Hoy leía las crónicas del partido de ayer, y me he tenido que reír. Hablo del partido de Copa del Rey que ayer disputaron Barakaldo y Valencia en el estadio de Lasesarre, en Barakaldo. Fue complicado, la verdad, verlo y describirlo al mismo tiempo por whatsapp, pero había algún aficionado que, por lo jodida que es la vida, tenía que seguirlo en la distancia, y no podía evitar querer tenerlo informado. Precisamente él, me decía que estaba siguiéndolo por una de esas retrasmisiones instantáneas de alguna publicación digital, tan de moda hoy, y se estaba poniendo enfermo al ver cómo insistían en hablar del Barakaldo de Axier Intxaurraga, entrenador cuyo contrato terminó la temporada pasada y quien, además, acaba de firmar uno nuevo con el Portugalete, equipo que también disputa la segunda B en el grupo del Barakaldo, y que además comparte nuestros colores. Igual eso les confunde, le escribí por whatsapp, a modo de resignación. Lo que no sé es qué ha confundido al redactor de la crónica que leía esta mañana para llamarle a Joao Cancelo, Joao Canelo. Tiene coña. Porque el portugués no hizo precisamente el canelo ayer. Me tenía que reír.
De hecho, fue su gol, el del empate, pocos minutos después de que el Barakaldo se adelantara en el marcador con gol de Alain Arroyo, el que acabó con el partido y con la ilusión de la afición local. O eso parecía, porque después, cierto es, tanto el ánimo como el equipo revivieron y despertaron y se sobrepusieron al gol del portugués, teniendo incluso varias ocasiones para volver a adelantarse en el marcador, pero no fue ya lo mismo. El entusiasmo y el convencimiento con el que se empezó ya no regresó del todo. Y cuando estuvo apunto de hacerlo, o bien la mala puntería o la inspiración del portero australiano Matthew Ryan, se encargaron de apagar el efecto.
El partido de ayer era una oportunidad histórica para reforzar la larga expedición hacia la esperanza que persigue este club, a punto de ser centenario, desde hace cuatro años. La trágica caída a la tercera división fue como el fondo del pozo. Caímos en él y ya solo nos quedaba empezar a escalar para volver a la superficie. La labor de la anterior junta directiva, la que encabezaba Alberto Romero, se encargó del primer impulso: limpió económicamente al equipo, le llenó de músculo económico, y consiguió el ascenso (que ahora parece tan sencillo pero no lo es) en un solo año. En los otros tres de su mandato, el equipo continuó consolidándose, aunque cada final de temporada pareciese un pequeño desengaño. El número de socios subió, el proyecto deportivo se estabilizó y el Barakaldo fue recuperando, poco a poco, su ascendente y relevancia dentro de la categoría, empezando, con humildad, a pensar en logros que antaño parecían casi venir de serie. Orlando Sáiz y su junta directiva tomaron el relevo este mismo año y parece que van a encauzar su gestión por los mismos derroteros: seriedad económica e ilusión deportiva. Eligieron a David Movilla e Iñaki Zurimendi para encabezar este proyecto, y parece que no se equivocaron.
La de ayer fue la primera derrota como local en lo que va de temporada del equipo gualdinegro, y fue ante un equipo de Champions. Líderes del grupo dos de la Segunda B con 36 puntos, a 12 puntos del quinto, el Barakaldo de David Movilla ha cosechado, en lo que va de temporada, once victorias, tres empates y una sola derrota en quince jornadas. Veintidós goles a favor y siete en contra (de los cuales tres les marcó el Getafe B en Madrid, en la única derrota hasta ahora). La Copa del Rey fue la guinda. La eliminatoria ante el Huracán fue el ensayo. Esta eliminatoria contra el Valencia era un premio que busca alentar el empeño de este club y de esta afición por recuperar los tiempos en los que el equipo aspiraba a cotas más altas. Y se está en el camino adecuado.
El partido de ayer deja esa lectura. Más allá de la derrota, la actuación del equipo debe interpretarse en su contexto. No solo en comparación con el rival, si no que también en sintonía con el rendimiento que llevan ofreciendo el equipo durante toda la temporada. El equipo dio señales de permitirse el lujo de mirarle a los ojos a un rival superior, ofreció más fútbol que él y solo cayó derrotado por esos errores puntuales que, generalmente, demuestran la diferencia entre las categorías. El gol de Alain Arroyo trajo la alegría y el entusiasmo desatado a las gradas, pero el ayer carrilero portugués Joao Cancelo, aprovechó un desajuste de la defensa fabril para recuperar las distancias. Hubo oportunidades de recuperar la distancia en el marcador, pero, en esas ocasiones, no se acertó. La segunda parte fue una demostración de impotencia. Un Valencia cuyo mayor mérito fue estratégico y posicional, aprovechó la velocidad y la inteligencia de un recién entrado Paco Alcácer y sentenció el partido. Poco más pudo hacer un Barakaldo al que el encuentro se le hizo largo pero, aún así, nunca desistió de su propia esperanza y anhelo.
Y es ese anhelo y esa esperanza la que debemos mantener y alimentar. Movilla y sus jugadores ya están poniendo el crédito necesario para abonar esa escala positiva. Ahora, le toca responder a la afición y al pueblo. Ayer lo hizo, pero esperamos que todos aquellos que ayer se dejaron llevar por la alegría colectiva, nos sigan acompañando cuando el atractivo no es tan grande o, peor aún, cuando vienen mal dadas. A los que llevamos años resistiendo y confiando en que, algún día, nuestra obstinación será nuestra fortaleza, ver ayer Lasesarre tan repleta de vecinos nos hizo un nudo en la garganta. El sábado ante la Real Sociedad B casi se podía contar con la mano a los que estábamos allí. Ayer, había una cola para entrar que llegaba a la esquina de las taquillas. Ojalá esto se repita. Como decía el entrenador Movilla después del partido, "trabajan para ello", para que se repita, y nosotros soñamos para que podamos colaborar con ímpetu y aliento. Los veteranos rememoraban el derby contra el Sestao, cuando Lezama defendía la portería de Las Llanas, y otros se acordaban de los play-offs, del Salamanca, de todos aquellos momentos que han ido formando nuestra memoria sentimental y formando nuestro apego recio a este club y a su empaste con la ciudad en la que vivimos. El pueblo en el que vivimos.
No he dicho nada de lo que quería decir y he vuelto a decir más de lo que quería. Me cuesta ser ordenado y lógico cuando hablo de partidos como éste, pero, es lo que hay, mejor no puedo hacerlo. Lo mejor que puedo hacer es seguir siendo. Seguir estando. Seguir creyendo. Y el Barakaldo Club de Fútbol siempre se lo merece y ahora se lo ha merecido más que nunca. Así que gracias a jugadores, técnicos, directiva y, sobre todo, a aficionados y simpatizantes, por añadir un día más a la gloria, pequeña pero férrea, de uno de esos clubes que siguen resistiéndose al fútbol moderno. Porque, a eso olía ayer el Nuevo Lasesarre... al viejo. A los tiempos en los que el linimento era el aroma de la grada. La lógica va por un lado, y el sentimiento por otro. A veces se encuentran, otras se rechazan. Pero siempre debemos seguir esperando que, un día, ambos nos den una sorpresa inesperada. Y así seguiremos, en este, sur, oeste o norte, pensando que el único punto cardinal que merece la pena es el Barakaldo Club de Fútbol.
Excesivo final, lo sé, pero ¿y si llega a pararlo Iker Hernández? Pues eso.
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