viernes, 31 de octubre de 2008

Markel Irizar

Hace ya casi un par de años pasé mis vacaciones de Pascua en Bélgica. Aprovechando que nuestra amiga Corinne había regresado a su tierra, nos aventuramos hasta la vieja tierra de Flandes. Amberes, Brujas, Bruselas, Oostende pero especialmente Gante donde tuvimos la oportunidad de pagar doce euros por una cerveza exclusiva, ser testigos de un accidente de tranvía o ver a los corredores del Quick Step desayunando a lo grande en la terraza de una cafetería. Coincidió con la temporada de clásicas. A los pocos días de nuestra llegada, Markus Burghardt ganó la Gante-Wevelgem. El día antes del Tour de Flandes estábamos en Brujas. Intenté convencer a las chicas de que fuéramos a verlo a la mañana siguiente. La gente en Flandes se lo tomaba como un día de fiesta, para estar con la familia y los amigos, algunos se reunían para verlo por televisión, otros, como nuestro amigo Dries, cogía la bicicleta y daba un paseo con su madre hasta que se apostaban en una cuneta para verlos pasar un momento. No fuimos, claro. Pude verlo por televisión en un bar, mientras probábamos cervezas con saber a fresa y el mismo Alessandro Ballan que demarró en Varese hace un par de meses se llevó la edición de 2007. Eddy Merckx estaba en todas las tiendas de recordatorios, había pósters y postales. Tom Boonen hacía anuncios de colchones. Pero el día en que descubrí del todo que para los belgas el ciclismo es algo más que un deporte, estábamos cenando en un wok, en la terraza de la calle, y Corinne había invitado a unas antiguas amigas suyas del instituto. Discutíamos, y no por incitación nuestra, olvidemos los tópicos, sobre lo conocido que era Bilbao o el País Vasco en Bélgica. Corinne decía que nadie en Bélgica sabía dónde estaba Bilbao o el País Vasco. Sus amigas decían que no con la cabeza, que no que sí que sabían dónde estaba, claro. Corinne les replicaba: eso es porque yo me he ido a vivir allí. Sus amigas le contestaban: no, Corinne, lo conocíamos antes de que tú te fueras, por supuesto. Nosotros, combidados de piedra pero muy orgullosos. Y una de sus amigas empezó a decir por qué lo conocían: San Sebastián, playa, pintxos, dijo, Guggenheim Museum y ciclismo, dijo, David Etxeberria, Abraham Olano... y ¡Markel Irizar! Con todos mis respetos para Markel, que conocieran a David Etxeberria que estuvo apunto de ganar la Lieja-Bastogne-Lieja o a Olano que fue campeón del Mundo, bien, pero, ¿a Markel Irizar? No tiene victorias en su palmarés, es un corredor de equipo, ¿por qué iban a conocerlo? Pues quién sabe, pero dijo Markel Irizar. Alguien me explicó en su día que los belgas aman las carreras de primavera y que recuerdan los nombres de los corredores que se escapan, de los que sufren al final del pelotón, de los que pinchan y se caen tanto o más que los nombres de los que ganan y se llevan los titulares de prensa. Supongo que en algún momento de las varias veces ya en las que Markel Irizar ha disputado alguna de las clásicas belgas, su nombre se escuchó por los altavoces o se vio su maillot en televisión. En fin, que, en Gante, por lo menos para aquella chica con la que cenamos en un wok, Euskadi es conocida en Bélgica por los pintxos, el Guggenheim y Markel Irizar, no está mal.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Jon Solaun

Jon Solaun. ¿Por qué? A propósito, ¿Jon Solaun es familia de César Solaun? Me acuerdo muy bien de César Solaun, elegante sobre la bicicleta, creo que en toda su carrera solo consiguió una victoria, en los Valles Mineros o en Asturias o algo así, pero Jon Solaun. El sábado nos enfrentamos al frío y bajamos a Lasesarre. Nos visitaba la Ponferradina, con los De Paula, Jonathan Valle, Christian Portilla y compañía, y un par de ellos que no conocíamos y que bien se apuntaron a la fiesta para aguárnosla, Esteban Gómez (¿Esteban o Ernesto? Ya no me acuerdo) y Rubén Vega que marcó el segundo prácticamente nada más salir. De la fila de arriba faltaron todos, solo aparecimos mi hermano y yo. En la fila de abajo estaba Iñaki, pero hasta el descanso no se dió cuenta de que estábamos arriba. Alberto Iglesias es el entrenador del Barakaldo. No sé si fue cosa suya o de alguno de esos contertulios tan resabidillos que afloran ahora en todos los canales de televisión, pero alguien dijo que el Barakaldo esta temporada iba a jugar al toque, iba a hacer un fútbol moderno y vistoso. El sábado jugaron con tres o cuatro mediocentros y dos o tres centrales, ya no sabíamos ni llevar la cuenta. El dibujo táctico era a veces evidente y otras veces un mejunje. Al menos nos divertimos persiguiendo a Jon Solaun que perseguía a Jonathan Valle que perseguía a la pelota y ésta intentaba huir de todo el mundo. Ya no es muy acostumbrado utilizar a un hombre de marcador privado-twenty-four-hours, o, en este caso, ninety-minutes, y a Solaun le tocó. No lo dejó ni cuando el balón estaba parado. Casi se confunde hasta de dirección para volver a vestuarios. Cuando cambiaron a Jonathan Valle, se volvía loco y preguntaba qué hago ahora.
Recuerdo que hace tiempo, cuando tenía unos 18 años o menos y pocas cosas que hacer a parte de aburrirme los domingos, me fui a Las Llanas a ver jugar al Sestao. Fue un buen año en Las Llanas. Les entrenaba Blas Ziarreta y tenían en la plantilla al gran Aitor Bouzo, a Ibarrondo, a Juan Luis Fuentes, a Antonio Karmona, a Jorge Azkoitia y a dos jóvenes que estaban despuntando y por los que el Athletic había anunciado su interés, Ibon Begoña y Jon Solaun. Tenía un amigo en Sestao con carné del club. Le llamé, como apenas hacía nada distinto el sábado que el domingo, tenía dinero para la entrada. Nos sentamos en una grada alta, de piedra, al aire libre. No recuerdo el partido. No sé si jugaron Ibon Begoña o Jon Solaun. Pero recuerdo lo bonito que era Las Llanas, lo verde que estaba el césped y lo maduro que me sentí en aquel instante, porque mi amigo y yo andábamos hablando de amores no correspondidos mientras los jugadores se rifaban la pelota. Y hablar de amores no correspondidos con dieciocho años no es asunto de broma. Esas cosas se guardan en secreto, se sufren en silencio y se magnifican cuanto puedas para sentirte más trágico y desdichado. Cuando lo cuentas y lo analizas y sale por tu boca y te sientes tan ridículo, ya no puedes ser un personaje trágico y desdichado y tienes que volverte a casa andando, con el sabor del tabaco en la boca y el recuerdo de un estadio que se venía abajo y aún hoy, catorce años después, se sigue viniendo. Repiqueteando en la cabeza una conversación que si ahora la recordara palabra por palabra sonaría ñoña, manida e infantil, pero que nos sentó muy bien a los dos, seguro. No fue el primer día de ninguna historia y se necesitaron muchos otros momentos como ese o mejores (incluso peores) para que madurara lo suficiente para no ser un imbécil (aún se necesitan). Pero... desde entonces no he vuelto a Las Llanas. Y no he vuelto a ver a aquel amigo. Hablamos un par de veces por teléfono, prometimos vernos, si ahora le viera por la calle no le reconocería y, por alguna extraña razón, sé que sí lo haría. Así que mientras Jon Solaun corría detrás de Jonathan Valle me acordé de él y de mí y de Las Llanas y del Sestao y de la línea del tiempo que vamos dejando detrás como la estela gaseosa de los aviones. Y vale, dejémoslo aquí, antes de que me ponga ñoño, manido e infantil sin que venga a cuento.

Sergio Rodríguez

Empezó la NBA. Todavía no lo ha hecho la NCAA, cuando empiece, daré noticia de las andanzas de Casey Harriman y la Universidad de Creighton. Ayer perdieron los Portland Trail Blazers contra Los Ángeles Lakers y Nate McMillan volvió a utilizar a El Chacho como tercer base. No entro a discutir si tiene que jugar él, o Blake o Bayless, pero, ¿tres bases? ¿Cómo se juega con tres bases todos los partidos? ¿Qué sentido tiene que un tercer base juegue cinco minutos? Yo no lo pillo. Creo que en Europa no es bastante habitual a no ser que uno de ellos juegue de escolta, como hacía la temporada pasada el Real Madrid con Sergio Llull. Sin embargo, lo que quería contar aquí, es que al hablar de El Chacho mientras veníamos a Vitoria bajo una lluvia torrencial, granizo y hasta una ligera nieve a la altura del Aiurdin, me he acordado de aquel proyecto de escuela de baloncesto, de centro de alto rendimiento que hubo durante unos cuantos años en el Polideportivo de Fadura. Van los nombres: Sergio Rodríguez, Jan Orfila, Dani López, Alberto Ruiz de Galarreta, Alex y Txemi Urtasun, Jon Kortaberria, Fran Vázquez. Me olvido de alguno seguro, tengo a otro en la punta de la lengua, pero solo me quedan cinco minutos antes de que me vaya a clase, así que al grano: todos juegan en la LEB o más alto. Fran Vázquez en el Barça y con los Magic detrás. Los Urtasun ya han jugado varios partidos en la ACB. Galarreta probó en el Vive Menorca, Dani López anda por la LEB, creo, Jan Orfila dejó Granada por las pocas oportunidades que le daban, Kortaberria disfruta ahora de un contrato temporal con Aíto, Sergio Rodríguez vive en Oregón. Saúl Blanco en el Fuenlabrada era el que me quedaba en la punta de la lengua. Vaya trabajo el de la gente del Siglo XXI, ¿no merecía la pena seguir con él? Espero que algún día se retome esa cantera. Nunca hemos tenido grandes jugadores en Vizcaya, lo digo más por número que por calidad, y aunque ninguno de los que he dicho era vizcaíno, fue bonito mientras duró ver aquel proyecto en la provincia. Ojalá todos lleguen más alto de lo que ya han llegado y ojalá alguien apueste dentro de poco por retomar un proyecto de cantera que, con éxitos o no, nunca está de más. Y ya jugará más tarde o más temprano el Chacho.

domingo, 26 de octubre de 2008

Rafael Talaverón

No hay nada mejor que una mañana soleada de domingo y buena música en el estéreo. Llevo diez minutos escuchando la misma canción, silbándola, tarareándola, destrozándola. La recomiendo: In 5 Years Time de Noah and The Whale. Y, en realidad, eso es todo lo que quería decir, pero como tengo que decir algo relacionado con el deporte, voy a ponerme en evidencia, mientras escucho otra canción de Noah and The Whale, esta vez, the Shape of My Heart: en mi primer año en la universidad me compré una camiseta del Taugrés en la tienda oficial que el club tenía en Dendaraba. Con el ocho, que se supone que era mi número preferido y, por aquel entonces, llevaba un jugador español con el pelo cortado al cepillo, Rafael Talaverón. Estaba tan gordo, que mi madre tuvo que hacerle unas incisiones en las axilas para que pudiera mover los brazos mientras estaba embutido en la camiseta. En realidad, no estaba tan gordo ni me quedaba tan prieta, pero la camiseta tenía un diseño extraño y me costaba mover los brazos con agilidad. A mis amigos les conté que la primera vez que la estrené, en Vitoria, claro, que quedaba lo suficientemente lejos, alguien intentó detener mi fulgurosa entrada a canasta agarrándome de la camiseta y que me jodió el tiro de los brazos. ¡Claro! ¡Fulgurante! ¿Cuándo he sido yo capaz de correr de manera fulgurante? Todavía tengo la camiseta por ahí y tiene el olor añejo de mis particulares hazañas jugando al baloncesto, en el playground del barrio, de lo más triste, pero, ¿sabes qué? Es domingo, hace sol y estoy escuchando por décima vez a Noah and The Whale y silbo y casi hasta que me voy a poner a bailar, a mover los pies como James Worthy, así que, prometo volverme a vestir la camiseta con el ocho de Talaverón y reverdecer viejos laureles: In 5 years Time, de verdad, love, love, love, wherever you go.

viernes, 24 de octubre de 2008

Colin Meloy

Colin Meloy no está gordo. Eso viene de una discusión que tuve hace tiempo. Quizás es porque tiene la cara muy redonda. Tampoco es uno de esos cantantes modernos y cools que quieren ser como Joey Ramone pero con una piel tersa y limpia. Colin Meloy es el cantante y compositor de las canciones del grupo The Decemberists. Y, entre las muchas que ha escrito, hay una que habla de fútbol americano. Muchos grupos han tratado de algún tipo de deporte en sus canciones. the Wedding Present le dedicó todo un disco a George Best y hace unas entradas hablé de la canción en la que The Beastie Boys declaraban su amor confeso a Billy Laimbeer. Muchas más, pero yo me quedo con The Sporting Life de Colin Meloy y The Decemberists. Ahí va:
"The Sporting Life"
I fell on the playing field
The work of an errant heel
The din of the crowd and the loud commotion
Went deafening silence and stopped emotion
The season was almost done We managed it 12 to 1
So far I had known no humiliation
In front of my friends and close relations
There's my father looking on
And there's my girlfriend arm in arm
With the captain of the other team
And all of this is clear to me
They condescend and fix on me a frown
How they love the sporting life
And father had had such hopes
For a son who would take the ropes
And fulfill all his old athletic aspirations
But apparently now there's some complications
But while I am lying here
Trying to fight the tears
I'll prove to the crowd that I come out stronger
Though I think I might lie here a little longer
There's my coach he's looking down
The disappointment in his knitted brow
I should've known
He thinks again
I never should have put him in
He turns and loads the lemonade away
And breathes in deep
The sporting life
The sporting life
The sporting life
How he loves...
There's my father looking on
And there's my girlfriend arm in arm
With the captain of the other team
And all of this is clear to me
They condescend and fix on me a frown
How they love the sporting life

No voy a traducirla, así que bien por los que sepan inglés. Para los que no sepan, si Fernando Savater se leyó en inglés El Señor de los Anillos con la ayuda de un diccionario, bien podéis intentarlo y de ahí al Planeta ya no queda nada. Venga, va, un pequeño resumen: la canción cuenta con ironía la historia de un chaval que yace en el suelo se supone que después de haberla cagado en un momento trascendental del partido. Era su oportunidad, y, ahora, humillado, ve como su padre arruga el morro, como su entrenador le mira con decepción y como su novia se agarra del brazo del capitán del equipo contrario. Y, el estribillo, con mucho sarcasmo, dice, oh, joder (sin el joder), mira que quieren a la vida deportiva, o algo así, seguro que se puede traducir con más estilo. Padres que quieren que sus hijos lleguen donde no tienen ni puta gana de llegar. Novias que se quedan con el guapo de la clase y luego tú te dedicas a trabajar para la empresa familiar de tu padre y un día la ves en la tele hablando con Christopher Walken y no has salido del pueblo pero le escribes una canción para decirla que aún la sigues queriendo. Pero, esto, y me he ido por la tangente, es de otra canción, Hackensack, de Fountains of Wayne, quienes también hablaban de fútbol americano en All Kinds of Time. En fin, que Colin Meloy no tiene pintas de haber sido un buen deportista, pero The Sporting Life es una canción cojonuda sobre el deporte y, a ver quién es capaz de con un banjo y una guitarra acústica conseguir que sientas como palpita el corazón de un deportista cuando acaba de darse cuenta de que competir, ganar, perder, y hasta participar, le importan una soberana mierda.

Nota: iba a colgar directos de The Decemberists en el youtube, pero aún no he aprendido como colgar aquí los videos, así que...

lunes, 20 de octubre de 2008

Nigel Mansell

Esto no es educativo: el que conducía estaba borracho. Nosotros, detrás, también. Niños: no debeís conducir cuando estáis borrachos. Primero, porque no tenéis edad para conducir. Segundo: porque no tenéis edad para beber. Tercero: no es para tomárselo a broma, aunque tuvierais edad, no debéis hacerlo. Primero: porque es peligroso para vosotros mismos. Segundo: podeís joderle la vida a cualquiera y, de paso, jodérosla a vosotros mismos por el mismo precio. No le hagáis caso al señor ex-presidente, sí que hay gente que es quien para decirle a él cuando debe o no debe beber vino. Pero, yo no me caracterizo por haber tenido una vida muy sana y correcta, aunque tampoco es cosa ahora de dar la impresión de que he sido un rebelde con una vida repleta de situaciones arriesgadas. Es un término medio, una medianía igual de mediocre y equivocada. A lo que iba: el que conducía estaba borracho. Nosotros, en el asiento de atrás, también. Y en su descargo diré que conducía a veinte por hora aunque iba agasajándonos con un tour interminable por las calles de Bilbao a fin de no encontrarse con la policía en la salida de la autopista. Ya sabemos que, aunque luego no las recordemos de resaca, las conversaciones entre borrachos suelen ser muy cómicas, sobre todo para el que está sobrio y ejerce de testigo. El tipo que iba de copiloto no había bebido más que cocacolas, así que él fue el que guardó todo esto en la memoria para convertirlo en comedia melancólica mejor que en la potencial tragedia que le parecía cuando se montó en el coche a pesar de sus reticencias. Ya podías haber aprendido a conducir, le decía mi amigo al volante. Él nos contó unas semanas después como la gente miraba pasar el coche a paso de burra y asistían complacidos a la bulla que se podía ver a través de la ventana abierta. No era el ruido típico de música bum-bum y jóvenes chumba-chumba atemorizando con sus onomatopeyas incongruentes. Era el rifirafe dialéctico de una banda de treintañeros cabezones discutiendo sobre quién era más rápido si Nigel Mansell, Alain Prost, Ayrton Senna o los que todo el mundo conoce ahora. Alguien gritaba que Mansell era el mejor, y el otro le discutía que no, que Senna fíjate si iba rápido que no pudo tomar aquella curva. Yo decía que Prost, que Prost siempre fue el mejor y el más rápido. Mientras tanto, deambulábamos a veinte por hora por las calles de un Bilbao que amanecía sin más prisa que la justa en un domingo pasado por agua. Seguía la discusión y yo seguro que porfiaba para defender a Prost porque me gustaba su pelo rizado y su mono lleno de pegatinas y como decía tacos en francés. Senna era demasiado educado, demasiado normal. De Mansell no me gustaba el bigote aunque me recordaba a Tom Selleck conduciendo un deportivo rojo. El copiloto debía estar gritando que nos calláramos y que dejáramos conducir tranquilo a nuestro amigo que a veinte por hora, y eso si lo recuerdo, soplaba los morros y hacía burrum-burrum porque creía que el mejor era Sito Pons aunque fuera en moto. No tengo nostalgia de aquellos días, ni tan siquiera de aquellos pilotos, porque la formula uno siempre me ha parecido un coñazo y estoy cansado del bombardeo mediático desde que el asturiano le ganó la partida al alemán. Las motos, por mucho burrum-burrum que hagan, tampoco me llaman nada. Solo he disfrutado dos veces como dios manda de la emoción de una carrera y, en la primera y para variar, aunque no borracho, estaba de resaca, éramos monitores de tiempo libre y la noche había sido larga, muy larga, de hecho, porque mi amigo Diego y yo nos habíamos empeñado en ver amanecer desde la playa. A la mañana, obligados a preparar el desayuno, apenas nos levantamos recién nos acostamos y después de cumplir, nos sentamos en el comedor vacío, encendimos el televisor, Diego se hizo un porro, yo mezclé kalimotxo y una de las monitoras nos trajo dos bocadillos recién hechos de chorizo frito. Gritábamos hacia el televisor ¡dale gas Crivi! como si nos importara una mierda que ganara Crivillé, que no se si lo hizo porque nos fuimos antes de que la carrera terminara, pero estuvo emocionante mientras duró el bocadillo. La segunda, fue la misma mañana de domingo en la que conducíamos bajo el sirimiri a veinte por hora. Dos horas más tarde estábamos en el barrio, aun cuando se tardan veinte minutos sin tráfico. Nadie quería irse a casa, ni tan siquiera el copiloto sobrio, y a falta de otro sitio, nos metimos en el viejo café de la estación a desayunar. Dos de nosotros aún se emperraban en decidir si Nigel Mansell era mejor que Alain Prost. Nadie terció. Al poco, la dueña del bar encendió el televisor y nos pusimos a berrearle a la tele, ¡ Vamos Simoncelli!, Limoncello o como fuera, fue divertido que cada uno eligiera el suyo y brindáramos al final porque todos, cada uno de los pilotos que habíamos elegido se fue al suelo. Esa fue la segunda vez y última. Y eso es todo. Ah, no, dos cosas: solo recordar, niños, que no debéis conducir si habéis bebido y que ni tan siquiera debéis propasaros con la bebida, hablo en serio. Y, segundo, el mejor y el más rápido, sin duda, sin duda, fue Juan Carlos Delgado, "El Pera."

sábado, 18 de octubre de 2008

Oskar Jakue

Empecé este blog con mi amigo Diego y precisamente con él he tenido la oportunidad de estar este viernes. Entre salchipapas y mahous en la bodeguilla de su barrio hablamos de muchas cosas y, entre ellas, del blog del que fue protagonista al empezar. Nos dejamos llevar por la memoria y en un momento dado, nos acordamos de Oskar Jakue. Para incluirle en este blog podría esgrimir razones tan contundentes como que fue campeón del mundo de lanzamiento de boina y presidente del club de fútbol de su barrio, el Retuerto, durante años una prolífica cantera de jugadores como el ya mencionado Diego, los Bugallo, Roberto Rodríguez o Iñaki Lafuente. Y muchos muchos más, supongo, pero yo solo me acuerdo de esos porque a algunos los conocí y a otros, una vez más, los conoció Diego. Lo de ser campeón del mundo de lanzamiento de boina no es gratuito. Él, según creo, organizó el primer campeonato aprovechando las fiestas del barrio del que hablábamos antes y él mismo consiguió el trofeo. Hace mucho que no veo a Oskar Jakue. Si he de ser sincero, en mi memoria, Jakue no quedará grabado por sus logros deportivos, sino por sus logros etílicos. Verle volcar cubatas en su garganta era un espectáculo olímpico. Ver como en las fiestas del pueblo las vaquillas le sorteaban a él en lugar de al revés era más apasionante que una final de la Copa de Europa. Recordar cómo se cabreó con el de la seguridad de un pub, arrancó el baño de pared de un arreón y lo sacó a la calle para ponerse a mear en medio de la carretera fue una hazaña no sé si deportiva pero de mucho riesgo físico. Sería más fácil que hiciera una crónica deportivo-etílica. Ahí si que conocería sujetos a resaltar, pero, en fin, nunca hay que olvidar que Jakue es recordado con cariño por aquellos que le tuvieron como presidente y que, al fin y al cabo, ha sido campeón del mundo. No muchos pueden decir eso.

jueves, 16 de octubre de 2008

Mikel Cuadra

Una vez vi jugar a Mikel Cuadra. Es un día que recuerdo con especial cariño, y eso que, los días posteriores al partido fueron bastante decepcionantes. Como siempre, tengo lagunas que no me van a ayudar a ser muy conciso en lo que cuente, pero lo que si recuerdo con claridad, como siempre una vez más, son pequeños detalles sentimentales que no sirven para nada. Ejemplo: abrazar a Álvaro Coca en la cancha, después del partido. Otro: a todos mis amigos en fila, y un estadio lleno donde no entraba nadie más. El último: a Mikel Cuadra calentando antes del partido. Era el partido clave para el ascenso a lo que por entonces supongo que ya se llamaba Liga ACB. Después del doloroso descenso en el play-out contra el Granada, el Puleva Granada y Mark Simpson llorando en medio de la cancha, llegaron años de travesía por el desierto, que diría algún periodista. Pero, por fin, Bilbao volvía a resurgir y ante un Juventud Alcalá que contaba, creo recordar, con grandes jugadores en sus últimos años como Quique Ruiz Paz, Miguel Ángel Pou o Jerome Mincy, nos jugábamos el ascenso a la máxima categoría. Ahí va la clave: no recuerdo absolutamente nada del partido. Supongo que fue emocionante. Estoy seguro de que estaba sobrio, aunque igual se me subió la emoción, porque no recuerdo nada. Nada más que que ganamos el partido, que saltamos a la cancha, que nos abrazábamos a los jugadores, que nos quedamos roncos y que los días fueron muy largos hasta que se confirmó que el club no tenía el dinero para pagar el canon y volver a la ACB. Recuerdo la oscuridad del frontón de un viejo pueblo de la meseta castellana donde aquel verano pasé unos pocos días visitando a la familia. Recuerdo estar hablando de baloncesto mientras bebíamos vino a morro, junto a la era donde soplaba el viento y el amigo de mi primo que entrenaba con el Salamanca y había defendido a Perry Carter me preguntaba por qué no subíamos y yo me cagaba en la madre del Taugrés o más bien en la madre del dueño del Taugrés. Siempre hay que buscar un responsable y los rumores cuando tienes pocos años de experiencia aún no pueden filtrarse en sarcástica indiferencia. Pero, en fin, a lo que iba. La memoria es así. Lo que recuerdo con más claridad de aquel partido tan dramático y emocionante, es la ronda de calentamiento y a Mikel Cuadra lanzando triple tras triple sin fallo. Seguro que más de uno recuerda a Mikel Cuadra, aún escribe en algún periódico y tuvo años de éxito en el baloncesto, pero no me conozco ni su carrera ni su palmarés, solo sé que le vi jugar una vez, en La Casilla y que en el calentamiento, cuando ya llevaba varios minutos tirando a canasta, me di cuenta de que llevábamos demasiado tiempo en silencio, me giré y el amigo que tenía más cerca era Emi, los dos nos miramos a los ojos y no hizo falta decir nada. Solo uno de los dos debió decir algo así como qué cabrón, y volvimos a mirarle tirar. Quizás Emi recuerde el número de triples que lanzó y cuantos fallos tuvo si es que tuvo fallos. Para nosotros, fue algo increíble. Desde todas las posiciones, con diferentes gestos, Mikel lanzaba a canasta y no fallaba nunca. Y era Mikel Cuadra, ¿quién era Mikel Cuadra? Era un tipo delgaducho, medio calvo, con pintas de estar de vueltas en el mundo del baloncesto y, sin embargo, el tío no paraba de meter canasta tras canasta. Me da igual, se convirtió en nuestro ídolo. Desde entonces, ninguno de los dos hemos olvidado a Mikel Cuadra. Y vimos a hacer algo parecido a Óscar Schmidt Bezerra ya casi con cincuenta años. Y vi hacer lo mismo a Sam Cassell en Minneapolis y hemos visto los videos de Byron Scott, de Bernard King, de Larry Bird, hemos oído hablar de los piques de Sabonis y Arlauckas, de las lecciones de Obradovic e Ivanovic, he visto entrenar a Perasovic sin ganas y vacilando con Marcelo Nicola, sabemos lo que hicieron Majstorovic y Koljevic cuando se picaron con Raúl López. Pero, a nosotros, el que se nos quedó grabado fue Mikel Cuadra. ¿Por qué? Quizás porque era Mikel Cuadra y quizás porque éramos nosotros, entonces y así, pero, sí, una vez, igual que Mark Madsen me guiñó un ojo, vi calentar a Mikel Cuadra y... lo dicho, no voy a repetirlo.

sábado, 11 de octubre de 2008

Shaquille O'Neal

Por qué, no lo sé, porque nunca me enteraba de nada, pero, aquella mañana de domingo, subí al primer piso y Alan y su hija pequeña Alyssa estaban tumbados en el suelo viendo el televisor. Sonreí. Aunque era domingo, llevaba despierto desde las ocho de la mañana. Me había duchado, me había vestido y había jugado a interpretar los ruidos de pasos sobre mi cabeza mientras veía como el sol fundía la nieve vieja en el jardín. Cuando creí que estaba solo, subí al primer piso, pero, como ya he dicho, Alan y la niña, tumbados en el suelo, me devolvieron la sonrisa y me invitaron a sentarme con ellos. Alan apuntó con la barbilla al televisor. Alyssa tenía la boca abierta. Estaban viendo un programa de un canal de televisión por cable. Shaq, acompañado por su hijo, le estaba enseñando su casa al presentador del programa. Cuando yo llegué, estaba enseñándole el jacuzzi y la sauna y todas esas habitaciones con agua y vapor. Me senté junto a Alyssa y la revolví el pelo a modo de saludo. Ni tan siquiera cerro la boca. De la sauna, pasaron a una habitación donde el señor O'Neal guardaba su calzado deportivo. Una habitación de techos altos, tan grande como la mitad del sótano de la casa de los Henderson repleta de baldas que subían hasta la cabeza de Shaq. Las zapatillas estaban perfectamente colocadas y el señor O'Neal dijo el número exacto pero no lo recuerdo, ni tan siquiera recuerdo si tenía dos o tres cifras. Pero eso sí, recuerdo que Alyssa se giró y le dijo a su papá, ¿has visto eso papa? y Alan la contestó moviendo la cabeza, luego se giró, me miró, arrugó el morro y parece que se dijo a sí mismo que ya era suficiente. Se levantó del suelo y se sentó en uno de los sofás. Uno de los perros brincó sobre su regazo y mientras le acariciaba, empezó a decirme que todo aquello le parecía obsceno. ¿Quién necesita esas cosas? Fíjate, dijo en el instante en el que Alyssa decía buauh! y el hijo de Shaq empezaba a corretear por el parqué de la pista de baloncesto privada de la mansión O'Neal. Joder, dije en castellano, pero aún así lo dije para mí mismo. ¿Lo ves?, insistió Alan, ¿no te parece desproporcionado? No sé por qué, me sentí incómodo. Me levanté. Miré por la ventana. Sacudiéndome las perneras del pantalón, le pregunté, ¿no habéis ido a misa hoy? Cinco minutos más tarde, arrancaba el coche que el colegio me había prestado mientras viviera Iowa y ponía rumbo hacia Omaha, en Nebraska. Casi dos horas de viaje para tomarme una cerveza tranquilo, revolver entre discos de vinilo en Nastic Plastic y fumarme un par de cigarrillos de vuelta en el cementerio baptista de Schleswig. La puta casa de Shaq, pensé mientras me sentaba en el árbol que siempre me servía de apoyo. Desde aquella colina, tras las lápidas y las tumbas, solo se veía crecer la tierra hasta el horizonte. Dejaba el coche aparcado en un camino de tierra. Schleswig aún quedaba a medio kilómetro. Cuando terminaba un cigarro, encendía otro. La puta casa de Shaq, pensaba. Yo solo quiero volver a la mía, y veía a una pickup Dodge blanca pasar por la carretera sin frenar en el cruce. Alyssa con la boca abierta. Alan diciendo que todo aquello era obsceno. La puta casa de Shaq. Y yo teniendo que fumar cigarrillos a escondidas en un cementerio baptista. Shaq tiene casa en Houston por razón de impuestos, en Orlando, en Miami, en Los Ángeles, se habrá comprado otra en Phoenix y quién sabe dónde más. ¿Obsceno? Casi tanto como pensar en Kobe lamiéndole el culo. En el fondo, Shaq es un gran poeta. Y su casa una puta mierda, de verdad, obscena, obscena.

viernes, 10 de octubre de 2008

John Amaechi

Bueno, alguno ya estará sospechando: una entrada para intentar ser políticamente correcto. Pues, no. En realidad, no quiero hablar de ello. ¿De qué? ¿De que fue el primer jugador de la NBA en salir del armario? ¿Hablamos de lo que comentó Tim Hardaway? No, en realidad no quiero empezar ningún debate sobre eso. Ni tan siquiera quiero hablar de cuando rechazó aquel contrato multimillonario con los Lakers para seguir en los Magic después de una buena y casi única temporada satisfactoria que tuvo en la NBA porque, según palabras textuales del propio Amaechi, los Magic confiaron en él cuando nadie le quería. Ni de su periplo por Europa, ni de su trabajo actual en la televisión. Me acuerdo poco de él. Pivot no muy alto, fuerte, trabajador. Pero lo que no olvido fue cuando le entrevistaron en televisión a raíz de que se declarara públicamente homosexual. Entonces dijo: "Me avergonzaría de que al final de mi vida solo me recordaran por haber metido balones por un aro" o algo así, la frase la he escrito yo, pero él dijo algo parecido en inglés. Esa frase sí que daría para un debate. Un debate que incluso podría ser sentimental. Pero... ocurre una cosa y es la siguiente: no me he dado cuenta de que faltan diez minutos para que me pueda ir de mi puesto de trabajo. Había empezado a escribir esta entrada para que me ayudara a pasar el tiempo. Y ha funcionado. Ha funcionado muy rápido. A hacer cábalas: vaya trabajo si el tío se pasa el tiempo perdiéndole en escribir entradas tullidas para su blog (y blog sin adjetivos). Pues sí. Pero me voy. Y dejo el debate sin empezar. Como decía el otro, es una idea que lanzo al vuelo. ¿Tan importante es el baloncesto? ¿Tan ridículos son los logros de Larry Bird? ¿Por qué es tan relevante el deporte en nuestras vidas? Espero que John Amaechi muera de viejo y que cuando muera, muera orgulloso de lo que ha hecho en vida, sea por meter canastas o por todo lo que haya hecho desde que dejó de meterlas. Sin chistes fáciles y de mal gusto. Me piro

Raúl Alcalá

El año que viene va a ser un año muy extraño en el mundo del ciclismo. A saber, no estará Bettini, una pérdida prácticamente irreparable. Pero regresan, Lance Armstrong, Iban Basso, Alexander Vinokourov, Franck Vandenbroucke... ¡y Raúl Alcalá! Este último sí que es sorprendente: ¡44 años! Ya ha empezado corriendo la Vuelta al Chihuahua este mes, aunque ha tenido que retirarse tras una caída. Según lo que comenta en las entrevistas, pretende volver a correr el Tour de Francia y he llegado a leer que quiere hacer pódium. En sus años de profesional, ya consiguió un par de victorias en el Tour y hacer entre los diez primeros. Paso de jugar a predecir el futuro. Me guardo mi opinión sobre tanto regreso que, en algún caso, parece hasta desesperado. Al final, va a volver PDM (¿qué era PDM?) a patrocinar un equipo de ciclismo. En lugar de cámaras isobáricas, ¿no estarán utilizando máquinas del tiempo? También he leído que Matxín tiene un acuerdo con una multinacional europea y que algún patrocinador mejicano quiere entrar a formar parte del patrocinio así que no sería nada raro ver a Raúl Alcalá corriendo en el equipo. Historia del ciclismo fueron aquellos ambiciosos equipos como el PDM o el Seur en España. Proyectos que no salieron muy bien. Proyectos que contrastaban con otros a los que tengo más aprecio como aquel Wigarma y un corredor que se llamaba Jesús Cruz Martín, creo recordar, que se pasó toda su vida escapado. Debería haber puesto su nombre en el título de la entrada. Como él, hay muchos más ejemplos, incluso hoy en día. Me viene a la cabeza José Antonio López Gil. Me acuerdo de Coppolillo, de Fabio Roscioli, de Unai Etxebarria cuando llegó medio pedo en una de sus primeras victorias en la Vuelta a Portugal porque cogió la botella que le ofrecía un espectador y eran dos litros de orgasmo (¿es cierta esta anécdota?). En fin, quizás en el pódium del Tour el año que viene veamos a Lance Armstrong, a Raúl Alcalá y a Franck Vandenbroucke. O quizás, no. Lo que es seguro es que, a pesar del CERA y de las cámaras isobáricas y de las máquinas del tiempo, lo que nunca faltarán serán Cruz Martines, Sagastis y Rosciolis. Por eso, público en la cuneta tampoco faltará nunca. El ciclismo, como la poesía, siempre existirán por mucho daño que se hagan a sí mismos.

martes, 7 de octubre de 2008

Javi Moreno

Pues sí, y Cosmin Contra y Jordi Cruyff y Hermes Desio y Antonio Karmona, aquello si que fue hacer glorioso al Alavés. Trabajo en Vitoria y estudié allí durante seis años. Nunca le tuve apego al equipo de fútbol. Lo siento, los años en Segunda B con los Lasheras, Serrano, Iván Campo, Codina, Castillejo, Aitor Arregi alimentaron demasiada rivalidad en Lasesarre. De todas formas, no iba a hablar de eso, del ataúd, de los derbys y de los años perdidos en Segunda B, quería hablar de Javi Moreno. Y ni tan siquiera eso, lo que quería era empezar un concurso. A ver quién dice más. ¿Quién dice más qué? Me explico. Hoy he leído un reportaje sobre Javi Moreno, quien al parecer está jugando en Segunda B en el Ibiza. Tampoco me sorprende tanto, la verdad, igual me sorprende más que jugara en el Milán. El caso es que el reportaje era sobre viejas glorias que acaban jugando en ligas menores. A ver quien dice más. Por Lasesarre, al cabo del año, pasan unos cuantos. Los últimos años, Martín Vellisca todavía parece ofrecer buen rendimiento. Y hace unos pocos fines de semana pasó por aquí el Chino Losada jugando con el Lugo. Nosotros mismos tenemos a Bolo y hace unos años entrenó aquí unos días Torres Mestre. Y hemos tenido otros ex-jugadores del Athletic ya llegados en la cuesta abajo: Txirri, Aiarza, Sarriugarte o el gran Jabi Luke. Catanha anda jugando en Segunda B o en tercera, ¿no? Y aquella pequeña esperanza llamada Jonan García, ¿no fichó el año pasado por el Ibiza también? ¿Contamos el periplo inverosimil de Jabi de Pedro? Si no hubiera sido por una lesión, el año pasado Oskar de Paula habría batido récords con la Ponferradina. Hace un par de años, ¿no estaba en tercera el Cobeña?, equipo al que entrenaba Alfredo Santaelena y en el que jugaban Mutiu y Ramis. ¿Quién dice más?

Bill Laimbeer

No creo en las casualidades, pero mira tú por donde, hoy Billy Laimbeer se ha cruzado por partida doble en mi rutina diaria. A las nueve y pico de la mañana, he bajado a tomar un café y al hojear el periódico deportivo de turno, me he encontrado con su foto, risueño y orgulloso, alzando el trofeo como entrenador del equipo vencedor de la WNBA por tercer año consecutivo. De regreso a casa, me he puesto a escuchar una emisoria de radio musical de los Estados Unidos por Internet, ¿y qué canción han puesto?, puede que a propósito ha sonado el Tough Guy de los Beastie Boys, canción en la que se decían cosas como: Bill Laimbeer Motherfucker, It's Time For You To Die o, lo que es lo mismo: Bill Laimbeer, hijodeputa, ha llegado la hora de tu muerte. A finales de los ochenta, yo estaba cerca de alcanzar la quincena y ya me debatía entre llenar la carpeta de clase con fotos de jugadores NBA o dejarla tal como estaba y no hacer el gilipollas. Mi equipo eran los Lakers. Los Lakers de Magic, Worthy, Byron Scott y Jabbar. ¿Por qué? Básicamente porque el primer partido que vi de la NBA, retrasmitido por Ramón Trecet, supongo, fue aquel partido de las finales en el que Magic jugó de pívot por la lesión de Jabbar. Mi amigo Emi era de los Celtics, los Celtics de Parish, McHale, Dennis Jonson y Larry Bird, por supuesto. Y Beto empezaba a ser de los Bulls, o más bien de Michael Jordan, esperando que llegaran mejores tiempos. Nadie era de los Detroit Pistons. Y, sin embargo, con el tiempo, todo el mundo se acuerda de los jugadores que ganaron dos anillos bajo el sobrenombre de los Bad Boys, sobrenombre que por cierto tiene su historia y fue cosa del dueño de los Oakland Raiders, Allen Davis, según he leído. Los nombres de Joe Dumars, Isaiah Thomas, Mark Aguirre, Denis Rodman y Bill Laimber salen como de carrerilla, pero también los de reservas como John Salley, ahora una estrella de los monólogos de humor en televisión, y Vinnie Microondas Johnson, o el Buda Edwards y sus bigotes, Ricky Mahorn y el gran Adrian Dantley, aunque creo que a éste le echaron antes de los dos anillos. Desde que en el 87 Chuck Daly decidió que sus chavales debían jugar duro, los Pistons pasaron a ser el equipo más odiado de la historia. Sin embargo, solo tenían que pasar los años, la distancia suficiente para verlo todo en perspectiva y sin pasión y reconocerles sus méritos, porque, talento tenían, bastante talento además. Incluso Billy Laimbeer. Sería injusto quedarse tan solo con que el tío tuvo huevos para darse de ostias sobre una cancha con gente como Brad Daugherty (y llevaba el pelo cortado como un marine, tú), Larry Bird, Michael Jordan o el mismísimo Charles Barkley, que hay que tener mucho valor. Quién no se acuerda del tortazo que le soltó Robert Parish, con lo bueno que era el grandullón de los Celtics. Sería injusto quedarse solo con eso. Su juego era físico y marrullero, puede que sí, pero también fue uno de los mejores pívots tiradores en la NBA. El propio Dennis Rodman lo resumió en uno de sus libros que por supuesto no he leído pero he encontrado la cita en Internet: “A Laimbeer se le recordará siempre como un matón, pero era mucho más que eso.” Se buscó las castañas en Italia antes de conseguir un contrato en la NBA, y cuando los Cavs no lo quisieron se fue a Detroit y acabó siendo el máximo reboteador de la historia del equipo, fue cuatro veces All-Star, fue el máximo reboteador en la temporada 85-86, se cascó (aún se usa esta expresión, ¿verdad?, hace mucho que no juego) seis triples en un partido de las series finales, jugó 685 partidos seguidos sin excusa de ningún tipo y ganó dos anillos, dos anillos disputándoselos a equipos como los Lakers de toda aquella gente y los Pórtland Trail Blazers de Clyde Drexler, Terry Porter, Jerome Kersey, Kevin Duckworth y Buck Williams. Sí, consiguió ser el jugador más odiado de la historia para bien de su equipo. ¿Moral? Yo solo digo que él hizo su trabajo y lo hizo bien. Si podía haberlo hecho de otra manera, no lo sé. ¿Cuántos en Madrid odiaban a Drazen Petrovic cuando jugaba en la Cibona? El caso es que aún parece que no le ha llegado la hora, Beastie Boys, y aunque yo fuera de los Lakers, no sé por qué aún hoy en día me acuerdo más del quintento de los Pistons. Más trucos sucios de la memoria, digo yo, o será por sufrir durante todo un año los monólogos de John Salley en televisión.

lunes, 6 de octubre de 2008

Gaizka Mendieta

Hoy de vuelta de Vitoria, venía hablando de él con mi hermano. Esta mañana, él había leído una entrevista que publicaba El País. A vuela pluma, Mendieta venía a decir que vive de puta madre a costa de las rentas en un pueblo entre Newcastle y Leeds, que se retiró más que satisfecho de su carrera deportiva y que si tienes la suerte de jugar al fútbol profesionalmente y eres un poco listo, puedes vivir toda tu puta vida como un marqués. Esto último, lo he concluido yo. Pero si hablo de Mendieta no es por los goles que metía pillando el balón a bote pronto o los regates inverosímiles que el cabrón (con cariño) siempre se guardaba para cuando jugaba en San Mamés. Si hablo de él es porque salía en una canción de Los Planetas, la misma canción de Los Planetas que escuchaba día y noche cuando vivía en los Estados Unidos porque solo tenía grabado en castellano el disco de Vacazul y un par de canciones de Los Planetas con las que rellené el disco. Y ese Mendieta al que Jota le dedicó un espacio en un verso, responde a la siguiente pregunta ¿Sigue siendo un fanático de la música?, que le hacen en la entrevista del país con la siguiente respuesta: sí, la sigo al día: Marah, Jack Johnson, Arctic Monkeys, Fratellis... Y, bueno, podemos decir que los Fratellis son un poco hype, pero a mí me gustó bastante su primer disco y las noticias que me llegaron de su concierto en el último BBK Live fueron positivas. Y, bueno, que alguien conozca a Arctic Monkeys si vive en Inglaterra, tampoco es nada del otro mundo. Y, bueno, Jack Johnson y su tabla de surf también han navegado bastante lejos. Pero, ¡Marah! Ahí, no puedo más que quitarme el sombrero. ¡Mendieta! Por el gol al Barcelona, la vaselina contra el Atlético, el verso de Los Planetas y nombrar a Marah en una entrevista se merece a partir de ahora el título al mejor jugador de la historia del fútbol. Justo por detrás de Iñaki Moreno, eso sí.

Iñaki Moreno

Pues si nos pondríamos a hacer una encuesta, seguro que salía su nombre. Hablo del Barakaldo Club de Fútbol, el equipo de mi ciudad, histórico de la Segunda B, como dicen en la entrada que alguien le ha escrito en la Wikipedia. Porque claro, ¿por qué no iba a tener entrada en el wikimundo el Baraka? Y yo he aprendido cosas nuevas, porque no tenía ni idea de que en 1939 llegaron a las semifinales de la Copa del Rey con un sobrenombre carlista. A mí, como socio desde enano, como aficionado cuando a la edad del pavo prefería usar los domingos para dormir las resacas, y como socio de nuevo en los últimos años, solo me ha tocado ver perder play-offs de ascenso: nueve desde 1992. Primero el Murcia, luego el Salamanca, unos años más tarde el Elche, al siguiente el Recre, otro más y para el Getafe, después los de El Ferrol, ya en el siglo XXI el Terrassa, el Ciudad de Murcia fue el penúltimo y el último el Girona de Rafa Ponzo. Creo que siendo muy pequeño me tocó vivir un play-off de ascenso en el que salimos victoriosos, pero era de tercera a segunda B. Pero iba a hablar de Iñaki Moreno. Seguro que muchos se acuerdan de él. Yo no mucho. Quiero decir, solo me acuerdo de pequeñas cosas: que jugaba de medio centro, que tenía el pelo rizado (creo), que jugó en el Atlético Madrileño y que era nuestro ídolo. Y cuando digo nuestro es porque incluyo a mi amigo Jacobo con el que, a falta de interés, compartíamos tertulias en la última fila de nuestra clase de COU. Por cierto, Jacobo, además de ser un buen tipo, siempre ha sido muy crédulo, y aún recuerdo el día que le hice creerse que el Barakaldo iba a vender el viejo estadio de Lasesarre para fichar a Jorge Valdano. En fin, a lo que iba, ni puta idea de cuáles eran las características principales de Iñaki Moreno como futbolista, aunque creo que era más bien un mingafría, alto, escualido, técnico y relativamente goleador, pero lo que recuerdo era que en aquellos días le teníamos como nuestro jugador preferido, a él y a Bodeguero, que era rápido y chiquito. Con el tiempo, Iñaki Moreno, ha quedado en nuestra memoria como un Mágico González a la barakaldesa, ¿qué tenía de Mágico?, nada, con toda seguridad, nada de nada, pero la memoria es una jodida bromista, y como no andes listo, tergiversa las imágenes borrosas para maquearlas a su gusto como hacen los de la Interviú con la ayuda del fotosó, como dice el otro. Así, pues, yo me quedo con Iñaki Moreno, fuera lo bueno que fuera, y jugara como jugase, porque, en realidad, con lo que me quedo, es con la inocencia de los tiempos cuando hablábamos de más, hacíamos piras para tumbarnos en la hierba del parque y leíamos las aventuras de Papillon como si con ello nos fuéramos a ver crecer dos tallas de pantalón. Lo dicho, ¿el mejor?, Iñaki Moreno.

viernes, 3 de octubre de 2008

Casey Harriman

Si tecleáis su nombre en google (y sabéis un poco de inglés) os encontraréis con sus estadísticas de los últimos años en la Universidad de Creighton, una universidad católica de Omaha, Nebraska, con los Bluejays (jay es arrendajo en castellano, desgraciadamente no sé mucho de aves, pero los arrendajos de Omaha, al menos los de la Universidad de Creighton, son azules). Está en su año de sophomore, creo, es decir, segundo año de Universidad. Cuando es su primer año, son freshman. Los dos últimos son junior y senior. Es un 6-5, así que según la tabla de conversión, mide un metro y noventa y seis centímetros. Supongo que en Creighton juega de alero. Juegan en la Primera división de la NCAA, en el grupo conocido como Missouri Valley y es imposible que explique como funciona una liga tan complicada como la NCAA. El entrenador es Dana Altman, que cumplirá su decimocuarto año consecutivo en la dirección de los Bluejays y con éxitos tales como haber conseguido meter al equipo entre los 25 mejores equipos en 2002 o que Creighton sea uno de los nueve equipos que han conseguido al menos 20 victorias en los últimos nueve años. En este grupo, universidades tan laureadas como Arizona, Duke, Gonzaga, Kansas o Kentucky. De todas formas, el mayor logro de Dan Altman es conseguir que jugadores que han pasado por sus manos lleguen a jugar en la NBA. Entre los que han llegado a la NBA pasando por la Universidad de Creighton: Rodney Buford y Kyle Korver. Anthony Tolliver ha fichado este año por los San Antonio Spurs, y Nate Funk lo ha intentado en las ligas de verano. Pero nuestro héroe o villano es Casey Harriman, natural de Ida Grove, Iowa, donde batió todos los récords jugando para el instituto de Ida Grove-Battle Creek. En su último (o penúltimo, no me acuerdo) año de instituto, yo fui profesor de español en la elementary (educación infantil) del pueblo. Así, pues, fui testigo de sus hazañas, que no solo se limitaban al baloncesto, porque en invierno era también la estrella del equipo de fútbol americano y estaba también en el equipo de atletismo. De hecho, me lo crucé un par de veces corriendo cerca de Moorehead Park. Aquel año hizo números históricos en prácticamente todos los apartados del juego. Era la estrella. Machacaba el aro. Parecía un chaval de lo más sencillo y trabajador. El baloncesto era un acontecimiento en aquel pequeño pueblo del oeste de Iowa. Los partidos se programaban en horario nocturno y a poder ser en fin de semana. Todo el pueblo iba al pabellón. Tenían marcador electrónico, cheerleaders, árbitros federados, catering y un rincón oscuro detrás del garaje donde yo me recogía para fumar un cigarrillo a escondidas. Llegaron lejos aquel año, pero tampoco me pidáis que os explique como funcionaba el sistema de competición porque no me enteraba de nada. Sé que jugaron un partido muy importante y dramático en el pabellón municipal (creo que era municipal) de Denison, una ciudad más grande a una hora de viaje. Alan, el padre de mi familia, me dijo que él no podía ir, pero que si yo iba, me pagaba la entrada pero me tenía que llevar a su hijo pequeño, Jacob, de unos ocho años. Fue un gran día. Creo que ganaron el partido. El ambiente fue fantástico. Y Jacob no dejaba de reírse en el viaje de vuelta. No se veía un carajo y daba miedo conducir por aquellas carreteras rectas a oscuras, pero yo iba cantando Vacazul a gritos y él se reía de lo raro que sonaba el castellano mientras hacía que tocaba la batería. Hace unos días teclee el nombre de Casey Harriman en google y me alegró ver que estaba en una universidad de la primera división de la NCAA. Ser una estrella del instituto en un pueblo pequeño de Iowa no significa nada. El año pasado promedió 3 puntos por partido. Sería un milagro que Casey Harriman llegara a jugar en la NBA o si quiera en alguna liga comercial o en europa, pero, estoy seguro de que en Ida Grove, Iowa, hay mucha gente orgullosa de él. Así que... habrá que seguir la carrera de Casey, quién sabe, quizás algún día le veo ocupando el puesto de Luke Recker en el Bilbao Basket.

jueves, 2 de octubre de 2008

Eddie Vedder

Me gustaban mucho Pearl Jam cuando tenía dieciocho años. Me compré el Vitalogy original, en cassette, por mi cumpleaños. Regalo de mi abuela a la que no le hizo gracia gastarse el dinero en algo que ni tan siquiera sabía lo que era. Hace un par de años tuve la ocasión de quitarme de encima una cuenta pendiente muy pesada: ver a Eddie Vedder, Mike McCready, Stone Gossard y los demás en directo. Ya no era lo mismo: desde los dieciocho hasta ahora, había escuchado tantos grupos, disfrutado de tantas canciones e ido a tantos conciertos, que Pearl Jam había ido poco a poco perdiendo puestos en el Top Ten de mis gustos musicales, en realidad, había quedado clasificada en otra lista de éxitos, la que llevaba el encabezamiento de recuerdos emocionales de tiempos mejores. Sin embargo, el concierto fue inolvidable. Por todo. Por la actitud, por el repertorio, por los conciertos de My Morning Jacket y de Wolfmother antes, por los recuerdos que te venían a la cabeza cuando sonaban Betterman, Corduroy, Once o Hail, Hail, por la compañía... Durante el viaje de vuelta, regresando del concierto de Vitoria, hace dos años, recordé cuando tenía dieciocho años y me encantaban Pearl Jam. Recordé que, además, me caían bien porque había leído que Eddie Vedder era un tío legal al que le importaba la naturaleza, y que los Pearl Jam pasaban de grabar videos para la MTV, que se cagaron en los EMI Awards, y yo qué sé qué más enaltecimientos al idealismo que no sé si eran ciertos del todo o no, pero a los dieciocho sonaban a verdad absoluta. Y también, recordé, me caían bien Eddie Vedder y los demás por otras razones. Había leído que antes de llamarse Eddie Vedder se llamaron Mookie Blaylock, como el base de los Atlanta Hawks pero que la NBA les obligó por asuntos de derechos comerciales a retirar el nombre y se pusieron Pearl Jam por la mermelada (jam en inglés) de peyote que hacía la abuela de Eddie, Pearl. Y su primer disco "Ten" se titulaba así porque era el número con el que jugaba Mookie Blaylock y leí también que en su día alquilaron el Boston Garden para echar una pachanga con los roadies y demás. ¿Cierto? ¿No? ¿Dónde lo leí? ¿Me lo inventé? ¿Demasiados porros? No lo sé, pero Eddie Vedder me caía bien y Pearl Jam era mi grupo preferido. ¡Y les gustaba el baloncesto y escribían letras como Betterman, que armado de un diccionario, conseguí descifrar y disfrutar! Dieciocho años, vale. Pero con treinta casi lloro de emoción en el Azkena de Vitoria. Y, por cierto, si lees el libro o ves la peli o escuchas la banda sonora que ha compuesto Eddie Vedder en solitario, seguro que también estarás apunto de llorar con "Into the Wild." Y si haces ya las tres cosas a la vez o de seguido, más posibilidades. O... quizás es que yo soy un poco mingafría, como decía el otro.

Iribar: un poema

El mismo Jusué Gascue Egoscue escribió este poema con ligera presencia del mítico portero del Athletic Club de Bilbao, José Ángel Iribar:

Iribar el poeta

Si os lo cuento pierde el significado:
Una vez soñé que era futbolista,
Pero no soñé con marcar el gol
Que daba la copa al equipo que…
He de confesar y valga la digresión:
Me gusta el fútbol pero, a este paso,
Dejaré de hacerlo porque bajaremos a segunda
Y el problema no es la categoría.
Aquí en el bar hablaban de ello
Y yo no lo he dicho pero
El problema no es la categoría.
El problema es que los sueños sueños son,
Que el fútbol no es poesía,
Aunque todo sea poesía en esta vida
Pero precisamente por eso lo importante no es la categoría.
Más pronto que tarde los sueños se terminan
O se convierten en poesía
Y no cejamos en el empeño de luchar con energías inútiles.
El caso es que soñé que era futbolista,
Pero no soñé con marcar el gol
Que le daba la copa a mi equipo.
Soñé que en la rueda de prensa,
Después de marcar el gol que le daba
La copa a mi equipo,
Alguien me preguntaba qué sentía
Y yo asentía
Antes de sentirme poeta y contestar:
Si os lo cuento pierde el significado
Pero,
Estoy del lado de los porteros
Que jamás marcarán el gol que da la copa
Y,
Cuando lo detienen,
Se despiertan de repente,
Y se dan cuenta de que todo ha sido un sueño.

Darko Milicic: un poema

Después de sus inteligentes declaraciones en el último Eurobasket ("Me la van a chupar cada uno, escribidlo. Se la voy a meter a su madre y si tienen hijas también me las follaré," PERDÓN), el poeta Jusué Gascue Egoscue escribió el siguiente poema:

Malos tiempos para Darko Milicic

Tendría diez años cuando por primera vez
Aprendí a insultar,
A sentir vergüenza ya había aprendido antes.
Y a perder los papeles,
A ruborizarme,
A liarme la manta a la cabeza,
Que decía mi abuela,
Y arar la tierra con los cuernos de mi tozudez,
Que remataba mi abuelo.

Aprendí a insultar con mala intención,
Con el propósito de hacer daño,
Con auténtica determinación
Y alevosía que diría el fiscal.
Aprendí por voluntad propia,
Por instinto, por los bajos instintos,
Porque soy falible y estúpido,
Como todos los demás,
Como Darko Milicic.

Tendría diez años cuando aprendía a insultar
Por primera vez.
Y no se me ha olvidado nunca,
Y aún a veces me enternezco ante mi lucha,
Pusilánime, humana, compasiva,
Cuando me empeño en no ser
Como el abrazafarolas de Darko Milicic,
Que dirían mis abuelos.

Rafael Sánchez Ferlosio

El escritor Rafael Sánchez Ferlosio aseguró ayer que odia a España "desde siempre", en parte por la excesiva atención que se le presta a los deportes, y en parte porque le "carga esto de la patria". Yo llegué a odiar El Jarama en su día, pero quizás porque era un adolescente más interesado por hacer piras que por leer El Árbol de la Ciencia o Tiempo de Silencio. Lo releí más tarde, y aunque como dijo alguien "parece que no pasa nada," conseguí no llegar a odiarlo, más bien al contrario. A mí también me carga la patria y estoy de acuerdo con Sánchez Ferlosio con respecto a la excesiva atención que se le presta a los deportes. Ya sin entrar a hablar de dinero. Decía aquel poema que invitaba a imaginarse "que todo es maravilloso" que entonces los poetas "saldrían en televisión" y "que no habría más descensos a segunda división." El deporte tiene mucha poesía, pero cada día es más prosaico y Sánchez Ferlosio tiene razón. O por lo menos, yo se la doy.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Agustín Sagasti

Esta entrada no es muy personal ni muy literaria. Agustín Sagasti fue el primer corredor del por entonces Fundación Euskadi que consiguió una victoria para el proyecto. Fue en la etapa matinal de un día con doble jornada en la Vuelta al País Vasco. Se escapó desde lejos y llegó a meta en solitario y a duras penas. Dicen que quizás el pelotón dejó hacer, pero la verdad es que Sagasti no tuvo fuerzas ni para levantar los brazos. Lo mejor fueron sus palabras al final de la etapa. Aún intentando recuperar el resuello y con un hablar llano pero sincero, Sagasti contó algo así como que se avergonzaba de ver cómo la gente le animaba y siempre iba el último pasando miseria, así que decidió atacar y si se ríen de mí que se rían, pero hay que intentarlo. No ganó nada más. Se retiró poco tiempo después. Creo recordar que sufrió un accidente: o le atropellaron cuando entrenaba o me suena que le salió un coche de la nada en la Vuelta a Asturias, quizás. Yo recuerdo las imágenes claramente. Hizo feliz a mucha gente con su esfuerzo y eso aún debería hacerle sentirse orgulloso. Aquellos equipos de los primeros años con Barcina, Erkaitz Elkoroiribe, Javier Palacín, Xabier Murguialday, el gran Juanto y aquella maldita cadena en los Lagos, nos hacían mirar las clasificaciones para buscar puestos de honor con los que conformarnos, puestos que sabían a victorias que llegarían más tarde. El ciclismo es quizás un deporte de ciclistas, pero porque aquel proyecto consiguió que fuera un deporte de equipo, sin consideraciones políticas, aún hoy en día la gente siente una ligazón especial con esos corredores. Para lo bueno, y para la malo. De todas formas, lo que merece la pena es ver a gente como Agustín Sagasti entrando a meta sin apenas poder levantar los brazos.