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Supongo que, en general, tres de los cuatro primeros equipos de este Eurobasket 2017 estaban en las quinielas de muchos pero probablemente en un orden distinto. Más aún, cuando el primero de los cuatro es el que sospecho que se quedaba fuera de los pronósticos de muchos de nosotros, y me voy a meter en el saco.
Todos lo han llamado el Eurobasket de las bajas y así ha sido. Por lesiones o por renuncias, o por lo que fuera, faltaron o no fueron seleccionados, jugadores como Andrea Bargnani, Danilo Gallinari, Sergio Llull, Nikola Mirotic, Rudy Fernández, Giannis Antetokounmpo, Rudy Gobert, Omer Asik, Kostas Koufos, Mario Hezonja, Ersan Ilyasova, Milos Teodosic, Tony Parker, Nikola Jokic, Ante Tomic, Nemanja Bjelica, Jusuf Nurkic, Enes Kanter, Marcin Gortat... Esos cuatro equipos que mencionábamos al principio, al que no se esperaba y los tres que sí contaban en las apuestas, también tenían sus bajas. Quizás la de los eslovenos eran menos mediáticas. Sin embargo, el peso en la pintura de jugadores como Mirza Begic, Alen Omic o Uros Slokar podía ser muy importante para ellos. También la ausencia de Zoran Dragic parecía importante. Por supuesto, eran más comprensibles las ausencias de veteranos como Primoz Brezec (37 años), Bostjan Nachbar (37), Vlado Ilievski (37), o Beno Udrih (35). Toda una generación que vivió muchas decepciones. Nachbar, Begic, Zoran Dragic y Slokar estaban en aquella selección que en 2013, dirigida por Bozidar Maljkovic y siendo anfitriona, tuvo que sobrellevar la derrota en cuartos ante Francia. Por el contrario, Gasper Vidmar, Edo Muric, Jaka Blazic y Goran Dragic, cuatro años más tarde, se han resarcido por todo lo alto. También Jaka Lakovic, ayudante de Igor Kokoskov en esta edición, y en la cancha en 2013.
La victoria final de Eslovenia, con un campeonato inmaculado, deja patente dos cosas. Bueno, yo diría tres. Primero, la calidad inmensa, tanto anotadora como de liderazgo, de Goran Dragic, quien, a sus 31 años, y once temporadas en la NBA, aún no había recibido el merecido reconocimiento internacional. Este título hará justicia a su rendimiento. Segunda, la potestad de Igor Kokoskov para reclamar que su nombre tenga ascendencia en el baloncesto europeo. Son muchos años ya dividiendo su carrera entre el trabajo de ayudante en los Estados Unidos y la dirección de selecciones aspirantes en campeonatos de naciones. Que la selección de Eslovenia haya llegado hasta el primer puesto del pódium es, en gran parte, culpa suya: ha sido capaz de sacarle un jugo a ciertos jugadores que nadie antes había conseguido sacárselo. Ha arriesgado, además. Y lo ha hecho hasta el último minuto de campeonato. Y le ha salido siempre bien. Y tercero, a pesar de ese tercer cuarto de la final, el Eurobasket 2017 ha sido la confirmación de que ha nacido una estrella. Los que tenemos la suerte de poder seguir la ACB de cerca, ya lo sabíamos, lo íbamos viendo, pero en Turquía lo hemos visto todos. Luka Doncic está llamado, vuelva a ganar o no, a marcar una época en el baloncesto europeo. Lo que hace con 18 años, en todos los aspectos y niveles del juego, es imposible calificarlo con todos los adjetivos positivos que se nos ocurran ahora.
Ha habido, hay, un relevo generacional. En este Eurobasket de 2017 aún han rendido a pleno nivel los hermanos Gasol, Pau Gasol y Marc Gasol, Alexey Shved, Sergio Rodríguez, Timofey Mozgov, Marco Belinelli, Mantas Kalnietis, Ricky Rubio, Vitaly Fridzon, Boban Marjanovic, Luigi Datome o Zaza Pachulia. Incluso, hemos tenido veteranísimos como Jiri Welsch (37), Juan Carlos Navarro (37), el propio Pau Gasol, de la misma generación que Welsch y Navarro, Axel Hervelle (34), Sinan Guler (34), Janis Blums (35), Guy Pnini (34), Yotam Halperim (33), Jon Stefansson (35), Ioannis Bourousis (34), Kieron Achara (34), Boris Diaw (35), Teemu Ranikko (37) o Marko Popovic (35). Pero, sin duda, lo que nos queda de este último campeonato es el paso a delante que han dado jugadores como el ya mencionado Luka Doncic y de otros como Kristaps Porzingis, Dario Saric, Bogdan Bogdanovic, Dennis Schroeder, Artem Pustovyi, Jonas Valanciunas, los hermanos Juancho Hernangómez y Willy Hernangómez, o Lauri Markkanen. Ha habido más, quizás con unas estadísticas menos llamativas, pero sus nombres volverán a repetirse en otros Eurobaskets, convirtiéndose esta edición en su primera ocasión en lo más alto del baloncesto europeo, gente como Dragan Bender, con minutos pero sin tanta incidencia, Dino Radoncic, saliendo de titular en algún partido, Tryggvi Hlinason, un poste inmenso recién fichado por Valencia Basket que no ha jugado tanto como se esperaba en Islandia, Marko Guduric, Alekesej Nikolic, Vasilije Micic, Rolands Smits, Zoltan Perl, de lo mejor de Hungría, un jugador muy aprovechable que debe andar jugando en la segunda división italiana, Janis Timma, son 25 años ya, pero su valor sigue creciendo o las dos nuevas estrellas turcas, Cedi Osman y Furkan Korkmaz. Podríamos incluir en esta lista al jugador que titula esta entrada, Klemen Prepelic, quien, a punto de cumplir 25 años, ha aparecido cuando nadie lo esperaba y se ha convertido en uno de los secretos de la Eslovenia ganadora, escoltando a Doncic y Dragic.
En resumen, ha resultado este, a la vista torpe y corta de este observador de poco fiar, un Eurobasket atractivo, con mucha competencia, buenas actuaciones individuales, el relevo generacional ya mencionado y una preocupante ausencia de público en algunos partidos. Ha sido, sobre todo, un campeonato de nombres propios: la capacidad anotadora y la belleza estética de Alexey Shved, el pulso competitivo y el magisterio de Pau Gasol, la rapidez y puntería de Goran Dragic, el liderazgo de Bogdan Bogdanovic, la calidad innata y juvenil de Luka Doncic, hasta cuestiones más anecdóticas también fueron individuales, como el triple doble del rumano Andrei Mandache, tercero de la historia del Eurobasket. A los ya mencionados Shved, Gasol, Dragic, Bogdanovic y Doncic, que, no por casualidad, fueron nombrados en el mejor quinteto del campeonato, yo añadiría la solvencia de Sergio Rodríguez, la defensa de Ricky Rubio, el crecimiento de Dennis Schroeder, el pundonor de Ettore Messina, la clase de Dario Saric, la facilidad de Anthony Randolph, el curro de Gabriel Olaseni, el futuro de Lauri Markkanen, la electricidad de Kostas Sloukas, Nikita Kurbanov, Adam Hanga, Davis Bertans, Nicolo Melli, Janis Strelnieks, Mindaugas Kuzminskas, Nikola Vucevic, Mateusz Ponitka, Martin Kriz, Dmitriy Khvostov, Milan Macvan... Sí, seguro que no os resulta difícil decir algo así como "pero cómo puede nombrar a éste y no al otro"... Bueno, en un campeonato tan largo, con tantos partidos y con tan buenos jugadores a pesar de las ausencias, es normal que alguien que no sabe pero se atreve a escribir, meta la pata.
En mi humilde opinión, siempre dio la sensación, desde el principio, de que España era la gran favorita. Su baloncesto fue robusto durante gran parte del campeonato, ante rivales, es cierto, inferiores, pero con posibilidades de asustar. Ni tan siquiera Croacia, quien apuntaba a un buen campeonato gracias a Bojan Bogdanovic o Dario Saric, pudo asustarlos. Supieron sufrir ante Turquía pero se vieron arrasados por una Eslovenia que se encontró con un grado de inspiración y puntería que aprovecharon aún más cuando la selección de Sergio Scariolo cayó en la desesperación. La Serbia de Aleksander Djordjevic, probablemente el equipo con más sangre ganadora y ánimo de competición (aunque solo sea por gente como Djordjevic, Bogdanovic o el gritón Vladimir Stimac), siempre fue un candidato y se confiaba en ese espíritu de lucha continua. Algo parecido a lo que les pasaba a los rusos, que contaban con metros y contundencia, muchos jugadores para trabajar, y, después, un Alexey Shved por encima de todos a la hora de anotar. Se pudo creer en Letonia, hasta en una Croacia que acabó convirtiendo la esperanza en una amargura dolorosa (las declaraciones del padre de Dario Saric, la destitución de Alexander Petrovic o, en caliente, lo que dijo el propio Bojan Bogdanovic son pruebas de ellos), en una Francia con muchas bajas, en la Alemania de un Dennis Schroeder que no pudo solo, y hasta en una Lituania, dirigida por un joven Dainius Adomaitis, que acabó defraudando en octavos al dejarse sorprender por Grecia, quien, al igual que Italia, sobrevivió a base de creer en sí mismos aunque jamás parecieran capaces de rendir a un alto nivel. Algo parecido se podría decir de los turcos.
En mi opinión, los cuatro partidos finales, las dos semifinales, la final y el tercer y cuarto puesto han estado al nivel que se puede esperar de este campeonato, aunque he lamentado un mejor juego de conjunto, una mayor incidencia del colectivo ante el rendimiento y las estadísticas individuales. Eso sí, al otro lado del charco (esta, de nuevo, es mi torpe opinión), deberían ver estos partidos para ver cómo se le puede sacar rendimiento a los jugadores interiores, más allá del alley-oop o del rebote de ataque. Me quedo con el festival de Eslovenia en las semifinales ante España, con la última lección de los veteranos de la selección española en la lucha por el bronce y, sobre todo, por el hambre de victoria que siempre enseña una selección como Serbia y del ejemplo de resistencia que dieron los jugadores eslovenos. Ese último cuarto y medio, con Doncic, lesionado, aguantando las lágrimas en el banquillo y Dragic entrando y saliendo del banquillo, estuvo protagonizado por el semblante convencido de Igor Koskokov y la determinación de Klemen Prepelic, pero también habría que destacar la personalidad de Anthony Randolph, el trabajo bajo el aro de Gasper Vidmar, el aliento de Aleksej Nikolic o la sangre fría de Jaka Blazic. Hubo un momento en el que Prepelic y Blazic nos hicieron recordar a aquellos Roman Horvat y Dusan Hauptman que no están en las letras más grandes de las enciclopedias, pero los buenos aficionados siempre recordarán.
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