Bueno, vamos a ser magnánimos. El título para Roy y la foto para Bobby, al que, igual, no le gusta que le llamen así. Dejémoslo aquí. Digamos que las noticias (luctuosa y delictiva) que llevaron, de regreso, a estos dos ex-jugadores de la NBA ante los focos de la prensa me animaron a escribir una entrada que llevaba tiempo barruntando pero que me resistía a escribir. Me resistía porque luego siempre resulta que me pongo analítico y académico pero me faltan la rigurosidad y profundidad necesarias para hacer buenas reflexiones y sacar mejores conclusiones. Swift y Tarpley, Tarpley y Swift, han acabado en pocos días consiguiendo que venza mi propia resistencia; pero, sobre todo, más que Roy y Robert, han sido la agonía de vivir y la tragedia de lamentarse las que me han incitado a escribir, pase lo que pase, diga lo que diga, lo haga como lo haga. Quizás, eso mismo, es lo que pensaban estos dos grandullones.
Robert Swift fue un pivot que jugó en los Seattle Supersonics y en los Oklahoma City Thunders antes de terminar su carrera en Japón y dedicarse a otra cosa, cosas peligrosas. Swift destacó en el instituto, donde incluso fueron investigados sus traslados de un colegio a otro. Era un chaval de una envergadura impresionante que, además, no se encontraba incómodo en la zona. Tanta fue la expectación, que Swift se olvidó de su acuerdo con la Universidad de Southern California para preparar su experiencia en el baloncesto universitario, y se apuntó directamente al draft. Lo eligieron en 2004 unos Seattle Supersonics que le vieron más talento que a otros que quedaron elegidos por detrás de él, gente como Jameer Nelson, JR Smith, Josh Smith, Al Jefferson, Sebastian Telfair, Tony Allen, Kevin Martin, Anderson Varejao o Trevor Ariza. Todos, como decía, vinieron después de Swift y después de un Dwight Howard que, por supuesto, fue el primero de aquel draft. Sin embargo, como podíamos esperar dado el marchamo dramático que parece tener esta entrada desde el principio, la carrera de Swift se quedó a años luz de lo que se preveía cuando jugaba en las canchas del instituto. El pelirrojo se vio azotado por las lesiones y nunca pudo encontrar su juego. Sus números no reflejaban aquellas primeras expectativas. Así, se retiró joven, igual que llegó al negocio del baloncesto profesional. Demasiado, probablemente.
Swift no había tenido una infancia fácil. El dinero faltaba en su casa, más aún después del accidente de tráfico de su padre y la enfermedad de la madre. Su crecimiento baloncestístico, supongo, fue un alivio que parecería milagroso. Swift, detenido en alguna otra ocasión por conducir ebrio o drogado y adicto a la heroína, fue detenido temporalmente cuando, en 2014, le pillaron viviendo en casa de un supuesto traficante de heroína y metanfetamina. Le encontraron con una recortada que él negó poseer y dijo que era propiedad de su compañero de piso, dueño de una extensa colección de armas de fuego. Se libró de una pena extensa, pero, hace pocos días, Swift volvía a encontrarse en una situación delicada y, esta vez, era él el que se había metido en otra casa. Le pillaron supuestamente robando. Swift dijo que tenía un pedo que te espantas y que no se enteró de mucho. Él y su compañero portaban diez cuchillos y un rifle.
Roy Tarpley, por su parte, disputó la liga universitaria con los wolverines de Michigan. Era un ala-pivot de 2'10, rápido, atlético, habilidoso y con un talento especial para el rebote. Sus números eran buenos y también los pronósticos que le auguraban una profusa carrera profesional (y, al final, tenerla, la tuvo, aunque no fuera como muchos creyeron que iba a ser).
Tarpley fue elegido entre los diez primeros del estrambótico draft de 1986. Digo estrambótico porque tampoco me quiero calar y usar adjetivos de los que luego me arrepienta, pero es cierto que el del 86 es probablemente uno de los drafts más dignos de un concienzudo análisis. Encabezado por Brad Daugherty, ex All-Star y con una carrera sólida, ahora mentido en el negocio de la NASCAR, precedieron a Tarpley gente como el malogrado Len Bias (muerto a los 22 años por sobredosis de cocaína), Chris Washburn (llegó a vagabundear por las calles de Houston y pasó tres años en la cárcel), Chuck Person (un buen jugador que ahora ejerce de ayudante de Byron Scott), Kenny "Sky" Walker (se quedó en un exhibicionista de mates y pasó por la ACB: Granollers y Cáceres) y William Bedford (ex jugador de los Phoenix Suns que cumple o cumplió diez años de cárcel por tráfico de marihuana). Lo curioso es que por detrás de todos estos y por detrás del propio Roy Tarpley fueron elegidos jugadores como Arvydas Sabonis, puesto 24, Mark Price, 25, Dennis Rodman, 27, Nate McMillan, 29, Johnny Newman, 30, Kevin Duckworth, 33, Jeff Hornacek, 46, Drazen Petrovic, nada más y nada menos que en el puesto 60. Las curiosidades de este draft serían aún más sorprendentes para los buenos aficionados europeos porque, entre los seleccionados, además del lituano Arvydas Sabonis, y aunque en posiciones bajas, se encontraban gente como Alexander Volkov, Valery Tikhonenko, Augusto Binelli o Panagiotis Fassoulas. Pero, lo que encenderá nuestra nostalgia, probablemente, es la cantidad de ex ACB (algunos con una repercusión importante) que reunió este draft: Andre Turner, LeMone Lampley, Johnny Rogers, Joe Ward, Buck Johnson, Harold Pressley, Walter Berry o John Sam Williams.
Volviendo a Tarpley, el interior jugó dos primeras y buenas temporadas en Dallas Mavericks, pero el resto de su experiencia NBA, apenas unos pocos años más, estuvo llena de incidentes y problemas extradeportivos. Por ello, decidió cruzar el charco y se vino a Europa y, después, se fue hasta el Lejano Oriente. Pasó por Grecia (Aris, Olympiacos, Iraklis, Ikaros Esperos), Chipre (Apollon Limassol), Rusia (Ural Great Perm) y China (Beijing Olympians).
Entre sus hitos más importantes durante su experiencia europea habría que destacar el campeonato FIBA European Cup (lo que antes llamábamos la Recopa y llegó a conocerse como la Copa Saporta), en la temporada 1992-93. Jugaba en el Aris y vencieron en el Parco Ruffini de Turín al Efes Pilsen de Petar Naumoski. Antes, habían eliminado al Zaragoza. Roy Tarpley fue el mejor de aquella final con 19 puntos y 12 rebotes, y eso que jugaba en un equipo con gente que tenía peso y pulso, gente como Panagiotis Giannakis, Mikhail Misunov, J.J. Anderson o Dinos Angelidis. El año anterior había sido trágico para los de Salónica, cuando, en el verano, a pesar de no quererlo y debido, según contaban, a encontronazos con el presidente del Aris, la gran estrella y leyenda del club, Nikos Gallis, anunciaba su marcha al Panathinaikos. Sin embargo, entrenados por el histórico técnico israelí Zvi Sherf se llevarían una final que no conseguiría detener el progresivo deterioro de la competitividad del equipo. Roy Tarpley también cambió de bando al año siguiente y se marchó al Olympiacos. Con ellos también viviría una temporada de éxito, llevándose Liga y Copa en su país, pero, en la máxima competición europea, tuvo que conformarse con el subcampeonato porque el norteamericano Corny Thompson clavó un triple que todavía hará llorar a más de uno en Badalona. Con 12 puntos y 8 rebotes, estuvo un poco flojo en aquella final. Una final a la que su equipo llegaba con un sólido y potente equipo encabezado por gente como Zarko Paspalj, Milan Tomic o Dragan Tarlac. Sin embargo, el Joventut de los hermanos Jofresa, Villacampa, Mike Smith, Ferrán Martínez, o el bilbaíno Juanan Morales no estaba dispuesto a que la épica historia que habían escrito durante toda la competición se terminara con un final deslucido.Corny Thompson apuntó y el sueño se hizo realidad.
Tarpley, como ya he dicho, antes de viajar a Europa, jugó dos temporadas, sin aparentes problemas, en la NBA. Llegó a ser considerado el Mejor sexto hombre en el año 1988. Fue sancionado poco después y, aunque regresó, acabó por ser expulsado de por vida en la temporada 1994-1995 después de incurrir en su tercera penalización administrativa por asuntos relacionados con el consumo. En su breve experiencia profesional en los Estados Unidos, jugó unos 280 partidos y sus números marcan medias de 12,6 puntos y 10 rebotes, lo que nos da una idea del potencial que tenía Tarpley. Tarpley, por cierto, se atrevió a demandar a la NBA en 2007. Sus abogados argumentaban que la liga había incurrido en una ilegalidad al no permitirle regresar a la competición años después de su expulsión de por vida. En 2009, ambas partes alcanzaron un acuerdo del que nunca se conocieron los detalles.
Tarpley murió hace apenas unos días. Tenía 51 años y, según parece, no superó una insuficiencia hepática. Todo lo que he contado hasta ahora puede, o puede que no, tuviera repercusión en su hígado.
Tarpley murió hace apenas unos días. Tenía 51 años y, según parece, no superó una insuficiencia hepática. Todo lo que he contado hasta ahora puede, o puede que no, tuviera repercusión en su hígado.
La detención de Robert Swift y la muerte de Roy Tarpley no dejan de invitarnos a reflexionar sobre las circunstancias sociales y culturales en las que se manejan algunos jugadores profesionales. Hacer generalizaciones siempre es arriesgado y, generalmente, incorrecto, pero son muchos los ejemplos dentro de la práctica deportiva profesional (y todo se magnifica cuando se manejan las cantidades que gestiona el negocio del deporte profesional en los Estados Unidos de América) en los que asistimos a derrotas personales de profesionales que parecían abocados al éxito y a una vida sin ataduras ni preocupaciones económicas. Los datos económicos relacionados con procesos de bancarrota en las economías particulares de jugadores de baloncesto profesional son alarmantes, por mucho que otros permanezcan en el silencio y sustenten el resto de sus vidas activas desde la pasividad de los réditos de unos pocos años con un buen contrato laboral. Igualmente, y guardado mayor relación con los casos específicos que abrían esta entrada, los datos que recogen los casos de criminalización de algunos jugadores y exjugadores de la NBA resultan preocupantes.
Los casos de Dennis Rodman, Allen Iverson, Kenny Anderson, Eddy Curry, Derrick Coleman, Rick Mahorn, Shawn Kemp, Latrell Sprewell, Vin Baker, Antoine Walker, Scottie Pippen... son, probablemente, solo los más aparatosos y visibles. Todos ellos dilapidaron sus fortunas en los años posteriores al fin de sus carreras deportivas. Algunos, habían hecho ostentación o son claros ejemplos de falta de contención, hablando de que poseían cuarenta relojes de la marca Rólex (Derrick Coleman), contratando a un cocinero particular por 72.000 dólares al año (Eddy Curry) o teniendo que pasarle la manutención a siete hijos de seis mujeres distintas (Shawn Kemp). Mis favoritos son Dennis Rodman quien, al parecer, se gastó 1.3 millones de dólares al año, durante tres años consecutivos, comprando vinilos de música heavy. También me encoje el corazón, la verdad, el catastrófico empeño de Derrick Coleman por revitalizar la zona más histórica de Detroit, con su particular relación con la música, y ver como el que fuera una estrella de los Nets incluso le debe dinero a Dave Bing, otro exjugador de la NBA (Pistons, Celtics, Bullets) y estrella de la NCAA (Syracuse) al que le pidió dinero prestado porque, entre otras cosas, Bing si es un ejemplo de buena gestión, ya que, gracias, en parte al negocio del acero, se ha convertido en un hombre pudiente. Por cierto, ejemplos como el de Earvin "Magic" Johnson, Jamal Mashburn, Michael Jordan o Karl Malone, con sus más y sus menos, también servirían de contrapunto a las trágicas historias de los que mencioné al principio.
En 2008, al parecer, un representante de la NBA ofreció una charla sobre economía a los jugadores de los Toronto Raptors y ahí soltó un dato que ha sido largamente usado en muchas ocasiones, incluso por el sindicato de jugadores de la NBA, si no me equivoco. El dato era el siguiente: el 60% de los jugadores de la NBA caen en la bancarrota a los cinco años de terminar sus carreras. Sin poder dar con exactitud la referencia de esos datos, creer en ellos significa creer en una situación que yo calificaría de dramática.
El padrino de Kyrie Irving, Rod Strickland, quien también tuvo problemas con la policía cuando conducía, se hizo famoso por gastarse 4 millones de dólares en Kool-Aid (una bebida en polvo muy popular en su país) y Crush (una especie de naranjada). Strickland abandonó los Portland Trail Blazers una temporada antes de que se convirtieran, gracias a la habilidad poética de los periodistas y a sus conquistas dentro y fuera de la cancha, en los Portland Jail Blazers (no sé si debo decirlo, pero quitan "Trail" por "Jail" y "Jail" significa cárcel en inglés). Eran los Blazers que dirigía un desesperado Maurice Cheeks y en los que jugadores como Ruben Patterson, Bonzi Wells, Rasheed Wallace, Damon Stoudamire o Shawn Kemp rivalizaban a la hora de protagonizar noticias deportivas y extradeportivas que algunos calificarían, precisamente, de poco deportivas. Por supuesto, en muchos de esos casos el consumo de drogas y alcohol era una de las causas principales. Pero no han sido ni serán los únicos (ni los últimos). El propio Kareem Abdul-Jabbar tuvo sus problemas. He leído que a Robert Parish, quién lo diría, le hicieron pagar una multa de 37 dólares cuando interceptaron unas cartas que llegaban a su domicilio repletas de yerba, y no para cambiar el césped de su jardín. Hubo casos trágicos como la muerte por sobredosis, ya mencionada, de Len Bias, el caso de Eddie Griffin, que triplicaba el límite permitido de alcohol cuando conducía y se olvidaba de las vías del tren y del tren que venía por ellas o el de Chris Herren, ex de los Celtics o del Galatasaray, consumidor de cristal, sufrió una sobredosis de heroína y murió al estrellar su coche contra un poste. Ha habido muchos más, desde los problemas de alcohol de Chris Mullin hasta la sobredosis de barbitúricos de Isaiah Thomas, pasando por los vídeos de Stephon Marbury, los casos de Chris Webber, JR Smith, Corie Blount, Stanley Roberts, Vin Baker... A Richard Dumas, de los Phoenix Suns, también lo sancionaron de por vida. La vida, precisamente, de Lamar Odom ha sido retrasmitida en directo, incluída toda su miseria. Keith Closs, aquel pívot infinito que bebía en el banquillo y fumaba maría en los descansos, se rehabilitó. Algunos lo hacen, pocos, pero algunos lo consiguen.
Desde 1986, la NBA organiza el Rookie Transition Program. Durante tres días de agosto, los jugadores que están apunto de comenzar su experiencia en la liga, tienen la obligación de asistir a una serie de charlas, talleres, cursos y mesas redondas donde se tratan todo tipo de temas, con especial atención a aquellos que parecen secundarios a su actividad profesional. Educación financiera o educación en relación con el consumo de drogas y alcohol están entre los temas que se tratan. Si esos aspectos forman parte de la formación preliminar de cualquier jugador profesional, he de pensar que se debe a que la NBA conoce las razones que explican los datos y casos que hemos detallado anteriormente. Estudios, hay. Sociológicos, económicos, supongo que hasta psicológicos. Algunos apuntan a razones que los jugadores afectados arrastran desde su infancia, situaciones familiares, falta de integración social, desequilibrios económicos, hábitos perniciosos que forman parte de su contexto social... También se han desarrollado los argumentos que estudian la falta de prosperidad de los jugadores cuando terminan su carrera, y se distinguen aspectos como el entorno negativo y codicioso, el oportunismo de otros, la escasa preparación, la rutina materialista, los efectismos socioculturales... Si conocen las razones es de pensar que descubrieron la solución. Son 28 años de experiencia formativa, pero, aún y así, en 2013 Shabazz Muhammad fue expulsado de este mismo programa al encontrarlo en su habitación de hotel, durante los días de formación, con una inesperada compañía femenina. Cinco años antes, Mario Chalmers y Darrell Arthur también tuvieron que volverse a casa antes de tiempo. Dijeron que la razón fue la misma que en el caso de Muhammad, pero también se habló de un intenso aroma a marihuana en la habitación. Aún no tengo claro si Michael Beasley estuvo o no estuvo también allí.
Swift quizás acabe saliendo de la cárcel. Y si lo hace, quizás pueda seguir el camino que tanto le habrá costado recorrer a Keith Closs. Si no, puede que siga rodando cuesta abajo como aún debe estar haciéndolo aquel Javaris Crittenton que se montó un duelo al sol en el vestuario de los Wizards con Gilbert Arenas, y que acabó acusado de asesinato y tráfico de drogas, en parte, por su relación con la banda de los Crips a la que se incorporó al mismo tiempo que se incorporaba a Los Ángeles Lakers. Los Ángeles, la ciudad como foco de todas las incitaciones y tentaciones. Allí donde las Kardashian reinan, Vicent Chase se forra y sus amigos de farra, Paula Abdul era animadora y a Iggy Azalea no le dejan hacer las compras tranquila. Sería otro factor, otra razón, otro motivo, otro punto a desarrollar en un informe que intente explicar porcentajes y números que demuestran el peligro del dinero y del éxito, del precio que pagamos por magnificar todas nuestras intrigas.
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