¿No te da pena dejar la casa de tus padres... incluso volver a ella? ¿No te trae recuerdos ver el patio del colegio, el parque donde jugabas, cómo coño ha cambiado tanto tu ciudad que tienes treinta y pico años y ya no la reconoces? Pues lo mismo. ¿Por qué no vamos a echar de menos a un estadio de fútbol? El fútbol nos trae recuerdos, nos aviva sentimientos irracionales y pasionales, nos rapta y nos libera a partes iguales. En ese cuadrado mágico entre las calles Rafael Moreno "Pitxitxi" y Luis Briñas pusimos en juego tantas ilusiones, recibimos tantas alegrías y, en la misma medida, tantas decepciones, tantas emociones que cómo no vamos a echar en falta a un bloque de hormigón encerrando un césped ralo y brillante.
Se acabó. No es el fin del mundo, solo es el final de cien años de historia. Una historia diminuta dentro de una historia más grande, pero nuestra historia, al fin y al cabo, y como nuestra tan grande como la que se escribe con mayúscula. Una historia que en la despedida del estadio se asomó para regocijo y emoción de aficionados veteranos, jóvenes y hasta novatos. Una sorpresa loable (para aquel a quien se le ocurriera) que le ofreció unos minutos de gloria y una alegría inesperada a la afición. Ver sobre el terreno, vestidos de corto, a los últimos capitanes del equipo que llevas en el corazón (se me está yendo la mano), ver de nuevo a Pablo Orbaiz, Julen Guerrero, Genar Andrinua, Dani Ruiz Bazán y José Ángel Iribar sobre el terreno de juego emocionó hasta a alguno que no había invertido en aquel ejercicio de nostalgia. Tantas cosas vinieron a la cabeza, buenas y malas, tantos recuerdos imborrables, tantos goles marcados y fallados, tantas fotos en color y en blanco y negro, tantas memorias, historias, anécdotas, leyendas, algunas de ellas ni tan siquiera vividas, solo radiadas, vistas por televisión, heredadas en conversaciones susurradas de padres a hijos. Justo el fruto que alimenta nuestra pasión (ya se me fue del todo). Es eso, y no los títulos, lo que ha conseguido que se perpetue un sentimiento (el que sea, hay diferentes versiones, tantas como personas) que como personal es único y como colectivo es abrumador.
La temporada que viene otra luz dará sombra al balón. El frío será otro. El calor también. No serán iguales los olores, descubriremos nuevas emociones, las sensaciones serán nuevas, distintas. Pero todo seguirá siendo lo mismo: fútbol. Un balón que te rehuye, un rival que quiere quitártelo, un grupo de personas que se reúne sin saber muy bien por qué pero teniendo claro para qué. Para que dentro de otros cien, alguien coja el testigo de esos capitanes y a otras generaciones que nos substituirán les provoquen la misma experiencia exaltada pero terrenal.
Hasta la lesión de Dani quedará como una metáfora de lo que significa este club y de lo que significó este estadio. Los fuegos, las luces, la música, todo quedó minimizado cuando se volvió a gritar el nombre del número ocho o cuando se pudo oír a la gente conteniéndose los años rebobinados al ver a Iribar enguantado y cojonudo como quedó para siempre en nuestra memoria y en nuestro imaginario.
Un secreto: al salir del campo aquella mañana de domingo cuando fuimos a despedirnos del viejo estadio, tuve una sensación muy extraña. Por un momento, sentí que echaba más de menos lo que pudo ser que lo que fue. Quizás eso sea el fútbol, más lo que promete que lo que al final cumple. Casi que como la vida misma.
1 comentario:
Aupa Athletic!!!
Publicar un comentario