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Fue el 21 o el 22 de julio de 2001, ya ni me acuerdo, pero, en unos días, se cumplirán 19 años de ello. Ahora, el vídeo se puede ver en alguna plataforma. La pandemia y la cuarentena a la que nos abocó le ha dado un carácter más emocional, ya que la tendencia hacia la nostalgia de algunas cadenas de televisión durante la cuarentena recuperó este y algún otro acontecimiento. Además, visto desde las actuales circunstancias, con el ciclismo en standby y el calendario recortado y apelmazado, se echan mucho de menos las cunetas, las cimas, las volatas, los brazos en alto, las retiradas, en definitiva, todo lo que nos traía el ciclismo. En un vídeo que hace unos años grabó para la marca Orbea, el propio Laiseka confesaba que lo recordaba todo con claridad, dónde atacó, dónde lo dio todo, cómo se celebró luego. También hablaba de la táctica, de cómo Julián Gorospe puso al equipo a trabajar y él se preguntaba para qué, si no tenían posibilidades de ganar. Pues se ganó.
Sí, hablamos, que no le he dicho claramente, del día que Roberto Laiseka, al que ya visteis en la fotografía, levantó los brazos en Luz Ardiden. No fue solo un éxito individual. De alguna manera, fue el clímax del ciclismo vasco moderno, si se me permite exagerar: la confirmación definitiva de un proyecto, el del equipo Euskaltel-Euskadi, desde Txomin Perurena hasta el día de hoy, desde Miguel Madariaga hasta Mikel Landa, que ha marcado el devenir profesional del ciclismo en Euskadi: “Cuando empezó este equipo parecía que sólo iba a durar un “telediario”, y mira, hemos ganado dos etapas en la Vuelta y una en el Tour. Hasta tenemos un autobús. Esto es la leche”, decía el propio Laiseka en prensa momentos después de triunfar en Luz Ardiden. Los titulares eran rotundos: “Laiseka pone nombre a un sueño” o “Laiseka, un héroe en Luz Ardiden: El euskaltel coronó en solitario y entró en la leyenda”.
Al fin y al cabo, él lo sabía mejor que nadie. Además de un escalador, de un corredor agazapado, de desarrollo tardío, era el icono de todo el desarrollo del proyecto. Él pasó del primer maillot tricolor, verde, rojo y blanco, al naranja que marcaría la progresión del equipo. Él formaba parte de aquel primer equipo de 1994, el de Agustín Sagasti llegando deslomado a Azpeitia. Aquella primera plantilla de los Julián Barcina, Iñigo Cuesta, Javier Murguialday, Juan Carlos González Salvador, Juan Tomás Martínez, Aitor Osa, César Solaun o Pello Ruiz Cabestany que dirigían Txomin Perurena y José Luis Laka. Desde allí hasta 2001, pasaron muchas cosas, tantas o más que las que pasarían luego.
En aquella edición del Tour de Francia de 2001, Julián Gorospe llevaba un diario de abordo en un periódico, y el día después de la victoria de Laiseka en Luz Ardiden, el titular que lo encabezaba rezaba así: “Somos el relevo de Pantani”. Hacía referencia a que el equipo de Marco Pantani, el Mercatone Uno, como el Liquigas, el Team Coast de Fernando Escartín, Aitor Garmendia y Alex Zulle o el Mercury se habían quedado fuera en el último taco de invitaciones. Sí entró un Euskaltel-Euskadi que debutaba en el Tour, solo dos años después de la victoria de Roberto Laiseka en Abantos en la Vuelta del 99 o cuatro de la llegada de Euskaltel como patrocinador en 1997. Gorospe decía: “Este grupo de hombres ha brindado un gran espectáculo a la afición vasca en todas las llegadas en alto y no se ha arrugado ante las grandes figuras del pelotón”. Gorospe también recordaba su propia victoria en Saint Etienne en 1986 para figurarse lo que sentía Laiseka entonces, quince años después, un corredor al que describía como “un corredor veterano que a los treinta y dos años ha sabido esperar su momento” o “un escalador nato y muy potente”. Y sí que supo esperar: lo decía Gómez Peña en el recuento de la entrevista, cuando hablaba de lo mal que lo pasó el traductor para devolver en otro idioma las palabras de un Laiseka excitado: “No entendía que el de ayer era el día-resumen de una carrera deportiva, que al traducido le desbordaba la felicidad”. Una idea que quedaba claramente resumida en el titular que ilustraba aquella noticia, palabras que pertenecían al propio Laiseka: “Me iría ahora mismo del Tour; ya me puedo retirar tranquilo.”
Laiseka se retiró seis años más tarde, tras toda una carrera en el mismo equipo y con un racimo seleccionado de triunfos gourmet: tres etapas de la Vuelta, una del Tour y victoria en una cima épica del ciclismo vasco, Arrate en la Bicicleta Vasca. En esa reseña de Julián Gorospe que mencionábamos antes, el por entonces director técnico del equipo dejaba patente la dimensión que tenía esa victoria, la trascendencia que, en general, adquirió toda la experiencia desde que el equipo recibió la invitación para participar en aquella edición del Tour de Francia: “Fue impresionante ver cada puerto plagado de gente animándonos con los maillots naranjas y las ikurriñas”. La crónica de El Correo usaba metáforas como “Mar de ikurriñas” y Dani Egaña en Mundo Deportivo hablaba de “el increíble apoyo recibido por parte de la afición, que ayer volvió a merecer sin duda el calificativo de ser la mejor del mundo”. Gómez Peña en El Correo añadía “Ganó Laiseka, pero fue el triunfo de los aficionados.” El propio Laiseka lo explicaba cuando, en la ya famosa rueda de prensa, le preguntaban si era capaz de distinguir a los aficionados gritando su nombre y contestaba: “Era como un rumor. Eran tantos los que me animaban que no les entendía. Ha sido maravilloso. La leche.”
La etapa en cuestión empezó en Tarbes, capital de Bigorra, y terminaba en Luz Ardiden, a 1.715 metros, coronada con el nivel de cota especial, una cima en una estación deportiva donde el Euskaltel triunfaría de nuevo diez años después de la mano de Samuel Sánchez (2011) y donde antes ganaron Pedro Delgado (1985), Otto Dag Lauritzen (1987), Landelino Cubino (1988), Miguel Indurain (1990) o Richard Virenque (1994). En la de Indurain, estuvo el propio Laiseka como espectador, en la cuneta: “Recuerdo que, creo que en el noventa, estuve aquí con mis amigos, en la curva que hay a 500 metros de la meta. Fue una etapa en la que venía escapado Miguel Ángel Martínez. Luego ganó Miguel Indurain por delante de Lemond y Marino. Me acuerdo bien porque se me derramó un yogurt en la cámara de fotos y se me estropeó la máquina. Me quedé sin hacer ninguna foto”. Después de Laiseka, Luz Ardiden volvería a ser cima y final de etapa en 2003, pero el ganador aparece ahora tachado porque su nombre era Lance Armstrong. Armstrong, de hecho, también fue tachado, pero en la clasificación general final, cuando ganó Laiseka en la estación de esquí de Luz Ardiden. Él lideraba aquel Tour, su foto en el pódium estuvo en las portadas, también lo decía Dani Egaña: “No pasó desapercibido el saludo entre Laiseka y Armstrong en el podio de vencedores. El vizcaíno era consciente de que una pequeña parte de su triunfo se debió a la permisividad del jefe de la carrera”. En la edición de Laiseka, no, pero en la de Lance Armstrong, el que escribe esto ahora sí estuvo en una de las curvas, viendo al norteamericano aparecer de la nada entre la bruma, distinguiendo el sudor esmaltado en el maillot de Haimar Zubeldia, aplaudiendo el caballito de Richard Virenque. Nos sacaron en la portada de un periódico, a mí y a mis compañeros, escribiendo el nombre del propio Laiseka sobre el asfalto caliente de un recodo de la subida.
En el kilómetro 37 de aquel día, en la tercera tachuela de la jornada, once corredores cogieron algo de ventaja: Sven Montgomery, Alexander Vinokourov, Vladimir Belli, Michael Boogerd, Gert Verheyen, Patrice Halgand, Félix Cárdenas, Jean-Cyril Robin, Roberto Heras, Carlos Sastre y Javier Pascual Llorente. La primera gran subida era el Col d’Aspin, sobre el kilómetro 80, y un grupo donde destacaba Bobby Julich pasaba en cabeza, con la carrera hecha trizas. La guerra se hizo aún más intensa veinte kilómetros después, subiendo el Tourmalet, con saltos de Udo Bolts, otra vez Alexander Vinokourov, Alexander Botcharov, Axel Merckx, o, una vez más, Carlos Sastre y Félix Cárdenas. Finalmente, en cabeza, por la cima del mítico Tourmalet, pasan liderando Sven Montgomery, Vladimir Belli, David Moncoutié y Mario Aerts. Llega el momento de Luz Ardiden. Desde muy lejos, a once kilómetros y medio, Laiseka lanza su ataque. Había sido el último en pasar por la cima del Col d’Aspin, en el Tourmalet, se asomó, por las rampas veía y oía su nombre, y en Luz Ardiden se lanzó al vacío. Primero caza a Didier Rous, después a Sven Montgomery, a David Moncoutié y Mario Aerts, y, finalmente, a 7,5 km a Wladimir Belli, que no era un cualquiera, había sido 7º en el Giro de Italia un año antes, con buenas piernas cuando la carretera se empinaba. Pero Laiseka también le deja atrás. Ya está solo. Su pedaleo, tan particular, tan aparatoso, parece bueno. Se encorva, boquea, no le tiemblan las piernas. Pero por detrás, hay tajada. José Luis Rubiera tira del grupo y a 5 kilómetros le toma el relevo Roberto Heras hasta que se queda solo con Lance Armstrong y Jan Ulrich. Joseba Beloki y Óscar Sevilla intentan no perder tiempo. A 1,5 km ataca el alemán Jan Ulrich, pero Lance Armstrong no tiene problemas para irse con él. Para entonces, Laiseka ya va encaminado a la gloria. Sus brazos largos como la historia que escribiría el equipo después, la que ya estaba escribiendo, se lanzan al cielo. Lanza besos. Ya era ganador. El ganador.
El equipo, la Fundación Euskadi, volvió al naranja hace un par de años, con la retirada de Miguel Madariaga y el ascenso a la presidencia de un ex corredor que aún está en activo, Mikel Landa. Hace unos meses se anunció el regreso de la empresa de telecomunicaciones Euskaltel al patrocinio, con un contrato largo, que sumado al apoyo de otras marcas como Orbea y Etxeondo, hace pensar que, paso a paso, un equipo que nunca desapareció del todo puede aspirar a regresar a esas cimas que acarició primero y conquistó después. Enfocados hacia la cantera, con el ánimo de seguir perpetuando la historia del ciclismo profesional vasco, nadie puede negar el legado de todos esos años que van desde aquel triunfo en la etapa matinal de la Vuelta al País Vasco hasta la terrible despedida del World Tour con la retirada del patrocinio de la misma empresa que regresa ahora, pasando, por el medio, de hitos como el de Roberto Laiseka, los de Iban Mayo, Unai Etxebarria, Haimar Zubeldia, Samuel Sánchez, Igor Antón, el propio Mikel Landa y tantos y tantos otros. No sería difícil ahora meterse a rebuscar en los currículos de los corredores profesionales que aún están en nómina en equipos UCI y encontrar los resquicios de esta historia de la Fundación Euskadi. Igual que aún se puede sentir el trabajo de cantera y los resultados que dio aquel equipo holandés, el Rabobank, registrando los corredores que aún permanecen en activo, lo mismo con el Euskaltel-Euskadi. La diferencia quizás sea, crucemos los dedos, que los vascos aún aspiran a seguir dejando más rastro. El que dejó Laiseka en Luz Ardiden, para muchos, aún se puede seguir.
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