Hace unos días me llamó la atención leer el siguiente titular: "Sebastian Telfair: El último juguete roto de la NBA". Se publicaba en Gigantes del Basket y recogía información sobre la detención y condena del otrora jugador profesional de la NBA. Al parecer, por otras fuentes, descubrí que en agosto del año pasado fue condenado a más de tres años de cárcel por posesión ilegal de armas, y un mes más tarde, fue puesto en libertad a la espera de la resolución sobre la apelación que pidieron sus abogados. Está bajo arresto domiciliario, sin pasaporte y llevando una pulsera de seguimiento en su tobillo. Su caso, probablemente, no fuera tan aireado y popular como el más reciente de Delonte West, pero era otro más en una larga lista de ejemplos de jugadores que acabaron peor de lo que se podía esperar dadas sus carreras y las oportunidades que tuvieron. Si no me confundo, por cierto, Delonte West y Sebastian Telfair coincidieron juntos en los Cleveland Cavaliers. Era el quinto equipo NBA para un Telfair que, en su adolescencia, fue una estrella nacional, convirtiéndose en un acontecimiento cuando renunció a la NCAA y su acuerdo con la Louisville de Rick Pitino para ingresar en el draft del 2004 y ser elegido en el puesto 13º por los Portland Trail Blazers, por detrás justo de Robert Swift, otro que podría entrar en esa lista, que también fue detenido por posesión de armas y que ahora busca una segunda oportunidad en Gijón en la LEB Plata.
En esa lista de muñecos rotos, de jugadores que dilapidan fortunas, que se ven envueltos en actos criminales o acaban en la cárcel, uno de los casos más dramáticos fue el de Eddie Griffin. Griffin, estrella de la universidad de Seton Hall, llegó al draft de 2001 con aspiraciones y se situó, finalmente, en el 7º puesto, elegido por unos New Jersey Nets que lo traspasarían a los Rockets. Fue el draft de Pau Gasol, elegido en tercera posición por detrás de Kwame Brown y Tyson Chandler. La carrera de Griffin en la NBA fue corta y sinuosa, en gran parte, debido a sus problemas extradeportivos, principalmente con el alcohol. Fue corta, también, porque falleció a los 25 años, cuando su coche fue arrollado por un tren de carga, al conducir borracho y saltarse un paso a nivel. No era la primera vez que sufría percances en la carretera. Se hizo viral, antes de que se hiciera viral esa expresión, al sufrir un accidente por distraerse conduciendo mientras al mismo tiempo se masturbaba y conseguir que la policía no le realizara un test de alcoholemia. Cuando firmó por los Wolves, allá por la temporada 2004-2005, se confiaba en su rehabilitación, tras haber pasado por problemas de disciplina y con el alcohol en los Rockets y no llegar a jugar con los Nets, con los que firmó después, por un asunto de violencia doméstica que le llevó a la cárcel, aunque fuera por unos días. Era algo que ya venía de lejos, de su instituto y del único año en el que jugó para Seton Hall. Aún así, en la cancha, su talento brillaba por encima de todo: en el instituto era una estrella en Filadelfia, a la altura del propio Wilt Chamberlain y, en su único año en la NCAA, llegó a estar entre los mejores a nivel nacional en tapones y rebotes. Sus dos primeras temporadas en los Rockets fueron prometedoras, pero la tercera se la pasó, como ya comentamos, en un centro de desintoxicación.
Y todo esto viene por una única razón: yo vi jugar en directo a Eddie Griffin y Sebastian Telfair. Los dos al mismo tiempo, en el mismo partido, en el único partido de la NBA que he visto en directo. Fue el 15 de enero de 2005, en el Target Center de Minnesota. Los Wolves ganaron a los Blazers por 92 a 84. Telfair apenas jugó 8 minutos, y consiguió un triple. Griffin salió del banquillo, e hizo un gran partido, sobre todo en defensa y en el rebote: 18 cazó. Leer el nombre de Telfair en la prensa me llevó a relacionarlo con el de Griffin, y entonces me acordé de aquel día de invierno, frío, con la nieve reciente, y yo en la primera fila de butacas, horas antes de que empezara el partido, viendo a Sam Cassell en chandal tirando a canasta y las chicas haciéndose fotos con Mark Madsen.
Por curiosidad, abrí un cajón en casa y lo encontré: el librillo del partido. Allí seguía en esa caja repleta de recuerdos abandonados de aquel tiempo que pasé viviendo en los Estados Unidos. Y me puse a ojearlo, a revivir aquel día. Entre publicidad de Verizon, Best Buy, Samsung, Toshiba, Hard Rock Café, Ramada Inn, Buick, Chevrolet, JVC (hasta un próximo concierto de Josh Groban en el mismo Target Center), pasatiempos para niños y mayores, y otras recomendaciones más locales, en aquel librillo te encontrabas noticias y entrevistas que, por aquel entonces, serían pura actualidad, pero que ahora se tiñen de nostalgia y curiosidad.
Por ejemplo, el primer reportaje era una entrevista con el ahora entrenador de los Cornhuskers de Nebraska en la NCAA, competición a la que vuelve después de sus no muy exitosos dos años y un poco del tercero en los Bulls, Fred Hoiberg. El titular y su pequeña ampliación debajo eran significativos: "Doing What It Takes on Both Ends of the Court, Fred Hoiberg does whatever is necessary to get a win". Es decir, algo así: "Haciendo lo necesario en los dos lados de la cancha, Fred Hoiberg hace lo que haga falta para ganar." Así definían el carácter de un jugador que había llegado el año antes desde los Bulls, equipo al que luego entrenaría, como ya hemos dicho. Solo jugó en tres equipos en la NBA, Pacers, Bulls y Wolves antes de retirarse, y, en parte, descubría por qué en esa entrevista: no primaba el dinero y prefería privilegiar otras cosas. Renovó por el equipo de Minnesota porque su familia estaba muy a gusto en la ciudad. En ese mismo librillo, Hoiberg también protagonizaba la sección "time out", una batería de preguntas rápidas sobre cuestiones más generales y anecdóticas como la típica "¿qué hubieras sido de no ser jugador de baloncesto?". La respuesta era jugador de golf. Por eso, su deportista preferido era Jack Nicklaus. Y, a parte de su pasión por este deporte, descubríamos otras curiosidades como que le gustaba el rock clásico y su primer concierto fue uno de los Rolling Stones y su primer coche un Oldsmobile del 83, que le gustaba comer pollo antes de los partidos y, lo más sorprendente, que, de poder elegir a alguien, a quien le hubiera gustado conocer sería a Sócrates, y supongo que se refería al filósofo más que al futbolista brasileño.
Además de la entrevista y las preguntas rápidas a Hoiberg, también había un pequeño reportaje sobre el mismo Griffin: “is working to overcome a troubled past and excel on and off the court”. Es decir: "Griffin trata de superar un pasado problemático para brillar tanto en la cancha como fuera de ella". Todo era optimismo y buenas intenciones, aunque no se ocultaban detalles para con ese pasado del que hablamos antes, eso sí, ligeramente suavizados: “After spending two seasons with the Houston Rockets, Griffin was released for reportedly missing practices and even a team flight early in the 2003-2004 season. Not long after his release, he signed with the New Jersey Nets. He never played a minute in New Jersey. Instead, he entered an alcohol rehabilitation center”. Vuelvo a traducir: "Tras pasar dos temporadas en los Houston Rockets, Griffin fue despedido por, supuestamente, ausentarse de los entrenamientos y llegar incluso a perder un vuelo con el equipo en la temporada 2003-2004. Poco después de su despedida, firmó con los New Jersey Nets pero no llegó a jugar un solo minuto. En lugar de ello, fue internado en un centro de desintoxicación."
Otras secciones recurrentes, incluían, en este número, cinco preguntas al speaker del Target Center, Rod Johnson; información sobre las actividades más recientes en favor de la comunidad; curiosidades sobre los gustos deportivos en fútbol americano y béisbol a los jugadores de los Wolves, en donde destacaba que solo dos, Kevin Garnett y Hoiberg, optaban por el de la ciudad, los Vikings de Minnesota, y peor en béisbol, porque solo Garnett elegía a los Twins de Minnesota; la sección sobre universidades del estado, en la que le tocaba el turno a un equipo de la tercera división de la NCAA, el Gustavus Adolphus Gusties donde entrenaba Mark Hanson, y cuyos mejores jugadores, según el reportaje, eran Doug Espenson, Adam TeBrake y Phil Sowden, de los que no se encuentra información en la red porque probablemente no tuvieran carrera profesional. Mark Hanson sigue allí, creo que lleva 30 años como primer entrenador de ese equipo; y el resto era información sobre el equipo, la franquicia o los rivales. Quizás la sección más chocante, para alguien de fuera, era la relativa a las animadoras, que incluía las fotografías de las 16 bailarinas del Timberwolves Dance Team, Abby, Alysia, Andrea, Emily, Erin, Inger, Heather, Krisan, Melissa, Natalie, Nicee, Shannon, Shayna, Stacey, Stacy y Tristina. Más las de las dos responsables del equipo, Melissa Sax y Tura Hallblade.
Aquellos Wolves de la temporada 2004-2005 ya eran propiedad de Glen Taylor, quien lo tenía, de hecho, desde 1995. Natural de Mankato, Minnesota, Taylor era el fundador de Taylor Corporation y, por aquel entonces, confiaba en la labor administrativa de Rob Moor y Chris Wright, y, para la deportiva, contaba con Jim Stack y un Kevin McHale que, a pesar de haber hecho su carrera profesional en los Celtics de Boston, era natural de Hibbing, Minnesota, y había jugado para la Universidad de Minnesota. McHale ya no está. Su lugar lo ocupa ahora Gersson Rosas, quien tras convertirse en el primer manager de origen latino en la NBA, con los Dallas Mavericks, fue luego la mano derecha de Daryl Morey en los Houston Rockets. Él fue el elegido para rejuvenecer la plantilla y reestructurar el futuro del equipo. Su primera decisión fue una coincidencia histórica, al menos, tal y como encaja en esta entrada: decidió que Ryan Saunders siguiera siendo el entrenador principal, cargo que ya había aceptado cuando se despidió a Tom Thibodeau la temporada anterior. Acompañado en el banquillo por dos viejos conocidos del baloncesto europeo, David Vanterpool y Pablo Prigioni, Saunders se convertía en el entrenador más joven de la NBA en la actualidad, a sus 32 años (más de cuarenta jugadores en la NBA son mayores que él), y el más joven en 40 años, desde que Dave Cowens entrenara a los Celtics de Boston cuando solo tenía 30 años, seis más que Dave DeBusschere, entrenador de los Detroit Pistons en la 64-65 con 24 años, aunque en estos dos casos ambos eran jugadores-entrenadores. Sin embargo, la coincidencia histórica con respecto a esta entrada es que Ryan Saunders, actual entrenador de los Minnesota Timberwolves, es el hijo de Philip "Flip" Saunders, entrenador de los Wolves cuando yo estuve en aquel partido del Target Center y toda una leyenda del baloncesto en Minnesota que fallecería en 2015, diez años después de aquel partido. Acompañaban a Saunders padre en su equipo técnico, allá por 2005, clásicos de la NBA, tanto en los banquillos como en la cancha, como Sidney Lowe o Randy Wittman, más un caso curioso, el de Don Zierden, más que nada por ser el padre de Isaiah Zierden, del que hemos hablado mucho aquí en nuestros repasos de la actividad competitiva de la universidad de Creighton, con la que se licenció, se marchó a jugar a Portugal y no hemos vuelto a saber más de él. Por cierto, en aquellos Wolves de Saunders padre, Zarko Durisic era el jefe de la sección internacional, el caza talentos extranjero para el equipo. Durisic, que estaba en aquella Wichita State de los Xavier McDaniel y Antoine Carr, se instaló en Estados Unidos después de jugar para Buducnost y Olimpija Ljubljana y allí sigue, en algún otro cargo dentro del equipo administrativo de los Minnesota Timberwolves.
Flip Saunders tenía a sus órdenes un buen equipo de veteranos, con hasta diez jugadores rozando o por encima de los 30 años: Anthony Carter (1975), Sam Cassell (1969), Kevin Garnett (1976), Fred Hoiberg (1972), Troy Hudson (1976), Ervin Johnson (1967), Mark Madsen (1976), Michael Olowokandi (1975), Latrell Sprewell (1970) y John Thomas (1975). El más joven de todos era el inglés Ndudi Ebi (1984), que para aquel partido estaba lesionado, igual que Madsen y Cassell, como recordaremos luego. Wally Szczerbiak (nacido en Madrid mientras su padre Willy Szczerbiak hacía carrera en España) era de 1977, de 1979 Trenton Hassell, y de 1982 Eddie Griffin. Llegaban al partido con un récord de 17-17, cuando aún faltaba más de la mitad de la temporada. En la anterior, habían ganado la división Medio Oeste (con un rango de 58 victorias por 24 derrotas) y acabarían como subcampeones del Oeste al perder en semifinales ante Los Angeles Lakers de Kobe Bryant, Shaquille O'Neal, Karl Malone y Gary Payton que luego perderían la final ante los Detroit Pistons de Rasheed Wallace y Ben Wallace, más el que acabaría como MVP de las finales, Chauncey Billups. El MVP de la temporada 2003-2004 fue precisamente Kevin Garnett, de los Wolves, quien, junto con Latrell Sprewell y Sam Cassell, encandiló a los aficionados de la NBA en una temporada regular excelsa que no pudieron coronar con la final. Y así llegaban a la siguiente temporada, manteniendo al equipo, aunque la edad de este trío letal (Garnett en los 29, Cassell en los 36 y Sprewell en los 35) ya anunciaba que quizás era el momento de darle un giro a la plantilla. En cualquier caso, Garnett seguía liderando al equipo, con 23.6 puntos por partido, seguido por un Sam Cassell (15.6) al que empezaban a afectarle las lesiones y el tercero en discordia, Sprewell, con 12.0 puntos por partido. Entre medias, se colaba Wally Szczerbiak, que promediaba 15.4 puntos por partido.
Por su parte, los rivales eran los Portland Trail Blazers, entrenados por Maurice Cheeks. Tenían un juego exterior temible con gente como Derek Anderson (1974), Damon Stoudamire (1973),
Nick Van
Exel (1971), Ruben Patterson (1975), Darius Miles (1981) o el ya mencionado Sebastian Telfair (1985). Por dentro, un ex de la universidad de Minnesota, precisamente, Joel Przybilla (1979), uno de los mejores taponadores de su generación, Theo Ratliff (1973) y un joven que ya despuntaba: Zach Randolph (1981). Además de los jugadores de banquillo, como Geno Carlisle (1976), el surcoreano Ha Seung-Jin (1985) o Richie Frahm (1979), Cheeks también contaba con dos jugadores interesantes, como el prometedor Travis Outlaw (1984) o el veterano Shareef
Abdur-Rahim (1976), al que se le dedicaba un pequeño apartado en el librillo que nos ha llevado a escribir esta entrada, y se rescataban sus buenos años en los Grizzlies y su apodo como "el mejor secreto guardado en la NBA". Los Blazers traían peor racha que los Wolves: 15-19. Zach Randolph, con 20.1 puntos por partido, se había convertido en la referencia del equipo, junto a Abdur-Rahim (15.7), Miles (12.6), Stoudamire (11.7) y el sexto hombre Derk Anderson (11.0).
Kevin Garnett, de todos los jugadores que se presentaron a aquel partido, seguía siendo el que más impacto tenía a nivel nacional. Ocupa la 9º posición entre los líderes en anotación, muy lejos de un Allen Iverson que, con 28.4 puntos por partido para los Sixers, lideraba la tabla de anotadores por
delate de Koby Bryant, Dirk Nowitzki, Amar'e Stoudamire, Tracy McGrady y LeBron
James. Sin embargo, Garnett lideraba la de reboteadores, con 15.2 capturas por partido, por delate
de Tim Duncan, Troy Murphy de los Golden State Warriors y Emeka Okafor. Garnett también aparecía entre los primeros en asistencias (13º), en una clasificación liderada por Steve Nash (11.1). Y, además, Garnett aparecía en 11º posición en robos y en 10º en minutos jugados. El único otro jugador de estos dos equipos que destacaba tanto en una clasificación era Fred Hoiberg, líder de la liga en porcentaje de tiros de
tres.
Así se presentaron los equipos en aquel sábado helador de enero de 2005 en el Target Center para disputar un partido que, por supuesto, pasará desapercibido en los anales históricos de la NBA. Los Wolves se llevaron la victoria final, pero después de esta llegarían dos derrotas consecutivas, y tras una prometedora racha de cinco victorias seguidas, las seis derrotas en seis partidos que, finalmente, le costarían el puesto a Flip Saunders, cerrando toda una época, y dándole la oportunidad de entrenar a un Kevin McHale que no haría un mal papel. Por los Blazers, contaban con las bajas, importantes, de Zach Randolph, Darius Miles y Shareef Abdur-Rahim, tres de sus mejores hombres. El surcoreano Seung-Jin estuvo allí pero ni se quitó el chandal. Por parte de los Wolves, Michael Olowokandi estaba sancionado y Sam Cassell regresaba de una lesión, pero no salió del banquillo. Ndudi Ebi y Mark Madsen tampoco fueron de la partida, aunque su impacto en el equipo fuera menor. Con tantas bajas en el juego interior, parecía claro que la cosa se iba a disputar desde el perímetro, y, en parte, así fue, sobre todo, para los Blazers. Ruben Patterson fue el mejor de su equipo, con 25 puntos, 7 rebotes y 2 asistencias, bien secundado por dos jugones que, en rachas de puntería, apunto estuvieron de darle un disgusto a los aficionados locales: el veterano Nick Van Exel, 19 puntos, 6 rebotes y 8 asistencias y Damon Stoudamire: 18 puntos, 6 rebotes y 4 asistencias. Por dentro, se dedicaron a apoyar en el juego el titular, Joel Przybilla, quien apenas aportó 4 puntos, 1 rebote y 2 asistencias, y el reserva Theo Ratliff, quien estuvo más acertado en los minutos que tuvo: 9 puntos, 6 rebotes y 2 tapones, especialidad defensiva en la que Ratliff destacaba en la liga. También jugaron James Thomas, Richie Frahm, Derek Anderson, Travis Outlaw y un Sebastian Telfair que en 8 minutos añadió 3 puntos y 2 rebotes. Por los Wolves, el mejor fue Latrell Sprewell con 25 puntos, 5 rebotes y 2 asistencias, seguido por Kevin Garnett con 17 puntos, 10 rebotes, 4 asistencias, 2 robos y 1 tapón. Los otros jugadores importantes para los Wolves en este partido salieron desde el banquillo. Un sorprendente Troy Hudson, que se fue hasta los 15 puntos y 5 asistencias, Wally Szczerbiak, con 11 puntos y 3 rebotes, y Eddie Griffin, quien solo añadió 6 puntos, pero se fue a la friolera de 18 rebotes, además de añadir 3 asistencias, demostrando que tenía unas cualidades innatas para destacar en varias parcelas de un juego que se le daba muy bien. Fred Hoiberg, en silencio, como siempre, añadió 8 puntos, 1 rebote y 1 asistencia. También jugaron John Thomas, Ervin Johnson, Trenton Hassell y Anthony Carter. La aportación de los banquillos, sin duda, marcó gran parte de la diferencia en el banquillo: 16 puntos de jugadores reservas en los Blazers por los 40 del banquillo de los Wolves. También pesaron los rebotes: 32 para los Blazers y 44 en los Wolves, donde la pareja Garnett-Griffin desarboló a Przybilla y Ratliff, y aunque les esperaran duelos de mayor calibre, los aficionados de los Wolves se ilusionaron ante el rendimiento que podría dar esta dupla. Volved al principio para descubrir que pasó luego con ella.
El partido fue disputado, un correcaminos en varios momentos. Se impuso el juego deslabazado y los tiros en jugadas individuales. Al menos, así lo recuerdo yo. No tengo, de hecho, grandes recuerdos del partido en sí: un alley-oop de Garnett, la electricidad de Van Exel y Stoudamire, y la calidad de Sprewell, poco más. Recuerdo que me aburrí. Recuerdo que estábamos muy alto en el graderío, pero aún así la visibilidad del Target Center era muy buena. Recuerdo que compramos palomitas, como no, y yo me pillé un bidón de cerveza Foster's que no fui capaz de terminarme. De hecho, guardo con más cariño otros recuerdos de aquella experiencia, aunque quizás estos no le interesen a quien sea que haya llegado tan lejos para leer hasta aquí. Recuerdo que el partido era a las ocho de la tarde, pero nosotros llegamos mucho antes. Aparcamos el coche en algún sitio de la ciudad, en el centro, pero no sabría decirte donde: nevaba, hacía mucho frío, apenas había gente por la calle. Entramos en el primer edificio que pillamos y ya no volvimos a salir. Caminamos durante una hora, hicimos algunos kilómetros, nos tomamos nuestros descansos, pero no volvimos a pisar la calle. Los edificios de Minneapolis estaban conectados por puentes acristalados y pasadizos que permitían moverse de un edificio a otro sin tener que salir al exterior. Si te asomabas a los ventanales, fuera veías a gente, muy poca, que se abrigaba como podía mientras esperaba al autobús en su parada o que corría para abrir su coche y refugiarse dentro. Fuimos de moqueta en moqueta, cómodos con la calefacción a tope, cruzando almacenes, tiendas, todo tipo de tentaciones, hasta llegar, casi sin darte cuenta por la falta de orientación, al Target Center. Y allí todo estaba dispuesto: música, puestos, diversión, publicidad... y poca gente. Entramos al campo y bajamos hasta pie de cancha, hasta donde dejaba la seguridad, para ver calentar a los jugadores de cerca. Recuerdo lo que dije antes, a un Mark Madsen sonriente, a un Eddie Griffin que bostezaba, a Sam Cassell lanzando a canasta con desgana pero sin fallar tiro alguno. Recuerdo darle la mano a Wally Szczerbiak y que respondió a mi hola con otro y una sonrisa. Recuerdo aburrirme pronto, porque no he sido muy mitómano, y he visto calentar antes de un partido a gente como Mikel Cuadra, Mark Simpson u Oscar Schmidt Bezerra y estos tampoco fallaban una. Y, de la misma, cuando terminó el partido, nos fuimos. Más convencido, al haberlo visto en directo, de la capacidad que tenía aquel gran negocio y de la falta de juego en lo que ocurría abajo, sobre el parqué. Y eso era 2005. Del resto de aquel fin de semana en Minnesota, recuerdo cosas que han quedado más intensamente sujetas en mi memoria que aquel partido de baloncesto, como el paseo alrededor de las cataratas congeladas de Minnehaha o conducir un coche por un lago helado en el que había una exhibición de esculturas sobre hielo al aire libre y gente pescando como en la película Beautiful Girls. Recuerdo ir a un restaurante malasio, que dormí en un sótano donde si no había fantasmas bien podría haberlos habido y que hicimos una guerra de bolas fuera de la casa y yo me llevé una buena ostia en la jeta. Me regalaron una camiseta, pero la perdí, y no recuerdo de qué universidad era.
En resumen, y vamos a ir terminando ya, no vi jugar a Sam Cassell, pero sí a Kevin Garnett, y, sobre todo, a Sebastian Telfair y Eddie Griffin. La NBA es un universo complejo repleto de historias minúsculas que pueden convertirse en vidas mayúsculas, ya sea por el lado más brillante o por el más trágico. Un ejemplo es esto: lees una noticia, te encuentras un librillo, y solo con eso, te sueltas una entrada que mejor no cuento el número de palabras. Es lo que hay: no soy el jugador que más tiros libres mete pero sí el escritor que más palabras tira.
El partido fue disputado, un correcaminos en varios momentos. Se impuso el juego deslabazado y los tiros en jugadas individuales. Al menos, así lo recuerdo yo. No tengo, de hecho, grandes recuerdos del partido en sí: un alley-oop de Garnett, la electricidad de Van Exel y Stoudamire, y la calidad de Sprewell, poco más. Recuerdo que me aburrí. Recuerdo que estábamos muy alto en el graderío, pero aún así la visibilidad del Target Center era muy buena. Recuerdo que compramos palomitas, como no, y yo me pillé un bidón de cerveza Foster's que no fui capaz de terminarme. De hecho, guardo con más cariño otros recuerdos de aquella experiencia, aunque quizás estos no le interesen a quien sea que haya llegado tan lejos para leer hasta aquí. Recuerdo que el partido era a las ocho de la tarde, pero nosotros llegamos mucho antes. Aparcamos el coche en algún sitio de la ciudad, en el centro, pero no sabría decirte donde: nevaba, hacía mucho frío, apenas había gente por la calle. Entramos en el primer edificio que pillamos y ya no volvimos a salir. Caminamos durante una hora, hicimos algunos kilómetros, nos tomamos nuestros descansos, pero no volvimos a pisar la calle. Los edificios de Minneapolis estaban conectados por puentes acristalados y pasadizos que permitían moverse de un edificio a otro sin tener que salir al exterior. Si te asomabas a los ventanales, fuera veías a gente, muy poca, que se abrigaba como podía mientras esperaba al autobús en su parada o que corría para abrir su coche y refugiarse dentro. Fuimos de moqueta en moqueta, cómodos con la calefacción a tope, cruzando almacenes, tiendas, todo tipo de tentaciones, hasta llegar, casi sin darte cuenta por la falta de orientación, al Target Center. Y allí todo estaba dispuesto: música, puestos, diversión, publicidad... y poca gente. Entramos al campo y bajamos hasta pie de cancha, hasta donde dejaba la seguridad, para ver calentar a los jugadores de cerca. Recuerdo lo que dije antes, a un Mark Madsen sonriente, a un Eddie Griffin que bostezaba, a Sam Cassell lanzando a canasta con desgana pero sin fallar tiro alguno. Recuerdo darle la mano a Wally Szczerbiak y que respondió a mi hola con otro y una sonrisa. Recuerdo aburrirme pronto, porque no he sido muy mitómano, y he visto calentar antes de un partido a gente como Mikel Cuadra, Mark Simpson u Oscar Schmidt Bezerra y estos tampoco fallaban una. Y, de la misma, cuando terminó el partido, nos fuimos. Más convencido, al haberlo visto en directo, de la capacidad que tenía aquel gran negocio y de la falta de juego en lo que ocurría abajo, sobre el parqué. Y eso era 2005. Del resto de aquel fin de semana en Minnesota, recuerdo cosas que han quedado más intensamente sujetas en mi memoria que aquel partido de baloncesto, como el paseo alrededor de las cataratas congeladas de Minnehaha o conducir un coche por un lago helado en el que había una exhibición de esculturas sobre hielo al aire libre y gente pescando como en la película Beautiful Girls. Recuerdo ir a un restaurante malasio, que dormí en un sótano donde si no había fantasmas bien podría haberlos habido y que hicimos una guerra de bolas fuera de la casa y yo me llevé una buena ostia en la jeta. Me regalaron una camiseta, pero la perdí, y no recuerdo de qué universidad era.
En resumen, y vamos a ir terminando ya, no vi jugar a Sam Cassell, pero sí a Kevin Garnett, y, sobre todo, a Sebastian Telfair y Eddie Griffin. La NBA es un universo complejo repleto de historias minúsculas que pueden convertirse en vidas mayúsculas, ya sea por el lado más brillante o por el más trágico. Un ejemplo es esto: lees una noticia, te encuentras un librillo, y solo con eso, te sueltas una entrada que mejor no cuento el número de palabras. Es lo que hay: no soy el jugador que más tiros libres mete pero sí el escritor que más palabras tira.
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