Jon Solaun. ¿Por qué? A propósito, ¿Jon Solaun es familia de César Solaun? Me acuerdo muy bien de César Solaun, elegante sobre la bicicleta, creo que en toda su carrera solo consiguió una victoria, en los Valles Mineros o en Asturias o algo así, pero Jon Solaun. El sábado nos enfrentamos al frío y bajamos a Lasesarre. Nos visitaba la Ponferradina, con los De Paula, Jonathan Valle, Christian Portilla y compañía, y un par de ellos que no conocíamos y que bien se apuntaron a la fiesta para aguárnosla, Esteban Gómez (¿Esteban o Ernesto? Ya no me acuerdo) y Rubén Vega que marcó el segundo prácticamente nada más salir. De la fila de arriba faltaron todos, solo aparecimos mi hermano y yo. En la fila de abajo estaba Iñaki, pero hasta el descanso no se dió cuenta de que estábamos arriba. Alberto Iglesias es el entrenador del Barakaldo. No sé si fue cosa suya o de alguno de esos contertulios tan resabidillos que afloran ahora en todos los canales de televisión, pero alguien dijo que el Barakaldo esta temporada iba a jugar al toque, iba a hacer un fútbol moderno y vistoso. El sábado jugaron con tres o cuatro mediocentros y dos o tres centrales, ya no sabíamos ni llevar la cuenta. El dibujo táctico era a veces evidente y otras veces un mejunje. Al menos nos divertimos persiguiendo a Jon Solaun que perseguía a Jonathan Valle que perseguía a la pelota y ésta intentaba huir de todo el mundo. Ya no es muy acostumbrado utilizar a un hombre de marcador privado-twenty-four-hours, o, en este caso, ninety-minutes, y a Solaun le tocó. No lo dejó ni cuando el balón estaba parado. Casi se confunde hasta de dirección para volver a vestuarios. Cuando cambiaron a Jonathan Valle, se volvía loco y preguntaba qué hago ahora.
Recuerdo que hace tiempo, cuando tenía unos 18 años o menos y pocas cosas que hacer a parte de aburrirme los domingos, me fui a Las Llanas a ver jugar al Sestao. Fue un buen año en Las Llanas. Les entrenaba Blas Ziarreta y tenían en la plantilla al gran Aitor Bouzo, a Ibarrondo, a Juan Luis Fuentes, a Antonio Karmona, a Jorge Azkoitia y a dos jóvenes que estaban despuntando y por los que el Athletic había anunciado su interés, Ibon Begoña y Jon Solaun. Tenía un amigo en Sestao con carné del club. Le llamé, como apenas hacía nada distinto el sábado que el domingo, tenía dinero para la entrada. Nos sentamos en una grada alta, de piedra, al aire libre. No recuerdo el partido. No sé si jugaron Ibon Begoña o Jon Solaun. Pero recuerdo lo bonito que era Las Llanas, lo verde que estaba el césped y lo maduro que me sentí en aquel instante, porque mi amigo y yo andábamos hablando de amores no correspondidos mientras los jugadores se rifaban la pelota. Y hablar de amores no correspondidos con dieciocho años no es asunto de broma. Esas cosas se guardan en secreto, se sufren en silencio y se magnifican cuanto puedas para sentirte más trágico y desdichado. Cuando lo cuentas y lo analizas y sale por tu boca y te sientes tan ridículo, ya no puedes ser un personaje trágico y desdichado y tienes que volverte a casa andando, con el sabor del tabaco en la boca y el recuerdo de un estadio que se venía abajo y aún hoy, catorce años después, se sigue viniendo. Repiqueteando en la cabeza una conversación que si ahora la recordara palabra por palabra sonaría ñoña, manida e infantil, pero que nos sentó muy bien a los dos, seguro. No fue el primer día de ninguna historia y se necesitaron muchos otros momentos como ese o mejores (incluso peores) para que madurara lo suficiente para no ser un imbécil (aún se necesitan). Pero... desde entonces no he vuelto a Las Llanas. Y no he vuelto a ver a aquel amigo. Hablamos un par de veces por teléfono, prometimos vernos, si ahora le viera por la calle no le reconocería y, por alguna extraña razón, sé que sí lo haría. Así que mientras Jon Solaun corría detrás de Jonathan Valle me acordé de él y de mí y de Las Llanas y del Sestao y de la línea del tiempo que vamos dejando detrás como la estela gaseosa de los aviones. Y vale, dejémoslo aquí, antes de que me ponga ñoño, manido e infantil sin que venga a cuento.
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