martes, 18 de junio de 2013

Federico Anaya



90 años de historia despedidos en un twiter. La historia de la Unión Deportiva Salamanca ya puede ser leída en pasado simple en la wikipedia. Fundada el 9 de Febrero de 1923, según he leído, Federico Anaya fue fundador y su primer presidente cuando el club se llamaba Unión Deportiva Española. Campeón de 2º B en cuatro ocasiones y de tercera división en 8, el club desaparece con 5.000 socios y en Segunda división B. En primera, llegó a contar con más de 13.000 socios. 
El club ha jugado este año su última temporada. Han acabado en octava posición del grupo I de la Segunda B. Se han quedado a 7 puntos de entrar en el play-off de ascenso, tras contar con una gran plantilla y jugadores con un amplio bagaje, como Iban Zubiaurre, Raúl Fuster, Igor de Souza, Víctor Andrés o Adrián Murcia.
Pero todo esto, al dinero no le importa. La disolución del club se ha hecho efectiva debido a que los dirigentes no han encontrado una fórmula adecuada para resolver las deudas económicas que dirigían al club hacia un naufragio seguro. El club entró en suspensión de pagos hace un par de años. Entró en concurso de acreedores porque no podía hacer frente al pago de las deudas, deudas que superaban los 25 millones de euros. 
El dinero es el dinero, no importa ya que hayas existido durante noventa años. Has gastado, no pagas, desapareces. Las matemáticas no entienden de emociones cuando se aplican en el negocio del fútbol. El dinero no reconoce las doce temporadas en 1º División, las 34 en 2º A, las 8 temporadas en 2ºB y las más de diecinueve representando a una ciudad de más de ciento cincuenta mil habitantes y capital de provincia, en la tercera división. Las deudas olvidan pronto los años noventa. Los años en los que Juan José Hidalgo alcanzó la presidencia del club y Juan Manuel Lillo encadenó dos ascensos consecutivos para alcanzar varios años después la Primera división, de donde descendió al año siguiente, pero que recuperó uno más tarde, de la mano, esta vez, de Andoni Goikoetxea. Los años del patrocinio de Halcón Viajes, del desembarco de portugueses, del 1 a 4 en el Nou Camp, del logro de la permanencia bajo la batuta de Txetxu Rojo. Precisamente ahora, los números son del color del apellido del entrenador bilbaíno. Y con ese color, los años dorados se vuelven negros.
Se acabó, y puedo imaginarme la tristeza de los aficionados salmantinos. Un equipo donde han entrenado Felipe Mesones, Juanma Lillo, Jorge d'Alessandro, Andoni Goikoetxea, Txetxu Rojo, Miguel Ángel Russo, Mariano García Remón, Juan Señor, Felipe Miñambres, Juan Ignacio Martínez, David Amaral o Pepe Murcia; donde han jugado multitud de jugadores vascos como Endika Bordas, Alex Goikoetxea, Edu Alonso, Josu Anuzita, Iñaki Aizpurua, Kike Aiukar, Raúl Gañán, Ander Murillo, Iñaki Muñoz, Luciano Iturrino, César Caneda, Gorka Brit, Gorka Azkorra, Mikel Dañobeita, David Cuellar, Sergio Corino o Ismael Urzaiz; donde también lo han hecho otros que nacieron en otros sitios y jugaron en muchos otros lugares, como Mutiu Adepoju, Joaquim Agostinho, Roberto Fresnedoso, Pedro Pauleta (pichichi de segunda con el Salamanca), Antonio Orejuela, Catalin Munteanu, Pedro Botelho, Gabriel Popescu, Antonio Pinilla, Rogerio Brito, Mario Rosas, Leonardo Ramos, Michel Salgado, Walter Silvani, Julio Llorente, Marco Lanna, Diego Latorre, Joan Barbará, Claudio Barragán, Martín Cardetti, Carlos Casartelli, Henrique Guedes da Silva "Catanha", Hermes Desio, José Guillermo "Chemo" del Solar, Ariza Makukula, Mariano Toedtli, Bogdan Stelea, Carlos Vela, Martín Vellisca o Pablo Zegarra. No son pocos, pero no podía ser menos después de noventa años de historia. 
Puede que, y no quiero sonar trágico, el de la Unión Deportiva Salamanca no sea el último caso. Tampoco ha sido el primero. Y no solo ocurre en el mundo del fútbol. Solo nos queda desear que algún día Salamanca vuelva a tener equipo profesional y sus aficionados disfruten del fútbol, igual que no podemos más que mandarles ánimo a los trabajadores de la Troquelería del Norte en Sondika y a tantos otros que siguen sufriendo la cruda realidad de los fríos números.


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