Fanzine deportivo literario. Crónicas caprichosas sobre héroes y villanos del mundo del deporte
viernes, 31 de octubre de 2008
Markel Irizar
Hace ya casi un par de años pasé mis vacaciones de Pascua en Bélgica. Aprovechando que nuestra amiga Corinne había regresado a su tierra, nos aventuramos hasta la vieja tierra de Flandes. Amberes, Brujas, Bruselas, Oostende pero especialmente Gante donde tuvimos la oportunidad de pagar doce euros por una cerveza exclusiva, ser testigos de un accidente de tranvía o ver a los corredores del Quick Step desayunando a lo grande en la terraza de una cafetería. Coincidió con la temporada de clásicas. A los pocos días de nuestra llegada, Markus Burghardt ganó la Gante-Wevelgem. El día antes del Tour de Flandes estábamos en Brujas. Intenté convencer a las chicas de que fuéramos a verlo a la mañana siguiente. La gente en Flandes se lo tomaba como un día de fiesta, para estar con la familia y los amigos, algunos se reunían para verlo por televisión, otros, como nuestro amigo Dries, cogía la bicicleta y daba un paseo con su madre hasta que se apostaban en una cuneta para verlos pasar un momento. No fuimos, claro. Pude verlo por televisión en un bar, mientras probábamos cervezas con saber a fresa y el mismo Alessandro Ballan que demarró en Varese hace un par de meses se llevó la edición de 2007. Eddy Merckx estaba en todas las tiendas de recordatorios, había pósters y postales. Tom Boonen hacía anuncios de colchones. Pero el día en que descubrí del todo que para los belgas el ciclismo es algo más que un deporte, estábamos cenando en un wok, en la terraza de la calle, y Corinne había invitado a unas antiguas amigas suyas del instituto. Discutíamos, y no por incitación nuestra, olvidemos los tópicos, sobre lo conocido que era Bilbao o el País Vasco en Bélgica. Corinne decía que nadie en Bélgica sabía dónde estaba Bilbao o el País Vasco. Sus amigas decían que no con la cabeza, que no que sí que sabían dónde estaba, claro. Corinne les replicaba: eso es porque yo me he ido a vivir allí. Sus amigas le contestaban: no, Corinne, lo conocíamos antes de que tú te fueras, por supuesto. Nosotros, combidados de piedra pero muy orgullosos. Y una de sus amigas empezó a decir por qué lo conocían: San Sebastián, playa, pintxos, dijo, Guggenheim Museum y ciclismo, dijo, David Etxeberria, Abraham Olano... y ¡Markel Irizar! Con todos mis respetos para Markel, que conocieran a David Etxeberria que estuvo apunto de ganar la Lieja-Bastogne-Lieja o a Olano que fue campeón del Mundo, bien, pero, ¿a Markel Irizar? No tiene victorias en su palmarés, es un corredor de equipo, ¿por qué iban a conocerlo? Pues quién sabe, pero dijo Markel Irizar. Alguien me explicó en su día que los belgas aman las carreras de primavera y que recuerdan los nombres de los corredores que se escapan, de los que sufren al final del pelotón, de los que pinchan y se caen tanto o más que los nombres de los que ganan y se llevan los titulares de prensa. Supongo que en algún momento de las varias veces ya en las que Markel Irizar ha disputado alguna de las clásicas belgas, su nombre se escuchó por los altavoces o se vio su maillot en televisión. En fin, que, en Gante, por lo menos para aquella chica con la que cenamos en un wok, Euskadi es conocida en Bélgica por los pintxos, el Guggenheim y Markel Irizar, no está mal.
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