A propio intento llego tarde. Ya son las ocho de la noche y ya se han hecho eco de la noticia todos los medios de comunicación. Hasta la gente que no entiende de fútbol ni ganas que tienen saben que se ha muerto alguien y si les dices el nombre, te dicen, que sí, me suena que es ése.
Hacer las cosas por obligación siempre consigue que se hagan mal, pero yo nunca he sido mucho de imponerme, así que, al final, he claudicado. No tenía ganas de escribir esta entrada, y no porque tenga nada contra Luis Aragonés, ni porque no lamente su muerte como lamento todas aquellas que son, sobre todo si son indeseadas.
Sin embargo, a mí los años de césped de Luis Aragonés me quedan muy lejos, y lo único que tengo como referente es una anécdota familiar. Y eso también me echaba para atrás a la hora de escribir. Hace nada, un par de días, ya mencioné a mi abuela, ahora no me quedaban ganas de ponerme a hablar también de un tío mío. Y, voy, y lo hago: ese tío mío jugó de portero en tercera y en segunda b con equipos de su tierra y hubo un buen día en que fue invitado por el Atlético de Madrid a entrenar con ellos para probarle. No llegó a fichar, pero siempre recuerda que le tocó, en aquella prueba, recibir los disparos de Luis Aragonés y que el tío era el jugador que más fuerte le pegaba a la pelota de todos los que se había encontrado mientras estaba debajo del travesaño. Contaba que se acercó a felicitarlo. Y solía dramatizarlo exagerando su dolor de manos.
Los años como entrenador de fútbol de Luis Aragonés también se me van quedando borrosos. Recuerdo su bagaje en los años noventa, sus experiencias en Mallorca con el cambio de siglo, pero no tengo un recuerdo ajustado de cómo jugaban sus equipos o si se apreciaba que su maestría tenía incidencia, precisamente, en cómo jugaran.
Como le ocurrirá a casi todos los aficionados, lo que más fresco tengo en la memoria son sus años como seleccionador nacional. Cuatro años en los que consiguió el primer éxito de lo que la prensa deportiva llama el nacimiento del momento cumbre del fútbol español. Con la consecución de la Eurocopa de 2008 y la instauración de un estilo de juego que aunaba una visión moderna con un compromiso bastante tradicional, Luis Aragonés pasó a la historia del fútbol español mientras se resistía a jubilarse. Los titulares y los textos que han servido de homenaje y despedida en el día de hoy, casi todos, se centraban en estos años finales de su carrera deportiva y, a lo sumo, recordaban su confesa afinidad con el Atlético de Madrid. Algunos periódicos se han dedicado a colgar las charlas que Luis Aragonés impartió a sus jugadores durante los partidos de la Eurocopa de Austria y Suiza, subrayando su talento a la hora de conseguir un equilibrio eficaz entre la motivación y la estrategia.
Yo no puedo añadir mucho más. Como aficionado al fútbol, acabo siguiendo los torneos internacionales y soy consciente de la importancia que tiene el trabajo de Luis Aragonés en esos años, lo mismo por los resultados, que por la herencia que dejó tan fresca, pero yo no tengo mucho interés en las competiciones por selecciones. Siento decirlo, pero mi afición por el fútbol prácticamente se limita a las competiciones de clubes, en cualquier categoría, pero se queda ahí. Los himnos, las banderas pintadas con cremas en la cara, las corbatas de la FIFA y la UEFA, las ceremonias de inauguración y clausura, las rivalidades estereotipadas y la grandeza exacerbada hasta el máximo... Lo siento, probablemente no sea consecuente ni lógico, pero me hace sentirme incómodo, me empieza a picar la coronilla, no consigo concentrarme. Por eso, entre otras cosas, me resistía a escribir esta entrada.
Por eso y porque todo lo que había que decir de Luis Aragonés, y de manera más sentida y rigurosa, ya se había escrito hoy en muchos otros sitios.
Y no es que no se mereciera un hueco en este blog. Ex jugador del Getafe, Real Madrid, Recreativo de Huelva, Hércules, Oviedo y Betis, sus mejores años llegaron en las diez temporadas consecutivas en las que defendió la camiseta del Atlético de Madrid. Desde el puesto de interior derecho, contaban que se hizo con el ataque del conjunto madrileño y dio lecciones de visión y control del juego. Además, debía ser un hacha a balón parado y compartía ese carácter competitivo que dicen que siempre ha caracterizado al equipo del Vicente Calderón. Yo nada de eso vi porque nací después de que él se retirara.
Y cuando se retiró, se dedicó a entrenar, entre otras cosas, como decía hoy el Doctor Pedro Guillén, porque, al parecer, era un hombre de una inteligencia natural con la capacidad de saber cuál era la palabra o el gesto preciso en cada momento. Empezó entrenando al Atlético de Madrid, club al que volvería hasta en otras tres ocasiones. Además de en Madrid, entrenó al Betis, al FC Barcelona, al Espanyol, al Sevilla, al Valencia, al Betis, al Oviedo y al Mallorca. Y, por supuesto, al Fenerbahçe turco, en una apuesta exótica que no le salió muy bien. Aquel equipo al que se llevó a Josico Moreno y Dani Güiza no triunfó y, a pesar de aspirar al título con jugadores como Claudio Maldonado, Diego Lugano, Roberto Carlos da Silva, Deivid de Souza, Edu Dracena, Burak Yilmaz, Volkan Demirel o los ya mencionados, quedó a diez puntos del ganador y Luis Aragonés no repitió como entrenador a la temporada siguiente. Si no me confundo, ya no volvería a entrenar.
Con ese bagaje, y un palmarés que, además de la Eurocopa de 2008, contempla 3 Ligas, 2 Copas del Rey y un Trofeo Pichichi como jugador, más 1 Liga, 4 Copas del Rey, 1 Supercopa de España y 1 Copa Intercontinental como entrenador, no se puede decir que no merezca todo el reconocimiento que se le pueda dar. Alguien que ha sido Premio Príncipe de Asturias de los Deportes, Medalla de Oro de la Real Orden al Mérito Deportivo y Mejor seleccionador del año según la IFFHS tendrá un hueco en la historia del fútbol sin necesidad de engordarle la biografía. Además, él fue quien, con la ayuda en el campo de Juan Carlos Aguilera, Diego Alonso, Fernando Correa, Germán Burgos y un jovencísimo Fernando Torres, devolvió al Atlético de Madrid a primera, un logro que seguro que guardó con celo, a la misma altura que los otros que hemos mencionado y que parecen más vistoso.
Lo dicho, si queréis más y mejor contado, tendréis donde leerlo, incluso tendréis anécdotas y reproches que habrán aprovechado para recordar en este inoportuno momento. Yo no puedo añadir mucho más. Lamentar su muerte, reconocer sus logros y desearle alivio a aquellos que estén sintiendo ya su falta.
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